Paula 1163. Sábado 20 de diciembre de 2014.

Roberto Antezana tiene la cabeza en las estrellas. A los 57 años no usa celular. No revisa el mail. No ve las noticias ni lee los diarios. Tampoco es casado ni tiene hijos. Pero batió el récord mundial de búsqueda de estrellas supernovas (190 y una lleva su nombre) desde su oficina de asistente de investigación en el Observatorio del Cerro Calán de la Universidad de Chile. Ahí todo el día analiza centenares de fotos digitales tomadas por los potentes telescopios de Cerro Tololo en La Serena para las investigaciones de astrónomos chilenos y extranjeros.

Y, aunque eso podría ser interesante, no es de lo que trata este artículo.

Porque a las cinco de la tarde, como buen empleado fiscal, Antezana sale disparado de su oficina, pero no a ver tele a su casa, sino rumbo a uno de los cerros de Santiago o a algún punto alejado y preciso de coordenadas donde instalar su trípode y su cámara fotográfica para capturar una foto irrepetible: la Luna saliendo justo en la cumbre del Aconcagua; Venus pasando sobre la Virgen del San Cristóbal; la galaxia Andrómeda parada sobre el Cerro El Plomo. Y, de pasada, una flor con cristales de hielo, un penitente de hielo en un glaciar, o un atardecer rojo en Farellones que hace ver el reflejo del Río Mapocho como una serpiente de sangre.

Pese a su bajo perfil y vida solitaria, Roberto Antezana es conocido por cierto mundo sofisticado: estuvo en los programas Una Belleza Nueva entrevistado por Cristián Warnken en 2008, y en el programa Chile Outdoor en su faceta de montañista en 2012. Ha publicado algunas cosas en libros como Chile Oceánico y da charlas de astrofotografía en universidades.

Parece un hobbie simple: cosa de mirar y disparar la foto. Pero no es así, porque el instante que fotografía Antezana es único y, en la mayoría de las ocasiones, difícilmente repetible.

Como en el universo todo se mueve en infinitas espirales entrecruzadas, que pase un astro otra vez por un mismo lugar es un fenómeno que se repite en ciclos de cada 2, 8 y hasta 50 años. Conocer ese momento exacto, además, requiere un cálculo de precisión astronómica, suerte y experiencia de alta montaña.

–Son fotos de montaña a montaña. Así que si te toca nublado, ¡sonaste! A calcular todo y esperar tener suerte otro día en mucho tiempo más–, dice Antezana con su aguda voz de niño y sus movimientos eléctricos.

Muchos creen que sus fotos son retocadas en photoshop. O que son montajes. Pero no. Es purista hasta la médula. Solo hace poco dejó las fotos en película, únicamente porque ya no hay tiendas de revelado.

–Si no, seguiría con mi vieja Olympus OM-1–, dice.

Antezana siempre tiene algo en mente que salir a captar con su máquina de fotos, como esta vista del Aconcagua desde Valparaíso que causó polémica en facebook. Lo acusaron de haber hecho un montaje porque muchos desconocen que el monte, ubicado en la Provincia de Mendoza, se ve desde Valparaíso en los días diáfanos.

En ocasiones, Roberto Antezana ha esperado 8 años un suceso de 30 segundos, como es el paso de Venus en fase creciente sobre Chile. La primera vez, en 2001, tomó la foto con Venus pasando por la mano de la Virgen del San Cristóbal. Y la siguiente vez, 8 años después en 2009, lo captó sobre la punta del Cerro Manquehue. ¡Y tomó la foto justo cuando el planeta pasaba sobre las cabezas de unos montañistas!

–Esa foto no se podrá tomar de nuevo en los próximos 50 años–, dice.

–¿Seguro?

–Más que seguro.

LA FOTO DEL SECRETO PORTEÑO

"El Aconcagua no se ve desde Valparaíso", comentó un científico y andinista en la página web de la Federación de Andinismo. En junio de este año, Roberto Antezana publicó una foto de la bahía de Valparaíso iluminada por el último rayo de sol y en que el Aconcagua parece un gigante dorado que se viene encima de los cerros y los barcos.

–¡El tipo había hecho cálculos y todo! Y se negaba a creerme–, dice Antezana."¡Hasta cuándo usan photoshop en las fotos!", decía otro comentario. "Son una desgracia para el montañismo los que hacen esos montajes", escribió otra aficionada. Y así, entre halagos, 60 comentarios de incredulidad y casi insultos. Otros se burlaban. O reclamaban furiosos. Siguiendo esa curiosa polémica, me enteré de sus fotos.

