Paula 1194. Sábado 27 de febrero de 2016.
Unos días después de su salida del gobierno, lo fue a ver un primo cercano, Iván, hijo de Iván Insunza Bascuñán, detenido desaparecido desde 1976. "Y yo lo que le decía era 'mira, una reflexión que he tenido presente desde hace muchos años es que mi papá tenía 37 años para el Golpe, era diputado y estaba en la plenitud de su vida; mi mamá tenía más o menos la misma edad. Todos sabemos lo que es estar en los 37, 38 años, con todas las velas desplegadas, y pasaron de eso a vivir en la clandestinidad y en el exilio. Entonces –le decía a Iván– comparado con eso, esto no es nada'. Espacio para andar lloriqueando no hay, tengo muchas más posibilidades de pararme y tener una vida profesional, sobreponerme a esto".
¿Pero te sientes en un pequeño exilio en este minuto?
Lo que siento a veces es impotencia de pensar que podría estar haciendo algo en estas circunstancias que siguen siendo críticas, podría estar ayudando, resolviendo problemas; es como estar enclaustrado sin posibilidad de intervenir. Es como un exilio interior.
Jorge Insunza está en una oficina sin ningún cuadro, foto o diploma en la pared, en el piso nueve de un edificio en Av Kennedy, donde está el estudio de abogados de Gonzalo Insunza, primo de su papá. Hay un sofá color crema, un escritorio curvo y carpetas apiladas en una mesa. Y su música, que lleva a todos lados, lo mismo que sus libros, que antes había trasladado desde la Cámara de Diputados a La Moneda cuando asumió como ministro secretario general de la Presidencia el 11 de mayo de 2015, y que sacó en una caja el día después de su renuncia al cargo, exactamente tras 28 días de haber jurado ante la Presidenta Bachelet.
Es pleno verano e Insunza lleva ocho meses tratando de rearmarse tras su abrupta salida del gobierno. Parte de esa rutina es en el estudio de abogados y la otra fue haciendo su práctica en la Defensoría Penal Pública, donde comenzó en agosto y terminó el 3 de febrero pasado. Ambas decisiones las tomó rápido, al día siguiente de dejar el cargo.
En la Defensoría, desde una oficina que es un cubículo en un pasillo, le tocó ir varias veces a la cárcel, oír dramas, conmoverse y también ser uno más.
"Al comienzo me pasaba que algunos se iban a dar vueltas como a mirar la rareza… Pero veía eso y me reía, era como 'chucha, es cierto que este gallo está aquí'".
¿Le tenías miedo a la inactividad?
No, me inventé altiro cosas que hacer. Y esta crisis no es necesariamente la primera ni la más grave.
¿No es la más grave de tu vida?
No. Para mí fue mucho más dura la derrota de mi reelección a diputado en 2009 (por San Miguel). Porque ahora tenía claro el problema. En cambio, en la derrota electoral tenía muchas más dudas, en el sentido de no saber por qué había perdido.
¿Te has preguntado qué hubiera pasado contigo el año pasado si tú no hubieras terminado tus estudios de abogado?
Sí. Pero no creo mucho en el destino… La verdad es que fue el momento en que pude hacerlo, porque siempre trabajé y estudié.
"Lo que siento a veces es impotencia de pensar que podría estar haciendo algo en estas circunstancias que siguen siendo críticas, podría estar ayudando, resolviendo problemas; es como estar enclaustrado sin posibilidad de intervenir".
Lo hizo, cuenta, vendiendo suscripciones, como barman, luego con Francisco Cuadra, que había sido su profesor en Derecho en la UDP y con quien trabajó en una oficina de asesorías y creó una estrecha amistad pese a las diferencias políticas. Después, formó su propia empresa con Max Colodro, lo "absorbió la máquina" y solo pudo seguir con algunos ramos, que pudo terminar tras su derrota de 2009. El examen de grado lo dio cuando había vuelto a la Cámara de Diputados, ahora como representante del distrito 9, de Coquimbo.
