“Suegra y nuera, perro y gato, nunca comen del mismo plato”, dice un antiguo dicho popular latinoamericano, al que se le podría sumar una lista de tantas frases arraigadas en el imaginario colectivo que resuelven poner a la madre mayor de una familia en un rol molesto y amenazante para las más jóvenes; “qué vivan las suegras, pero qué vivan bien lejos”; “las suegras existen porque el diablo no puede ocuparse de todo...”…Como sacadas de un mal sketch de humor de los ochenta, la imagen de la mujer vieja, fea, bruja que se inmiscuye en la vida de los recién emparejados para competir por poder y atención, es uno de los tantos roles en el que han quedado encasilladas las mujeres mayores y en el que, nuevamente, al igual como sucede con la ex esposa o la madrastra, las mujeres terminan siendo rivales. La suegra, la mala de la película, una bomba amenazante para la convivencia matrimonial versus la nuera, una intrusa que disputa el amor del hijo y el “poder” del hogar. Dos arquetipos machistas que, aunque aquí exagerados y en retirada, siguen predisponiendo e instalando prejuicios en un vínculo que, como cualquier otro, también tiene el potencial de ser amable, cercano, cordial, maternal, ambivalente y complejo como cualquier otra relación humana.
La psicóloga clínica Gabriela Espina, del Centro Psicológico Lazos y Nexos @centro_psicologico_lazosynexos, experta en trapia familiar y de parejas, nota que dentro de la cultura chilena existe un estereotipo arraigado de cómo es una típica suegra, adjudicándole ciertos atributos del todo negativos tanto a aspectos de imagen como de personalidad y formas de relacionarse. “Cómo olvidar a doña Tremebunda, la suegra de Condorito, serie de historieta cómica de la idiosincrasia chilena, al menos hasta ciertos tiempos. Dicha suegra representaba a una mujer complicada, quejumbrosa, negativa, rígida, en exceso protectora de la sexualidad de su hija”. Para Gabriela, estos estereotipos de suegra que encontramos en la cultura, además de generalizar y hacer que perdamos las particularidades de cada persona y cada relación, exageran, amplifican o bien anulan aspectos reales que nos dejan más bien en mundos fantasiosos e imaginarios, que podrían distanciarnos y desconectarnos de la posibilidad de establecer vínculos humanos. “Es un estereotipo de suegra desagradable que sin duda tiene fuentes machistas en su fundación, encontrando fuertes diferencias en la idea de suegro y suegra, hijo e hija, pololo y polola, donde en cualquiera de los casos la mujer queda en una posición desfavorecida o empobrecida, ya sea por su hostilidad en el vínculo o por la protección que merece”.
Lo cierto es que, nos guste o no, los estereotipos no vienen de la nada, tienen su fuente en la realidad más cotidiana y es algo observable incluso en datos. La psicóloga inglesa Terry Apter, de la Universidad de Cambridge, recopiló en el libro What Do You Want From Me? el seguimiento de una centena de familias a lo largo de dos décadas donde confirma que más del 60% de las mujeres entrevistadas reconocieron que la relación con sus suegras era causante de infelicidad y estrés en sus vidas. Al mismo tiempo, casi dos tercios de las nueras encontraban que las madres de sus parejas tenían un amor maternal celoso. ¿Por qué es tan común esta realidad? Para Begoña, quien prefirió salir sin su apellido, es un estereotipo con el que no es difícil toparse. Lo vivió cuando tenía 18 años el ponerse a pololear por primera vez. Cuenta que era una señora de militar de un grado alto y que desde que entró en la casa se instaló una tensión y rivalidad con ella que le era difícil de manejar y lo cual terminó dañando su relación. “Me preguntaba por qué no me arreglaba más, por qué no me maquillaba, quería que fuera una mujer súper arreglada. Me retaba por mis modales, hasta por picar la mantequilla, me apuraba cuando cocinaba, preguntándome qué iba a ser cuando fuera dueña de casa. Me recalcaba que mis papás no me pescaban, lo cual era cierto y eso me dolía. El colmo fue cuando una vez me dijo “tú no me vas a quitar a mi hijo”, cuando hablamos de la posibilidad de estudiar afuera con mi pololo. Siento que me veía como una competencia y no me consideraba lo suficiente como para ser su nuera. Terminó calzando con el estereotipo de suegra que entiendo hoy. Creo que era una mujer que se dedicó a la crianza de los hijos, muy enfocada en su casa, y que llegara yo hizo que se le desarmara esa estructura, yo era amenazante para ella”.