–¡Tuve que retirar la foto!–, cuenta Antezana –¡porque incluso eran agresivos! Los que más saben son los peores. ¡Los más incrédulos! Es la envidia, creo yo, porque aunque parecen muy simples, son fotos muy complejas.

Muchos chilenos jamás han visto el Aconcagua porque en el Valle Central está oculto por el Cerro El Plomo y por las cumbres que están encima de la capital. Hay que alejarse a la costa para verlo. Pero lo que es peor, muchos porteños ignoran que desde la caleta El Membrillo, el mirador Marina Mercante o el Paseo Altamirano se ve claramente el Monte Aconcagua sobre la cordillera los días más diáfanos del año.

Inocentemente, esa foto del Aconcagua sobre la bahía Antezana la pensó como un regalo para los porteños que ignoran ese secreto que él descubrió en 1997.

–¡Y mira lo que me pasó!–, dice cruzando y descruzando los brazos rápidamente como Al Pacino en Rain Man.

Se sintió incómodo y casi dolido por las críticas. Porque Antezana es un hombre nervioso, extremadamente introvertido, pero sociable y sensible. A los 17 años salió del liceo sin saber qué haría en el futuro y con más incertidumbre que una viuda, se fue a la cumbre del Cerro San Ramón, a 2.600 metros sobre Santiago, y se quedó ahí acampando por tres meses como Siddhartha esperando la respuesta.

Recibía a los montañistas sorprendidos. Ellos le dejaban comida o él bajaba cada tanto a buscar, pero en sus conversaciones en la cumbre surgió algo que lo marcó de por vida:

–¿No te aburres solo acá arriba?–, le preguntaban.

–No, nunca–, respondía él. –Es que he descubierto que hay tanto que ver: las estrellas, los cóndores, las luces de Santiago, las flores de montaña cubiertas de hielo, los amaneceres, los atardeceres. ¡Me falta tiempo!

Los excursionistas lo oían por horas en la cumbre. Hasta que le decían, convencidos:

–En realidad eres libre. Si tuviera esa libertad, también lo haría.

Al bajar de su retiro en la montaña, su padre, el severo don Manuel Antezana (por muchos años meteorólogo del aeropuerto Cerrillos), lo agarró de un ala y lo llevó al sicólogo para que sentara cabeza y estudiara una profesión como sus tres hermanos mayores. Pero el sicólogo lo encontró más claro que él mismo.

Estudió tres años Artes Plásticas en la Universidad de Chile, pero lo dejó. Y, como desde niño era aficionado a la astronomía e iba casi todas las semanas al Cerro Calán porque vivía cerca, en la calle Charles Hamilton, un día lo invitaron a trabajar como guía del observatorio. Luego hizo estudios de física en la Universidad de Chile y partió al observatorio del Cerro Tololo en La Serena como asistente de investigación del gran astrónomo chileno Mario Hamuy.

Roberto Antezana ha esperado 8 años para capturar un suceso de 30 segundos, como es el paso de Venus en fase creciente sobre Chile. En 2001 tomó la foto con el planeta pasando justo por la mano de la Virgen del San Cristóbal. Y la siguiente vez, en 2009, lo captó sobre la punta del Cerro Manquehue, justo cuando Venus pasaba sobre las cabezas de unos montañistas.

En 1992 volvió al observatorio del Cerro Calán y comenzó a tomar fotos mezclando todo: el arte, la astronomía y la montaña.

Porque Antezana, además, se hizo andinista. Fue el primer chileno en escalar en solitario el Aconcagua, el 7 de febrero de 1985, y lo ha subido otras cuatro veces. La última vez, en 2006, estuvo a pocos metros de la cumbre bajo una tormenta terrible. Un alemán y un japonés murieron esa noche bajo vientos de 300 kilómetros por hora. Y Antezana estaba fuera del campamento base, ayudando en el rescate y tomando fotos con 42 grados bajo cero, con los dedos congelados. Todo por no perder el momento.

Hace tiempo se quedó una noche de Año Nuevo en la cumbre de El Plomo tomando fotos a 30 grados bajo cero.

–La película se cortaba por el frío–, cuenta. –La cámara casi no funcionaba. Se podía morir esa noche ahí.

Fue el primer chileno en escalar en solitario el Aconcagua en 1985 y lo ha subido otras cuatro veces. La última, en 2006, estuvo a pocos metros de la cumbre bajo una tormenta en la que murieron un alemán y un japonés. En esa ocasión, cuando había 42 grados bajo cero, él estaba fuera del campamento base tomando fotos con los dedos congelados. Todo por no perder el momento.

