El liderazgo de Alejandra Wood

En todas las oficinas del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) cuelga el mismo cartel que informa sobre la misión del proyecto: aumentar el acceso a la cultura de todos los sectores de la población. Misión que, en tres años de funcionamiento, se está cumpliendo exitosamente. ¿Cómo sucedió que un edificio, que fue sede del gobierno militar tras el Golpe, se transformó en un centro de cultura abierto y democrático? Aquí, la responsable: Alejandra Wood.




Paula 1119. Sábado 31 de agosto 2013.

Tras el edificio del GAM, en el espacio que se conecta con el barrio Lastarria, varias camarillas de adolescentes, al ritmo potente de la música portátil, practican saltos y piruetas. Los chicos, en fila, se colocan frente al ventanal que da a la oficina de la directora, Alejandra Wood. Mirando su reflejo en el vidrio, corrigen detalles de la coreografía.

Alejandra (46, separada, 3 hijos) sale al patio y comenta que el baile que están practicando es una versión asiática del popular hip-hop, muy de moda entre los chicos urbanos. Como jugando, intenta imitar uno de los pasos. De lejos, se diferencia poco de las púberes delgaditas y medio chasconas que se mueven a su alrededor: lleva pescadores negros, botines bajos y una chaqueta oscura. Difícil adivinar que es la comandante de este buque que se llama GAM. Más bien parece una turista observando curiosa la variada fauna callejera que todos los días se toma el espacio, como si fuera una plaza o una extensión de la calle.

En promedio, llegan diariamente 2.500 personas al GAM, 70 mil por mes. Cifra que, según el ranking realizado por El Mercurio el año pasado, lo convierte en el centro cultural más visitado de Chile. 63% de los asistentes son menores de 30 años: van al teatro, a un festival de tatuajes, a un concierto, a una exposición, al lanzamiento de un libro, a un taller; pero también van a comprar zapatillas, a comer, a pololear, a practicar piruetas, a desplazarse en skate o, simplemente, a conversar. Durante el año pasado, por ejemplo, se realizaron en promedio 230 actividades mensuales, que incluyeron talleres, clases de hip-hop, yoga y un festival de tatuajes, lo que atrajo a muchos jóvenes de la ciudad que no suelen ir a museos ni galerías. También hubo una mayor diversificación del nivel socioeconómico del público, respecto a 2011, aumentando la presencia de los segmentos C2 y C3 y el público de comunas alejados de la Zona Oriente y de Santiago Centro.

Los resultados obedecen a una estrategia que se realizó durante el gobierno de Bachelet, y que desde el comienzo concibió la necesidad de transformar el edificio en un centro para la cultura urbana. Se trata de la iniciativa cultural más ambiciosa de su gobierno, cuyo propósito era generar un espacio muy activo, orientado a las artes escénicas y abierto a una amplia diversidad de público. Pero siempre hubo sospechas desde distintos sectores culturales sobre la factibilidad del proyecto, pues se temía que un edificio con tanta carga política pudiera apabullar a los visitantes. Las dudas fueron rematadas por el terremoto del 27F, que impidió que Bachelet inaugurara el Centro Cultural antes de dejar la presidencia. Finalmente, el destino quiso que en septiembre de 2010, el Presidente Piñera cortara la cinta. A su lado, Alejandra Wood, la flamante recién nombrada directora.

Si bien la nueva arquitectura del edificio ayudó muchísimo a conectarlo con la calle y a quitarle hermetismo, aún el proyecto debía desafiar a las voces que dudaban sobre si sería posible activar este espacio monumental y advertían sobre el riesgo de que quedara abandonado como un elefante blanco en pleno corazón urbano. Y la sospecha era mayor: también recaía sobre la propia directora, que no pertenecía a las instituciones culturales, sino que venía de la empresa privada, como encargada de asuntos externos de Minera Escondida, desde donde empujó la iniciativa de Teatro a Mil. Era una buena carta de presentación, pero Alejandra sabía que no era suficiente y que tendría que hacerse un lugar contra los prejuicios. Aun así, se lanzó a la titánica misión con mucho entusiasmo y bastante "inconsciencia", confiesa ahora.

¿Qué cosas de Chile y su cultura has descubierto en esta pega?

He comprobado que existe mucha ignorancia sobre la diversidad y la riqueza cultural que tenemos. Por ejemplo, yo no sabía que la cultura del tatuaje en Chile es impactante. También he sido testigo de la diversidad de personas e intereses que conviven, pero vivimos tan segmentados en el territorio que no lo sabemos.

¿Qué prejuicios tuyos te cuestionaste?

Obviamente quedó en evidencia lo clasistas y racistas que somos, porque no nos mezclamos. Pero, más allá de un tema ético, es pura ignorancia. Hicimos un festival de hip-hop que incluyó a todas las representaciones del mundo del hip-hop y hay muchos jóvenes que están girando en torno a esto y que se sienten sorprendidos de que un espacio importante como este los acoja, porque se sienten echados de todas partes.

"Reconozco que soy un animal de trabajo, soy súper pragmática y ejecutiva, busco soluciones y sigo mi intuición, pero ya no me estreso. Para eso tomo distancia. A los 46 años descubrí cuál es mi cuota máxima para no perder esa tranquilidad interior".

