“El día en que decidí dejar de amamantar a mi hijo fue un alivio tremendo, me cambió la vida. Así de simple. Fue un día en que estuve 24 horas sacándome leche cada una hora, con un nivel de estrés que dije no, no se puede vivir así.

Tengo tres hijos en total. A la primera la amamanté un año, a la segunda ocho meses y con el tercero llegué solo a los tres y decidí que ya no quería hacerlo. Tenía todas las intenciones, compré todos los sostenes de lactancia que pude, me compré el sacaleche eléctrico y el manual para juntar -según yo- los litros de leche que iba a tener. Hice todo el ritual de que iba a darle leche. El hecho de guardar en una caja todo eso que había preparado fue frustrante. Pensaba: ahora tengo tranquilidad, con la pandemia puedo estar en mi casa, relajada, tengo dos asesoras de lactancia, acople perfecto. Pero no se dio, así de simple. Y la verdad eso no ha afectado en nada mi relación con mi hijo.

Con mis dos primeras hijas jamás se me hubiera pasado por la mente dejar de darles leche, aún cuando al principio fue algo muy doloroso. Me gustaba amamantar, pasando la etapa del dolor es exquisito, los recuerdos que tengo con ellas son súper ricos. Pero el dolor con mi último hijo fue mucho, la sensación era como de cuchillazos por dentro. Sentía que cada día que perdía pasándolo mal, poniéndome algo para el dolor o andando sin ropa para cicatrizar las heridas, no valía la pena. Perdía mucho tiempo en temas de cuidado médico para poder asegurarle supuestamente una parte de mi afecto o de mi preocupación o de mi cariño por él. Estaba dejando el resto de lado, el poder disfrutarlo.

Yo tuve a mis tres hijos en el sistema público y creo que toda la experiencia, desde el consultorio en adelante, está muy centrada en la lactancia, en darle la leche a la guagua y súper poco centrado en la madre. Con mi último hijo me di cuenta que el foco no está solo en el bebé, que yo tenía que estar bien física y mentalmente para estar bien con él. Con las primeras guaguas yo estaba más joven, no estaba trabajando, estaba en la universidad, súper sostenida familiarmente, por lo tanto que me doliera no era ni un tipo de sacrificio. Pero ahora era distinto, yo soy independiente y la verdad es que el trabajo online es incompatible con la lactancia. O sea, no podía programar nada, no podía organizar nada, me agotaba mucho mentalmente, me tenía mal siquiera pensar que en realidad le podía dar hambre cuando yo tuviera una reunión con un gerente. Porque al otro lado eso no lo van a entender, ese gerente está en otro ritmo, no va a tener la empatía para decirme “ay ya pucha, dale leche a la guagua y después conversamos”, no. Sentía una incompatibilidad de la lactancia con el dolor, con mis otros hijos, con el trabajo online, y no quería pasar por ese suplicio.

Cuando tomé esta decisión mi marido me apoyó de inmediato. Él es mucho más práctico que yo y me dijo “demos gracias a dios que podemos comprar una leche fortificada y no le va a pasar nada a la guagua”; sentí un un alivio tremendo. Igual sentí culpa, no es algo libre de culpa, para nada. Al principio le pedí a mi pareja que no le dijéramos a nadie, porque siempre va a haber alguien que te va a preguntar “oye ¿y no le estai dando leche?”. Tener que explicar todo eso es un rollo, porque tampoco se entiende mucho. Por eso yo estaba todo el tiempo preocupada de que no se note, que no se vea, de que no le digamos a esta persona, porque efectivamente vienen del otro lado comentarios que yo ya sé. Sé perfecto que la leche materna es lo más importante, que le da protección, que le da inmunidad y todo eso… pero yo hoy tengo una guagua de un año y medio que no se me ha enfermado nunca. Hay guaguas que han tenido leche materna y han estado con sincicial hospitalizadas, entonces me despojé de todo eso y dije: el foco no es solo en el bebé, sino que también tengo que estar yo mentalmente y anímicamente bien.

Estoy en grupos de maternidad y me encanta cuando sale una que dice que le carga dar leche porque le carga no más; digo qué bueno, no soy la única. A mí no es que me cargue sino que me duele, pero cuando hablan esas mamás disfruto los comentarios de otras que también dicen que lo dejaron y digo: efectivamente no soy la única y no pasa nada.

Cuando le doy la mamadera lo miro a los ojitos, me pongo cerca igual como si estuviera en mi pechuga y siento la misma conexión con él que con mis otras dos niñas. Como la mamadera se acaba más rápido y no es como con la lactancia, en que uno está un montón de rato regaloneando, le compró un chupetito especial para que dure un poco más y no se sacie tan rápido.

Creo que las mujeres tenemos que saber que no pasa nada si no amamantamos, la salud mental y física es muy importante, estar con una guagua y poder disfrutarlo es lo importante”.

Raffaela tiene 33 años y es consultora.