También conocido como estrés tóxico, nos referimos a los índices elevados de estrés materno, que según se ha evidenciado aumenta desde un 5% en la población general, a un 10% cuando la madre tiene estrés elevando, es decir en un 100%, duplicando el riesgo de que los hijos e hijas desarrollen problemas emocionales y conductuales en el futuro (Hair et al. 2015; Talge et al. 2007). La magnitud de estos efectos no es sólo significativa, sino que también trae serias repercusiones a nivel de salud pública.
Es un tema algo invisibilizado, si consideramos que al hablar de la reproducción intergeneracional de la vulnerabilidad nos referimos habitualmente a factores educativos, segregación socioespacial o acceso a recursos materiales, dejando de lado un elemento clave en la persistencia de brechas: el estrés de la mujer madre.
Evidentemente el bienestar de ambos padres es importante para el desarrollo del hijo/a, sin embargo la evidencia indica que el estrés de la mamá se correlaciona en mayor medida con la sintomatología infantil (Riquelme, 2018), lo que implica que el apoyo socioemocional destinado a disminuir el estrés materno potenciará también el desarrollo infantil. Una arista que no podemos dejar de abordar en miras a una infancia sana y protegida.
Esto, porque existe suficiente evidencia que indica que si la maternidad se vive en exclusión social y económica, sumándole los importantes desafíos de la crianza, puede generar un alto nivel de estrés materno que, como ya sabemos, afecta gravitantemente no sólo el bienestar físico y mental de esa mujer, sino también de sus hijos e hijas. En concreto, hablamos de que un nivel tóxico de estrés en el embarazo y crianza temprana puede acarrear en los niños trastornos conductuales, impactar los índices metabólicos y los logros educativos, por nombrar algunas consecuencias (Aizer, Stroud y Buca, 2015; Talge et al., 2007).
Una manera efectiva de reducir el nivel de estrés materno y favorecer, con esto, un desarrollo saludable en la niñez desde sus bases, es ofreciendo apoyo social y emocional a la madre. Un estudio encontró que este tipo de apoyo tiene un impacto fuerte y positivo en la disminución del estrés materno (disminuye, en promedio, 0.7 el nivel de estrés de la mujer en la escala DASS-21) (Rodríguez y Flores, 2018), lo que también se comprueba en el caso chileno con la experiencia de modelos de intervención como el de Fundación Emma, en tanto el 46% de las mujeres que participó de los programas, disminuyó su nivel de estrés parental después del acompañamiento (Centro de Estudios Fundación Emma, 2021).
Apoyar socioemocionalmente a la madre, en especial, en el periodo perinatal y en la edad preescolar de los niños, es un acto de justicia que se sustenta en principios básicos de la convivencia humana tendientes al cuidado y a la prevención de riesgo.
Así, focalizar las políticas públicas en prevenir los altos niveles de estrés en las madres más vulnerables es fundamental, evitando que se reproduzcan mecanismos intergeneracionales que aumentan los riesgos de desarrollo tanto en mujeres como en niños/as, contribuyendo, sin duda, a la disminución de la desigualdad desde la raíz.