"Ahora, que de nuevo quedé con tiempo, decidí hacer la práctica. Es como un camino accidentado".
Un camino cuya última piedra fue la salida de La Moneda después de que se conocieran que durante un periodo como diputado, mantuvo sus asesorías políticas a Antofagasta Minerals.
La información se conoció el viernes 5 de junio y comenzó una pequeña tormenta que terminó en un enorme vendaval.
El domingo 7 en la mañana, Insunza redactó su declaración de renuncia, se puso una camisa celeste y se preparó para salir a La Moneda. Había citado a la prensa a las 6 de la tarde. "Y como a las 4 de la tarde Claudia, mi señora, me dijo que Jorgito, mi hijo de 17 años, estaba afectado y en desacuerdo con que renunciara. Lo fui a ver a su pieza, y me dice: 'Papá, ¿por qué tienes que renunciar si no has cometido ningún delito y otros que sí han cometido delitos no renuncian?' Estaba entre molesto y triste. Entonces me senté con él y le dije 'mira hijo, cuando uno comete un error, tiene que asumir las consecuencias. Cometí un error, y lo que corresponde es que renuncie'. Entonces me dice 'pero por qué, por qué no peleas, por qué dejas que... (a Insunza se le llenan los ojos de lágrimas) te ganen'. Entonces yo le decía, 'mira, tú me vas a ver después en televisión y no me vas a ver derrotado, me vas a ver peleando, pero al mismo tiempo eso es lo que a mí me va a permitir pararme con tranquilidad, porque yo habré asumido las consecuencias de mi error'".
¿Y tu hija?
Mi hija es más como yo.
Jorge Insunza es irritantemente controlado.
¿Y qué te dijo tu mujer cuando volviste a la casa?
Ella estaba más afectada. Porque uno sabe que estas cosas son así, pero la familia lo resiente. Aunque suene ridículo, es como cuando uno maneja un auto, el copiloto siempre sufre más. Tú estás más al control de lo que está pasando. Ahora claro, a Claudia le gustaría que yo me retirara de la política y, de hecho, se le cayeron unos lagrimones cuando a los pocos días yo le dije: "mira, eso no lo voy a hacer".
¿Sentiste que le habías fallado a tu familia?
No pienso eso, pero sí siento que mi honor estaba afectado y eso es algo que tengo que reparar, por mí y por mi familia.
LA CEGUERA
¿Y qué has decantado en estos siete meses de la salida de La Moneda?
Es una pregunta muy grande…
Tú mismo te la hiciste en el momento de tu renuncia ante las cámaras de televisión –"¿ por qué no lo vi antes?"–, más viniendo de una persona con fama de inteligente y analítica.
Eso es bien determinante. Esa fue la pregunta que venía masticando desde ese viernes. Y lo que sentía cada vez más claro era esa ceguera con las circunstancias. Veníamos acostumbrados a que estas cosas no eran tema y tampoco tenían la carga de cuestionamiento ético que hoy tienen. En mi caso, además, se fundaba en que todos esos vínculos con sectores empresariales, o con otros, no condicionaban lo que finalmente podía pensar y hacer en mi espacio público.
¿Aunque te estuvieran pagando?
Incluso, más bien al contrario, lo que sentía es que a través del análisis político entregaba mi visión y que eso tenía un valor en la medida que siempre resguardara esa autonomía de juicio, no hacer un informe ad hoc, sino una visión crítica. Por lo tanto, para mí siempre fue un espacio de mucha libertad.
Cuando uno mira desde fuera que el presidente de la Comisión de Minería hacía informes para Antofagasta Minerals, se ve a lo menos incorrecto... ¿Lo que dices es que uno desde dentro no lo ve?
