Paula 1117. Sábado 16 de marzo 2013.

Cuando Federico Sánchez tenía cuatro años quería ser como los Beatles y le pedía a su mamá que le comprara los clásicos chalecos con cuello y que le cortara el pelo igualito a como lo tenían John, Paul, Ringo y George. A los cinco años, se fue a vivir a Mendoza con su familia y se dejó el pelo –en esa época castaño oscuro– largo hasta los hombros. A los 12, quiso vestirse formal y andaba por la vida con traje y corbata. Ya adolescente, hizo todo lo contrario: se volvió a dejar el pelo largo y comenzó a usar chalecos medio hippies, en un estilo que él recuerda y define como "chungungo pachamámico altiplánico". Hasta que vio la película La ley de la calle, de Francis Ford Coppola e, inspirado en Rusty James –el protagonista adolescente que admira a su hermano mayor y anhela volver a la época en la que reinaban las pandillas– se cortó nuevamente el pelo y se hizo habitué de tiendas de ropa usada.

Hoy, nadie duda que tiene un estilo único. Federico Sánchez, 49 años, casado hace casi 20 años y padre de dos hijos, es arquitecto de la Universidad Católica, vive en Providencia y le gusta contar con tiempo ocioso para salir a caminar. Colecciona autos de juguetes, y a lo largo de esta entrevista –a la que asistió con su hijo mayor–, se detuvo a comentar el modelo y el motor de cada auto que pasó por la calle y llamó su atención. Entre sus hobbies está la música y coleccionar objetos. "Me gustan las cosas por la capacidad que tienen de comunicar quién es uno", asegura.

Divertido y espontáneo, su buen humor impregna el ambiente. Pero, tal como ha mostrado en sus programas City tour del canal de cable 13C y Pensar es gratis, de radio Horizonte, también puede ser ácido y rotundo en sus opiniones: al mall de Castro, por ejemplo, lo calificó de "adefesio, bosta y mojón".

Actual decano del nuevo Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, que fue lanzado el año pasado, –un proyecto educacional inspirado en modelos como el Parsons The New School of Design, en Nueva York, y el Central Saint Martins College of Arts and Design, en Londres, y que unen carreras como Periodismo, Diseño de Vestuario, Arquitectura y Publicidad–, es enfático al dictaminar que a él no le interesa la moda. Concepto que separa, con fuertes argumentos, del vestuario y la tradición del buen vestir. "La moda no me parece interesante, porque es un mercado de desechos que no resiste ningún tipo de análisis", afirma.

¿Qué significa para ti la moda?

La mejor definición, y que es de Coco Chanel, es que la moda es lo que pasa de moda. Y por eso no me interesa. Lo que me interesa es el vestuario.

¿Cómo así?

Hay una distinción fuertísima: la moda es la máxima expresión de la obsolescencia, mientras que el vestuario es expresión de tradición y, como tal, de evolución y desarrollo. Se va poniendo a la altura de los tiempos, pero de alguna manera reconoce una tradición. A pesar de que no es desvinculable del tiempo, es un tiempo contenido.

Y entonces ¿cuál es tu postura con respecto a la moda?

Me parece que la moda es bastante más susceptible a juicio, porque hoy de alguna manera podría ser culpada de poco sustentable. El mundo del retail y el negocio de la ropa de temporada es fundamentalmente el sistema moda, en el que una multitienda te dice este año que lo que hay que usar son estampados a lunares, y el otro año son las rayas. Y si tú estás metido en eso, la camisa o el suéter que te compraste con lunares, después de un año, aun cuando está en perfectas condiciones, queda obsoleto. Y como tal, es desechado. Por el contrario, la tradición del buen vestir, justamente lo que intenta es combatir la obsolescencia a través de una tradición, un lenguaje y un sistema simbólico que trasciende lo temporal. La ropa de lujo es fundamentalmente sustentable.

Su look actual está inspirado en Carl Fredricksen, el viejo de la película animada UP, de Pixar. Lo cautivaron sus anteojos, su bastón y su corbata.

¿Eres muy trapero?

Tengo la suerte de tener ropa. Pero lo entretenido es que mi ropa, como no pasa de moda, se acumula, y me he ido haciendo de una especie biblioteca potente a nivel de vestuario. Una vestuarioteca. Y en ella tengo algunos favoritos, como mis chaquetas de tweed –algunas tienen fácilmente 40 años de vida y han sido herencias familiares o he comprado en tiendas de ropa usada– y mis trajes de pantalón corto, que me encantan para el verano.

¿Qué tan importante es para ti tener un look?

Es todo. Pero prefiero hablar de hábito. Porque el hábito no solo son las costumbres, sino que es aquello que posees, son tus haberes. Es como el dilema de "¿hace el hábito al monje o el monje, al hábito"? Creo que el monje se constituye esencialmente desde su superficie, que es su hábito. La esencia, a través del hábito de nuestro vestuario, se hace superficie. Porque ahí lo que uno hace es poner en escena aquellas cosas que no necesariamente son visibles. Desde ahí es que el hombre es hombre, desde el momento en que se hace persona y se personifica a través del vestuario. El hombre no es persona si está desnudo.

