Paula 1131. Sábado 28 de septiembre de 2013.

–¿Ha visto alguna vez un ñandú? –pregunta el arrendador de autos del aeropuerto de Punta Arenas cuando menciono que voy a Puerto Natales, 380 km al oeste, a ver unos perros ovejeros.

–Por acá se ve todo tipo de animales. Se ven ñandús, caballos salvajes, guanacos, zorros, pingüinos. ¿Conoce las pingüineras?, –continúa.

Le devuelvo los papeles del auto y le repito:

–¡Yo solo quiero conocer los perros ovejeros magallánicos!

El pobre hombre pareció decepcionado. Pasa lo mismo con otros puntarenenses. En cualquier barucho dices "guerra" y de inmediato los beodos reviven las trincheras que cavaron en 1978, en el lío aquel con Argentina, por las islas ubicadas al sur del Canal Beagle. Dos tragos más e imitan los aviones zumbando. Dices "pingüineras" y se despachan lo que saben de Seno Otway, la reserva natural donde anidan estas aves. Pero dices "perro ovejero magallánico" y es como que le pusieran la mente en blanco. O se le vienen a la cabeza viejos galpones que se los lleva el viento, o la fiesta de la esquila en que le cortan la lana a las ovejas. A pesar de que hoy en Magallanes se crían casi 3 millones de ovejas para exportación de lana fina y carne y hay muchos ganaderos y ovejeros, es un mundo lejano. Los perros ovejeros viven lejos, apartados, en las inmensas llanuras. No son los quiltros de la ciudad.

La referencia más cercana que tienen los puntarenenses es el Monumento al Ovejero en la Avenida Bulnes. Pero muy pocos advierten que en la estatua fundida en bronce en 1944, hay dos perros. El escultor se lució con el ímpetu del ovejero encorvado contra el viento, el realismo del caballo, pero no se esforzó mucho en los perros que casi parecen otra oveja más.

Los estancieros lo llaman Barbucho, por los pelos que le cuelgan dándole una pequeña barba. Es pequeño. No más de 70 cm de largo, y 50 a 60 cm de alto. De Ojos inquietos, orejas caídas y dientes afilados. A diferencia de casi todos los perros pastores, el Barbucho ladra y hasta muerde a las ovejas a la orden del amo.

Pero para el veterinario de la Universidad de Chile, Rodrigo Iriarte (27), los perros de la estatua no pasaron inadvertidos. Él nació en Magallanes y creció a una cuadra del monumento y siempre le intrigaron los dos perros de la escultura. Incluso antes de estudiar Veterinaria veía la estatua y se preguntaba: ¿Por qué un perro va detrás del ovejero y otro en la punta del rebaño?

Ya estudiando Veterinaria y fanático de los canes, Iriarte empezó a investigar a los perros de la estatua en el museo local Maggiorino Borgatello y, al encontrar viejos retratos de ovejeros de los años 40, se dio cuenta que había un linaje prácticamente puro de perros ovejeros chilenos que aún se mantiene, único en el mundo y que eventualmente podría ser una raza de estirpe.

–Como los ovejeros criaban a sus perros seleccionando a los mejores, este perro chileno prácticamente tiene lo mejor de todos los ovejeros que llegaron a Chile.

Los estancieros lo llaman barbucho, por los pelos blanquinegros de la cara que le cuelgan dándole una pequeña barba. Es pequeño. No más de 70 cm de largo, y 50 a 60 cm de alto. De pelo liso largo, negro, gris y blanco. Ojos inquietos y orejas caídas. Dientes afilados, pero con cara de buenas pulgas.

Hace dos años Iriarte se propuso desempolvar los archivos y emprender la aventura de consagrar la raza de los barbuchos o perros ovejeros magallánicos como la primera raza únicamente chilena. A diferencia de su colega de faldas "el terrier chileno" (el perro de Condorito), de cuerpo blanco y cabeza negra, que aún no es admitida como raza internacionalmente y que tiene primos terrier parecidos por todo el mundo.