Efectivamente, por eso digo que es una auténtica ceguera, no ver el problema, no tomar conciencia de él. Esa crítica es correcta, me hago cargo de ella. Y aunque esta crisis me golpeó a mí, muy directamente, en el fondo me alegra, porque son rupturas de sentido común, son un remezón. Es volver a darnos cuenta de que necesitamos mecanismos de control y balances de poder, porque siempre está latente el riesgo de encerrarnos en nuestras lógicas.
Bajo esa lógica, cuando volviste a ser diputado en 2014, ¿no habían ya cambiado suficientemente las circunstancias como para no insistir en las asesorías?
Sí y no. Estaban estos temas, pero una cosa es debatirlos y otra es transformarlos en una práctica. A eso me refiero con un cambio de sentido común; solo ahí se vive, se hace carne, se asume como algo que nos involucra.
¿Pero tienes entonces conciencia de que estuvo mal hecho?
Sí, por cierto, yo debí tomar la iniciativa de cerrar esas asesorías.
El jueves 4 de junio de El Mercurio le habían preguntado si su asesoría había terminado en marzo o después. "No, dije, terminó en octubre. Así, con tranquilidad". La periodista que trabajaba conmigo me dice: "Bueno, jodiste, te van a cuestionar por eso".
El sentimiento profundo ¿cómo era?
Ahí era indignación conmigo mismo, por mi ceguera. Esto es algo que yo debería haber visto, algo que yo debería haber ponderado. Y también la conciencia de que el error era absolutamente mío. Pero, al mismo tiempo, cuando calibré eso, fue un alivio. Era el alivio de la claridad.
¿Fue como caerse del piso 25?
No. Es que yo pienso trágicamente. Tengo una aproximación más bien trágica a la vida.
¿Sientes que todo lo malo puede pasar?
Claro, yo participo más de la filosofía del pesimismo constructivo. Siempre hay situaciones que pueden volverse difíciles, y lo que hay que hacer es prepararse. No vivo en el mundo de la esperanza ni menos en el de las ilusiones.
SU CRISIS PERSONAL
En 2002, Jorge Insunza estuvo separado de Claudia Jara, con quien está casado desde hace 22 años. Otra de sus etapas de crisis, de sus dolores.
¿Fue muy dura esa etapa? ¿Cuánto duró?
Estuvimos separados 9 meses. Fue amargo, porque para mí era revivir la separación de mis papás y sus efectos, sobre todo las distancias que se generaron. Para mí fue fundamental escribir sobre eso y mirar esa historia.
¿Cómo lograron rearmarse?
Aunque no lo creas, también fue clave –creo yo– asumir que nuestra separación era básicamente mi responsabilidad. Ella fue resintiendo mi tentación por la soledad o lo que llamo mi soledad acompañada; estar y no estar. No es ausencia de cariño, sino un refugio en mis pensamientos o en diálogos imaginarios antes de decir algo. Me cuesta contar lo que me preocupa, porque es como dar un problema. Ella en cambio es extravertida, espontánea, divertida, y se agotó. Me empeñé en volver y conversamos mucho. En fin, no había falta de amor, sino dolor.
"A Claudia (su mujer) le gustaría que yo me retirara de la política y, de hecho, se le cayeron unos lagrimones cuando a los pocos días yo le dije: 'mira, eso no lo voy a hacer'".
¿Valoraste más a tu mujer en este tiempo, después de salir de La Moneda?
Hay algo que volví a sentir: ella tiene algo de redención para mí, su amor me hace sentir una buena persona. En estos meses, eso ha sido un centro de gravedad.
En ese periodo escribió mucho sobre su infancia y la pérdida del padre por el exilio. Sus papás se separaron en el año 72, su padre se casó de nuevo poco antes del Golpe y armó otra familia. Jorge tenía 5 años. Su padre, el comunista Jorge Insunza Becker, pasó parte de su exilio en Moscú, Berlín y París. Su mamá, Magda Gregorio de las Heras, se quedó con Jorge y sus dos hermanas en Chile.