Usas bastón por necesidad, pero ha pasado a ser parte de tu estilo.

A los 20 años me dio una enfermedad que me dejó postrado, y hace cinco tuve un accidente en moto que me rompió elpie en pedazos. Trato de tomarlo como una oportunidad. Así, el bastón pasó a ser parte de mi atuendo. Lo mismo con los anteojos. Siento que todo es una oportunidad para expresar quién eres. Como el lema de Buzz Lightyear: "Lo importante no es saber volar, si no saber caer con estilo".

¿Qué es lo que quieres expresar con tu vestuario?

La maravilla del vestuario es que tiene la capacidad de ser virtualmente infinito. Me da susto quedar como siútico, pero para mí el vestuario es un sistema y, como tal, un lenguaje. Tiene muchas palabras y muchas combinatorias. Eso también le da una condición poética, en cuanto a poiesis, porque te da origen a ti mismo: te hace ser quien debes y quien quieres ser. Pero también es poético en cuanto es capaz de narrar asuntos complejos de manera sintética y abordar aquello que está más allá del lenguaje. Yo, fundamentalmente, tomo piezas tradicionales y hago una combinación inesperada, nada más.

Usas muchos colores.

No me parece que haya que tenerle susto al color. La naturaleza deja en evidencia que no hay combinatoria lógica y que es algo que no es susceptible a la razón. Es más bien emoción, y, como tal, se puede combinar de la forma más drástica y con toda la libertad del mundo.

¿Qué pasa cuando despiertas y no quieres comunicar nada?

Nunca me ha pasado. Tendríamos que esperar a que llegue ese día. Soy una persona que no tiene planes. Solo gozo la ropa y la oportunidad que ella da de expresar quién soy.

¿Tienes algún código para vestirte según si es día o noche o para ocasiones especiales?

Nunca miro mi agenda para ver cómo me visto. Es una decisión que tomo libremente cada mañana.

EL VESTIR CHILENO

¿Sientes que el chileno es consciente del poder de comunicación que tiene el vestuario?

No. Además, en Chile a la gente le da un poquito de julepe. Cada día se atreven más, pero todavía no asumen el vestuario como una oportunidad. Lo ven más bien como una necesidad de abrigo. Y el hombre nunca se ha vestido para abrigarse, se viste por una necesidad expresiva.

¿Qué opinas de la manera de vestir de los santiaguinos?

Fíjate que, al revés de lo que la gente piensa, creo que en Santiago la gente no se viste mal. Y cada vez se atreve más, cada vez hay más diversidad, lo que me parece súper bueno. No estoy de acuerdo con el chiste ese: "¿Cómo se reconoce a un chileno en un aeropuerto? Porque es como un argentino pero mal vestido".

"En Chile a la gente todavía le da un poquito de julepe vestirse como quiera. Se atreve más, pero todavía no asume el vestuario como una oportunidad, porque lo ve como una necesidad de abrigo. Pero el hombre nunca se ha vestido para abrigarse, se viste por una necesidad expresiva".

¿Cuáles son los códigos propios de los chilenos?

Es que es un work in progress, porque la cultura chilena está en proceso de cambio. Y en este sentido no puedo dejar de pensar en dos cosas: uno, el Chile que todos los que tenemos más de 40 años conocimos, y que es un país que respondía a un determinado modelo o cosmovisión surgida desde la austeridad, que reflejaba la pobreza del siglo XX. Era una cosa medio espartana y fuertemente influida por la Iglesia Católica, en la que cualquier forma de lujo era vista como una agresión al sistema. Pero con la implementación de políticas de libre mercado y el advenimiento de la globalización aparece otro Chile, que se da el lujo de empezar a transgredir este sistema. Prueba de esto es el metrosexual, que es el gallo que se arregla más, y el flaite, que tiene un cuidado milimétrico con su apariencia. Hoy día la gente se está permitiendo cosas que hace 30 años eran impensables.

¿Y te gusta este nuevo Chile?

Me gusta porque es más libre, porque hay más tolerancia a la diversidad; pero no me gusta el consumismo, me parece perverso. El Chile de antes era muy defectuoso, pero tenía una cosa maravillosa: un ritmo pausado, que supongo era lo que terminaba por generar buenos poetas. Esa demora tan propia de los 60 la hemos cambiado por una carrera loca por la obtención de bienes materiales. Eso me angustia un poco y es la razón por la que hablo de vestuario y no de moda, que está en el centro de ese sistema de consumo. A mí lo que me interesa es la elegancia.

¿Cómo entiendes lo que es ser elegante?

Para mí la elegancia es una oportunidad de expresar y construir cultura. Es tener la capacidad; y cito al arquitecto Oscar Ríos, académico especialista en Historia del Diseño, de decir la palabra precisa en el momento adecuado. No es un modo de vestir, es vestir del modo que corresponde. Uno no debe andar vestido de un modo determinado siempre. El inteligente y el elegante son fundamentalmente lo mismo: es aquel que despliega una gran capacidad de adaptación, sabe elegir y elige bien.