En su investigación, Iriarte se dio cuenta que él no era el primero en descubrir a los barbuchos.

LA CHIFLADURA DE MONTOYA

En 1970 un grupo de ingenieros de la Dirección de Aeropuertos del Ministerio de Obras Públicas recorría Magallanes para construir los aeródromos de Puerto Natales, Porvenir y Puerto Williams. Entre ellos hacía la práctica el ingeniero civil Eduardo Montoya, fanático de los perros y hoy juez del Kennel Club, la más grande red internacional de aficionados perrunos.

–Yo soy perrero de toda la vida así que ya tenía afinado el ojo. Recorriendo Magallanes me di cuenta de que en lugares muy distantes, además de los quiltros, encontraba el mismo tipo de perro ovejero. En Natales, Tierra del Fuego, Punta Arenas. Les pregunté a los gauchos y me dijeron que los llamaban barbuchos.

En esa época los arreos de ovejas no eran lo que ahora. El matadero estaba a cuadras del centro de Punta Arenas y la industria de la lana sacaba sus productos por el puerto. Los rebaños eran gigantes y los ovejeros llegaban con sus perros hasta las mismas puertas de la ciudad. Hizo un primer informe en calidad de propuesta de raza para el Kennel Club Chile.

–Les tomé muchas fotos pero había que hacer un registro perro por perro para confirmar esa hipótesis. Pero en esos años los gauchos los consideraban quiltros y los mezclaban unos con otros –dice Montoya en las oficinas en Santiago– era todo muy desordenado. Nadie iba a inscribirlos ni a mantener una raza pura.

Los estancieros ni siquiera se metían en el asunto. Los perros eran de los trabajadores.

–Así que el asunto quedó como chifladura mía no más.

Montoya concluyó que el barbucho llegó alrededor de 1870 desde las Islas Malvinas, junto con las primeras ovejas de lana merino. Y que el perro originario era probablemente un descendiente mestizo del pastor de Los Pirineos que se mezcló con muchas razas de ovejeros hasta generar, en 50 años, el típico barbucho chileno. Un verdadero cóctel genético que ladra.

Entre 1970 y 1990 poco se avanzó en confirmar esa raza en terreno, perro por perro. Pero hacia fines de los ochenta, después de que se fundó el Kennel Club de Punta Arenas, Montoya tuvo ocasión de recorrer de nuevo la zona y se llevó una sorpresa.

–Me informaron que los barbuchos habían comenzado a desaparecer porque los estancieros habían traído perros ovejeros importados, como los border collie (escoceses) y los kelpie (neozelandeses y australianos).

En 10 años se convirtieron en una moda.

El ganadero José Antonio Kuzanovich, uno de los más grandes de Magallanes y que creció jugando con los barbuchos de su padre, explica en Puerto Natales:

–En esa época la industria se contrajo y se modernizó y, como los border y los kelpie eran pastores innatos y eran fáciles de adiestrar, se hicieron muchas camadas y pronto desplazó a los otros perros que fueron "desapareciendo".

Esa es una forma elegante de decirlo. En realidad los mataban sin piedad. Porque en la Patagonia, perro que no trabaja, no sirve. No puede quedar desocupado ni vago. De una camada se salva uno o dos. Y el resto es para los buitres. Un perro abandonado es un riesgo porque le pueden regresar sus genes de lobo y atacar a las ovejas. Como de hecho ocurre con los perros que los citadinos abandonan en las carreteras de Magallanes.

–Además, los border y kelpie costaban dos millones y ¡a quién le iba importar un quiltro sin valor! –Dice Kuzanovich, que junto a su mujer Tamara Macleod, mantuvieron los mejores perros de su estirpe de barbuchos.

–Los barbuchos tenían 100 años y era una raza que se podía perder –dice Montoya. Solo sobrevivieron gracias a su resistencia para el trabajo.