Militó siete años en las JJCC. Después Jorge pasó al Partido Socialista y luego al PPD.
¿La ausencia de tu papá marcó las diferencias políticas?
Al contrario, la cercanía que yo buscaba con mi papá ocurría en la política. En los años 80 yo iba mucho a la Biblioteca Nacional a leer diarios y revistas donde escribía mi papá. Lo que pasa, sin embargo, es que nuestra relación está inevitablemente marcada por las distancias de los años de clandestinidad y exilio. Eso deja huella, es la falta de vida cotidiana. No tengo memoria de que mi papá me haya retado. Tampoco se siente con la confianza como para hacerlo. Hemos discutido, hemos peleado, pero también con los cuidados de que no hay un fondo de historia que nos permita pasar ciertos límites. Mi salida de la Jota fue más tardía que la de varios de mis amigos, porque también fue una decisión muy difícil. Era quebrar con una historia familiar muy presente.
En el tema de los errores que cometiste, ¿influyó, por tu historia, la necesidad de tener seguridad económica?
Por cierto, por dos cosas. Siendo más joven veía con cierto pudor y espanto cómo algunos de mis amigos o gente que yo conocía se sacaban los ojos por un cargo en el Instituto de la Juventud. A mí me daba un poco de angustia eso. Por eso que nunca opté por un cargo público y monté mi propia empresa, que para mí era una fuente de libertad, de autonomía. Y creo que esa misma reivindicación de mi libertad fue causa de esta ceguera; siempre lo tuve muy presente. De hecho, solo fui candidato a diputado cuando ya tenía un patrimonio personal que me permitía tener esa libertad.
¿La otra razón?
Durante la dictadura, por la clandestinidad y el exilio de mi papá, nosotros pasamos muchas dificultades económicas cuando chicos. Nos quedamos viviendo con mi mamá y mis dos hermanas acá en Chile. Mi mamá, que es educadora de párvulos, montó un jardín infantil en nuestra casa en Ñuñoa. Empezó en el año 74 y hasta los 15 años almorzábamos en las mesas del jardín, con los pies estirados para los lados. Nunca pasamos hambre, mi abuela Raquel, la mamá de mi papá, nos ayudaba, pero vivíamos con lo justo, nunca hubo ninguna holgura. Pero tengo una sensación de orgullo con mi historia, a pesar de sus bemoles. Tú me preguntabas cómo estaba viviendo esto. Lo que me pasa es que no es que esta crisis u otras no me provoquen dolor, porque lo provocan, sino más bien es la reacción casi instintiva de cómo enfrentarlo. Y tiene que ver con mi historia. Yo tenía 6 años para el Golpe, pero tenía mucha conciencia de la situación que vivíamos. Cuando íbamos a ver a mi papá en la clandestinidad, mi abuela Raquel siempre nos decía: "ustedes no pueden contarle a nadie que estuvieron con su papá". Y cuando la escuchaba sentía que ella podía tener esa tranquilidad conmigo. Y lo que veía a mi alrededor era una actitud de entereza. Bajo ninguna circunstancia la dictadura podía hacerte desfallecer y, por lo tanto, ahí estaba esa fuerza de carácter para vivir.
REPARAR EL HONOR
Aparte de pensar en qué trabajar, ese domingo 7 de junio también pensó en los cuidados que tenía que tener consigo mismo para no deprimirse. "Por ejemplo, mantener altiro una actividad física. Es algo que aprendí cuando tuve que salir a Argentina".
Se refiere a cuando la CNI lo trató de secuestrar a los 17 años. Era un activo dirigente estudiantil de oposición. En 1984 salía de la toma de un liceo cuando tres sujetos trataron de subirlo a un taxi. Entre gritos y patadas de sus amigos logró escapar, esconderse y salir a Buenos Aires.
¿Había cierto pánico de salir a la calle?