Es un bicho raro. Por eso no quiso tener hijos ni mayor compromiso. Y confiesa:

–Lo mío es la libertad. Ser libre. Para mí la muerte sería llegar en la tarde a la casa y echarme en el sillón a ver tele. ¡Esa es la muerte en vida!

Así que dentro de su vida libre e impredecible, cada tarde que puede se va al Cerro Manquehuito con 20 a 30 amigos que contacta por facebook (casi su único canal con el mundo). Antes llevaba al músico Joaquín Ipinza para que tocara new age viendo cómo el Sol se ocultaba sobre Santiago. Un placer que algunos tuvieron.

–Los llevo gratis. ¡Imagina si cobrara!–, dice. –¡Seguro que llegarían más, jajá!

Muchos le dicen que haga una empresa de outdoor, de trekking fotográfico. Pero él no quiere.

–Es mucha pega. Imagínate: cuentas, boletas, facturas. ¡Debe ser terrible!–, señala.

Antezana jamás ha vendido una foto. Tampoco ha ganado ningún concurso de los muchos en que ha participado. Quizá porque sus fotos son incomprendidas por los jurados. Solo las ha expuesto en galerías de arte en Santiago y en páginas web.

Pero es conocido por cierto mundo sofisticado: estuvo en los programas Una Belleza Nueva, entrevistado por Cristián Warnken en 2008,y en el programa Chile Outdoor en su faceta de montañista en 2012. Ha publicado algunas cosas en libros como Chile Oceánico y da charlas de astrofotografía en universidades.

LA MENTE EN LA LUNA

Desde hace 20 años, cada día de Luna llena Roberto Antezana se para en la misma ventana de su trabajo en el observatorio del Cerro Calán a mirar por cuál cumbre de la cordillera saldrá la Luna. Luego marca el punto grado por grado, en un detallado dibujo que ha hecho todo el perfil de la cordillera central. Así conoce a la perfección los movimientos del astro todo el año.

Desde hace 20 años, cada día de Luna llena, Antezana se para en la misma ventana del observatorio del Cerro Calán a mirar por cuál cumbre saldrá la Luna. Luego marca el punto exacto en un detallado dibujo que ha hecho con todo el perfil de la cordillera central. Así conoce a la perfección los movimientos del satélite todo el año.

El 6 de noviembre de este año sabía exactamente que la Luna llena iba a salir sobre el Monte Aconcagua. Claro que para verla, había que ir a la Quinta Región.

A las cinco y cuarto dejó su computador prendido (otro hábito de empleado fiscal) y partimos a 120 kilómetros por hora rumbo a Laguna Verde donde, según sus cálculos, en la ladera de un pequeño cerro se vería la Luna llena justo en la cumbre del Monte Aconcagua.

–Ojalá se despejen esos cúmulos. Llevo diez años persiguiendo esta foto (de la Luna en la cumbre del Aconcagua y que solo se da dos veces al año)–, dice, tomando el desvío de la Ruta 68 a Laguna Verde. –¡Y solo una vez todo me salió bien!

Es una foto simple y preciosa. El Monte Aconcagua como un gigante dorado, iluminado por un rayo de sol al atardecer y la Luna llena en la cumbre, roja y potente.

–Pueden pasar muchas cosas. El año pasado estuvo nublado. Y la vez anterior que lo intenté la costa se cubrió de pronto y no vi ni una lesera.

Llegamos al punto preciso de Laguna Verde. Por suerte, la cumbre de la loma es un sitio abierto. No hay árboles que obstruyan la vista ni tampoco hay alguna barrera o un guardia; los enemigos jurados de Antezana.

Pero el cielo no se despeja y el horizonte gris lo pone ansioso, intranquilo.

A las 20:14 comienza a salir la Luna. ¡Y le achuntó! A pesar de lo gris, el satélite se asoma entre las nubes y comienza a dibujar el contorno perfecto de la cumbre del Monte Aconcagua. Es un momento mágico, conmovedor.

En solo 4 minutos, el show de la Luna ha terminado. ¿Alguien más lo habrá visto? ¿Algún otro chileno tenía ese día los ojos puestos en el horizonte?, me pregunto.

–Los chilenos ya no levantan la cabeza del celular–, dice Antezana, sin dejar de mirar por el ocular de su cámara. Luego, sonriendo, mira la Luna extasiado. No con la certeza del adivino que acertó al lugar preciso, sino con ternura. O mejor, con gratitud.

–Cuando logro ver estas cosas siento igual que con la alta montaña o el mar: uno la naturaleza con el universo. ¡Pego las dos cosas en una foto! Aunque sea como una pulguita en una pelota de básquetbol. ·