Porque los border son muy buenos, pero cuando cruzan un riachuelo, por ejemplo, el barbucho pasaba su rebaño mientras que el border, se detiene a tomar agua y las ovejas se les dispersan.

–Una vez hicimos una apuesta con un puestero –dice Kuzanovich comprobando esta teoría– traíamos un rebaño de 300 ovejas y, como el río había crecido, había que pasarlas por un puente colgante. ¡Imposible! Quién iba a creerlo. Las ovejas no caminan sobre palos. El otro se desvió con sus ovejas y sus kelpie. Con los barbuchos nosotros cruzamos las 300 ovejas. ¡No se perdió ni una sola!

A diferencia de casi todos los perros pastores el barbucho ladra y hasta muerde a las ovejas a la orden del amo. Es aperrado hasta la muerte.

–Una vez los vi morder a un caballo para sacarlo del barro       –dice otro estanciero recordando las gracias de Kuzanovich– ¡Pícale, pícale! le ordenaban y sacaron al caballo del atasco.

El viejo se ríe. "No me acuerdo".

Entre las cualidades de este perro está su gran capacidad de trabajo. "Son aperrados", dicen los estancieros de Magallanes.

DE QUILTRA A PRINCESA

En este invierno Rodrigo Iriarte se dio a la tarea motu proprio de comenzar a recorrer gran parte de las estancias de la Patagonia donde hay barbuchos para registrar e inscribir los primeros perros de esta nueva raza chilena. Lo acompaño en el primer viaje. Piensa que le tomará dos años encontrar los 800 perros que se necesitan. Ocho líneas de sangre de 100 perros cada una, que no estén emparentadas entre sí. La geografía le ayuda, porque es difícil que un perro cruce 400 km para ir adonde una perra vecina. Aunque tratándose del ímpetu sexual de estos quiltros, nunca se sabe.

Nos internamos en la inmensidad de la pampa, en busca del perro chileno número 1. El fundador de esta nueva raza.

Gregor Stipicic en la estancia Santa Beatriz, de Isla Riesco, es dueño de Cadillo. El perro tiene diez años y está sucio y mojado. Su casita parece de Copeva, pero para él es como que estuviera en el Caribe. Salta de alegría al ver a su amo. Gregor, a su vez, explica y muestra cómo trabaja Cadillo.

–Un ganadero que tiene buenos perros se hace respetar–, dice llevando a Cadillo hacia un rebaño que está en un bosque de lengas–. Uno se luce. Hay competencias de habilidad en Argentina. Que otro estanciero venga y te pida el perro para tener crías, es ya lo máximo, casi un signo de sumisión a nivel de perros.

Nos corroe un viento antártico pero el perro trabaja como si no sintiera frío. Dos silbidos de Gregor y el perro busca una a una las ovejas dispersas por el bosque hasta casi un kilómetro a la redonda, las va reuniendo y trae el piño completo, corriendo detrás de ellas en zigzag. En 10 minutos hace el trabajo que a un hombre le tomaría toda la tarde. Y a mí, una semana.

–A pesar de su habilidad –me comenta Iriarte– Cadillo no se ve muy bien. Tiene un diente menos. Se ve deteriorado. Está a punto de jubilarse. No es lo que buscaba.

Gregor admite que el perro está fuera de forma. Nos recomienda que vayamos adonde los reyes de los barbuchos, los Kuzanovich a 380 km de distancia. El viaje solo es posible al día siguiente. Con esas distancias, pienso, los dos años para inscribir ochocientos perros, van a ser veinte.

El Barbucho llegó alrededor de 1870 desde las Islas Malvinas, junto con las primeras ovejas de lana merino.

José Antonio Kuzanovich tiene un centenar de ovejas y sus caniles en una parcela de Puerto Natales. Suelta a las perras Alondra y Pilcha y de inmediato van adonde está el rebaño. Probablemente la séptima generación de barbuchos en manos del estanciero.