Los dos primeros días hubo periodistas en mi pasaje y me quedé en la casa, pero después no. A los pocos días fui a dejar a mi hermana al aeropuerto. En un momento fui a comprar una bebida frente a la zona de embarque y un cabro me dijo "¿usted es el ministro Insunza?" Sí, le dije yo, así como diciendo ya, voy a tener que aguantar un pencazo… "¿Sabe qué?, quiero felicitarlo por su renuncia", me dice. "Fue súper digno".
¿Y lo más duro que te dijeron?
Lo que leía en las redes sociales, que había de todo.
¿Cómo era estar en la casa?
Me inventaba un poco qué hacer. Pero empecé a cachar que desde el primer mes, no tanto para la Claudia, sino a veces para los niños, era más incómodo que estuviera porque estaban poco acostumbrados. Igual estorbaba, en cierto sentido, porque por último por presencia mi hijo no podía jugar tanto al computador. En algún momento yo les dije –y nos reíamos– "¡están medio cabreados de que esté aquí después que me reclamaban que me veían poco!". Fíjate que lo que más he echado de menos es mi distrito, porque sentía que me hacía bien al alma. Muchas veces se habla de la vocación de "servicio público", y es cierto, pero eso está en el código del sacrificio. Pocas veces se habla de lo bien que le hace a uno.
¿Y crees que puedes retomar ese camino o quedaste invalidado por mucho tiempo?
Creo que es algo que puedo retomar, pero lo que he decidido es no tomar decisiones todavía. Quiero calibrar qué es lo que quiero hacer.
¿Pero lo que más te seduce sigue siendo la política?
Sí, totalmente. No soy un adicto, pero es lo mío. Es como cuando a un futbolista le quitas la pelota: siguen jugando todos los fines de semana, van a los estadios cada vez que pueden, sigue siendo una emoción que los mueve.
Tú quieres tener esa emoción, pero también estar en el mundo privado. Entonces tienes que tomar una decisión.
Creo que hay una distinción que irá decantando. El problema no es tener una actividad profesional previa, sino el conflicto de interés. Esa es mi lección. Y, por el contrario, también es muy peligroso que las personas dependan de los cargos, porque pierden autonomía de juicio o se desesperan por retenerlos. He visto mucho que no es sano que se viva de la política, eso genera sus propios vicios.
¿Y reparar el honor? Tú dices que no lo has reparado completamente. ¿Es posible?
Se me cruzan varias cosas con tu pregunta, pero creo que es un poco lo que estoy haciendo, tomar distancia, sincerar esta reflexión, reinventarme laboralmente y después, con calma, pensar cómo retomar una actividad política o pública.
¿Crees que te den el espacio?
Tiempo al tiempo. El tiempo decantará una diferencia: yo asumí mi responsabilidad y actué en consecuencia.
¿Cómo quedó tu relación con la Presidenta Bachelet?
Yo siento que bien, en paz. Pero después de mi renuncia no nos hemos visto ni conversado. Yo no lo he pedido y, sinceramente, como todas esas cosas se saben, ella tampoco debería hacerlo. Sería una señal de indulgencia con un error que ella no puede permitirse.
Es difícil de creer que no hayas quedado muy golpeado.
Es que para mí es una decisión vital que estas cosas no me van a abatir… fíjate que en 2010 me tocó hacer una asesoría en TVN a Mauro Valdés. Entramos en el manejo de crisis del Buenos días a todos cuando salió la Katherine Salosny. Me tocó relacionarme harto con el equipo y con Felipe Camiroaga. Los medios de farándula lo atacaban, lo pifiaron en el Copihue de Oro y también fue el verano en que se quemó su casa. Y Felipe nos dijo algo que a mí me interpreta mucho: "Alguna gente me pregunta cómo puedo estar bien después de haber perdido mi casa. Y lo que muchos no entienden es que yo decidí estar bien". Y eso es. Una decisión. No es ausencia de dolor, sino una disposición.