Según la experiencia de Gabriela en terapia de pareja, es cierto que la relación con los suegros en general aparece como una de las relaciones familiares con el potencial de tensiones, asperezas y aspectos difíciles, así como también un vínculo portador de experiencias de difícil tramitación, como hitos conflictivos explícitos. “Cuando mayor tensión aparece es cuando aparece una falta de diferenciación de alguno de los miembros de la pareja, donde se replican patrones, hábitos o comportamientos provenientes de los vínculos primarios de cuidado. Es decir, cuando alguno de los miembros de la pareja o ambos continúan aún identificados con sus padres o madres sin haber desarrollado con más claridad o fuerza su propia vida, aparecen temas como las competencias, las comparaciones, las exigencias o y/o la intrusión por falta de límites a las suegras y los suegros, donde alguno de los miembros lo reciente en términos de ver invadido su espacio íntimo y por tanto amenaza la propia forma de hacer las cosas. A veces hay temor a mostrar bordes y diferencias con las familias de origen y no solo con madres y padres, si no que también con hermanas, hermanos, tías, tíos, primas, primas, entre otros, y los motivos son variados, pero algo que se repite es la fantasía de rechazo o de perder algo en el vínculo afectivo, ya sea cariño, consideración, respeto, pertenencia, lo cual claro que podría ser doloroso, ya que incluye el riesgo de perder identidad”.
Un caso totalmente opuesto ha vivido Mariana Pérez de 42 años en sus dos matrimonios; siempre tuvo buena relación con sus suegras y sobre todo con la actual, cuenta. “Me siento bien afortunada, ella es una persona muy linda, nuestra relación es muy fluida, muy respetuosa. Las veces que me ha hecho comentarios o para decirme que ella haría las cosas distinto ha sido desde un lugar muy respetuoso”. Ella vive en Brasil por lo que no se ven a diario, sin embargo pasan algunos meses al año juntas 24/7. " Es cierto que nuestra interacción allí es bien intensa. Cuando nos tenemos que despedir es con mucha pena, con mucha saudade una de la otra. Fue una mujer muy relevante cuando tuve mi segundo hijo, mi parto fue desastroso con una cesárea de emergencia que no me esperaba, sufrí violencia obstétrica, quede bien golpeada y ella vino a acompañarme. Fue un apoyo fundamental de contención, como lo haría una madre, un pilar para sostenerme. Estuvo muy atenta de contenerme a mí y eso se lo agradeceré eternamente”. Para Gabriela, así como en este caso, la relación con la suegra también tiene el potencial de ser muy estrecho y de cariño, el problema está en querer forzar ese resultado. “Algo ocurre con una especie de intención por ser hijos e hijas de los suegros, o padres y madres de las nueras o yernos, como si la expectativa fuera per se ser familia, quererse, caerse bien y no pensar esto como un posible resultado dentro muchos cauces que puede tomar una relación. Creo que cuando se le sobre exige a las relaciones y a las personas empiezan los problemas, más que efectivamente todas las suegras sean iguales, que es lo que se instala con los estereotipos. Creo que entre más definición logran las personas de sí mismas, con bordes claros, compartidos con los demás con cariño y amabilidad, aparece la profundo, genuino y gozoso de los vínculos. Porque ya no se está desde el deber o el cuidarse del riesgo, si no desde la verdadera atracción o bien desde el honesto y liberador reconocimiento de que no todos somos compatibles”.
¿Es un estereotipo en retirada?
La suegra es parte de la vida familiar latinomericana, sobre todo en sociedades que envejecen cada vez más y en contextos económicos sociales que traen déficit habitacionales, como lo está siendo hoy Chile. Si pensamos que el 45% de los adultos mayores del país vive con sus hijos, y que 1 de cada 5 abuelos/as se está haciendo cargo de los nietos a diario, podemos hacernos una idea de la importancia de las suegras en el sistema familiar chileno. ¿Cómo lograr entonces, como mujeres, desmantelar los estereotipos que limitan esta relación? Desde el punto de vista de Gabriela, sin duda ha habido un giro dado los profundos cambios culturales en torno a la figura femenina y masculina, lo cual entre muchos otros contenidos desencasilla y nos permite comenzar paulatinamente a ir construyendo una identidad propia, dice, con menos cargas ajenas respecto a quién debería ser una suegra y por lo tanto encontrarnos con tantas formas como personas. “Si bien existe la posibilidad de hacer caracterizaciones sociales y culturales, muy útiles por ejemplo para la creación de Políticas Públicas en función de necesidades colectivas, esto no es lo mismo que pensar que todas y todos somos iguales y que por tanto portamos características iguales o idénticas. Podemos encontrar coincidencias sí, pero siempre matizadas con la identidad única e irrepetible de cada persona. Estos avances y expansiones subjetivas de la sociedad, por cierto que al igual que los estereotipos, no describe a la población completa, pero sí algunas de las tendencias importantes dentro de los más jóvenes y un desafío con el que se están relacionando los mayores, lo que se observa en la consulta, en la calle, en el espacio público y colectivo, es decir, la coexistencia de la diferencia, que no es que antes no existiera, si no que podríamos pensar que más bien no estaba legitimada y por tanto reprimida, lo cual inhibe y limita la posibilidad humana de crecer y evolucionar. El estereotipo del que acá se habla, esa suegra hostil y que alberga exageradamente aspectos indeseables por las personas, incluso para quien podría portarlas, está en retirada, observándose más bien un tránsito hacia la simetría entre suegros y nueras y yernos. Encontramos hoy en día relaciones más de tú a tú, con mayores experiencias donde se comparte de manera más completa y por tanto más integrada, es decir menos ocultamiento y más apertura a que el otro vea los diferentes aspectos de cada cual.