Son jóvenes. Tienen apenas tres y seis años.

–Mira, mira –me dice de pronto Rodrigo Iriarte.

De inmediato ocurre el milagro. Como si fuera una coreografía, con dos silbidos Alondra se pone detrás de Kuzanovich, y Pilcha sale disparada hacia la punta del rebaño y queda la escena igual que el Monumento al Ovejero.

–Primera vez que lo veo en la realidad– dice Iriarte. Un perro delante, evitando que las ovejas se dispersen. Y otro detrás del ovejero esperando instrucciones para hacer que avance.

Kuzanovich camina y Alondra lo sigue detrás, pendiente de sus manos. Apenas el viejo levanta una mano, la perra sale disparada en esa dirección a apretar el rebaño por ese lado. Pilcha no deja la punta.

–Esa es la posición que no entendía del Monumento– dice Iriarte satisfecho– por qué un perro iba detrás…

Los dos perros hacen cada uno lo suyo. Las ovejas apretujadas parecen pasajeros del metro en hora punta. Van adonde los perros los llevan.

–¡Ta bueno ya!– grita de un momento a otro Kuzanovich y las perras paran de arrear y regresan adonde él, a remolonear un rato. Parece que las tuviera a control remoto.

El viejo estanciero les acaricia la cabeza a sus compañeras de trabajo. Aunque les da carne de cordero cada dos o tres días y les hace arrear rebaños difíciles por la nieve y las estepas, de algún modo se nota que los tres son felices.

El ganadero José Antonio Kuzanovich tiene un centenar de ovejas y sus caniles en una parcela de Puerto Natales. Suelta las perras Alondra y Pilcha y de inmediato ocurre el milagro. Como si fuera una coreografía, con dos silbidos Alondra se pone detrás de su dueño y Pilcha sale disparada hacia la punta del rebaño.

–Estos perros no los tiene cualquiera –dice él orgulloso–.Uno paga fácil 500 mil pesos por un perro bueno. Amansado, inteligente, que trabaje bien.

En una ocasión a Kuzanovich no se le dieron bien las cruzas de perros. Mató dos camadas de cachorros y dejó solo uno. El mejor.

–Acá no hay selección natural. Así es la cosa. Es la ley que se aplica en la Patagonia.

Alondra me mira con unos ojos casi humanos. ¿Fue la sobreviviente? Ahora, es la elegida: Rodrigo Iriarte ya tiene la primera perra en la historia de la raza del barbucho o perro ovejero magallánico como se llamará. Alondra es la fundadora número 1. Casi me tiro al suelo a tomarme una foto con ella para subirla a facebook. Pero no hay ceremonia ni coronación. Iriarte saca las fichas de papel del Kennel Club de Chile y una huincha de costurera y empieza a medirla y escribir: Largo, 70 cm. Alto, 63 cm. Hocico, 6 cm. Cola, 25 cm. Cráneo, patas, orejas, ojos café, pelaje café, etc. En suma: Alondra es linda. Peluda. Con dos ojos como botones vivaces. La segunda perra inscrita es Pilcha y el tercero, Pirata, quien ya le hizo "ñaca ñaca" a Alondra. Es muy probable que la princesa esté preñada, pero desde ahora, sus hijos y los hijos de sus hijos, tendrán pedigrí.

Pero Eduardo Montoya, en Santiago, advierte.

–No queremos que sea una raza de exhibición. Sino una raza da trabajo. Que no pierda sus habilidades innatas.

Iriarte está de acuerdo. Pronto traerá los dos primeros cachorros a Santiago a los caniles del Campus Antumapu de la Universidad de Chile. La primera raza de perros chilenos ha comenzado.

Alondra es la primera perra de esta raza inscrita en el Kennel Club de Chile. Tiene 3 años y vive en una parcela en Puerto Natales.