Desde tus 3 años de experiencia en el GAM ¿Qué críticas haces a la institucionalidad cultural chilena?

Creo que es una institucionalidad fragmentada. Hay mucho espacio para el trabajo en red, pero nunca las instituciones culturales nos hemos juntado como gremio a decir que hay cosas de la legislación que tenemos que cambiar. Yo, por ejemplo, si quiero vender entradas sin iva, no puedo; ni vender una copa de vino o de champagne, porque la ley de iva no lo permite. Ese es un tema transversal a todos los espacios y nunca nos hemos juntado para plantear algo en el Congreso. Es un sector precario que no se ha organizado para defender sus derechos.

¿Cuáles son las deficiencias de política cultural que te afectan como gestora?

La precariedad. Porque no sabes si el próximo año te van a dar plata o no. Los montos de financiamiento que provienen del Estado, del Consejo de la Cultura, se establecen año a año. Eso impide que yo diga: "Mi propuesta para cumplir con la política cultural en los próximos 5 años es esta y voy a medir los resultados de esta forma". Eso no existe.

¿Y eso te impide proyectarte a mediano y largo plazo?

Igual estamos trabajando una planificación a 2017-2018, dando por sentado que este lugar va a seguir recibiendo el apoyo. Pero he visto otras corporaciones a las que les han cortado el presupuesto y también existe la sensación de que todos los años tienes que ir a pelear. Echo de menos una política cultural de mediano y largo plazo.

¿Cuál crees que ha sido la clave del éxito de tu gestión?

Estar súper comprometida con la misión social del GAM y compartir con todo el equipo el sentido que esto tiene. Pero eso no quiere decir pedirle a la gente que se sacrifique por una misión social, sino, simplemente, que trabaje con profesionalismo. Los que estamos acá tenemos que ser capaces de crear una institución y el día de mañana, cuando yo me vaya, esto tiene que seguir parado.

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"He comprobado que existe mucha ignorancia sobre la diversidad y la riqueza cultural que hay en el país. Por ejemplo, yo no sabía que la cultura del tatuaje en Chile es impactante. También he sido testigo de la diversidad de personas e intereses que conviven,

pero vivimos tan segmentados en el territorio que no lo sabemos".

EL OTRO ESTILO

En sus tres años a la cabeza del GAM, Alejandra ha desplegado un estilo de gestión poco frecuente para los centros culturales chilenos. Su experiencia de 17 años en Minera Escondida marcó una mirada empresarial que pone el foco en la eficiencia, y que no descuida ni por un momento a los destinatarios de los servicios. Si bien 60% del financiamiento lo entrega el Consejo de la Cultura, el otro 40% depende de la venta de entradas, los auspicios y el ingenio que tenga la directora para atraer recursos. En este empeño, Alejandra ha echado mano a herramientas de marketing y también ha conseguido atraer recursos a través del restaurant y algunas tiendas.

Otro rasgo poco usual de su liderazgo tiene que ver con el trabajo interno corporativo. Como las grandes corporaciones privadas –que invierten muchos recursos en generar compromiso y adhesión de sus trabajadores– ha puesto un énfasis en lograr que el equipo GAM se ponga la camiseta.

Has dedicado mucho tiempo a que tu equipo internalice la misión del GAM: has hecho reuniones, talleres lo que al comienzo les parecía una lata a todos, hasta que les hizo click.

Puede ser una lata, es cierto, pero es totalmente necesario. Creo que el desafío de todas las organizaciones es en el fondo tener un sentido de pertenencia y unidad. ¿Por qué estamos juntos 8 horas diarias enfrentando problemas? ¿Cuál es el sentido? El sueldo no es suficiente para darle sentido al trabajo. La pregunta es ¿a qué estoy contribuyendo yo?

En la práctica, ¿cómo se hace?

Son reuniones periódicas en donde se trabaja en distintos grupos y se aplica una metodología para compartir ideas respecto de la visión y la misión, de manera participativa. Todos entendemos que formamos parte de un espacio de transformación social que brinda experiencias de participación y goce en el ámbito de las artes y la cultura a un público diverso y transversal.

Se te ha criticado porque el GAM genera recursos de maneras poco ortodoxas, como tener una tienda de zapatillas Puma.

Voy a ser súper honesta. Tenemos que generar 300 millones mensuales y eso implica tener una estrategia comercial. Teníamos una tienda que era necesario arrendar, pero muy pocas marcas arriendan una tienda en un centro cultural, porque aquí la gente no viene a comprar. Ahí pensé en una marca de zapatillas, que es un artículo popular, urbano. Y sabía que Puma tiene una estrategia destinada a apoyar el arte emergente. Nos juntamos e hicimos click altiro. El espacio que pusieron se llama Puma Lab y es un experimento único; la vitrina muestra a los ganadores de un concurso de arte. Siempre hay alguna exhibición y al menos cuatro veces al mes organizan conciertos de música emergente.

Ellos están invirtiendo entonces en programación artística.

Exacto. Y para nosotros no tiene costos, pero sí beneficios, porque atrae a un público que es afín al centro. Yo en eso no tengo prejuicio, considero que las zapatillas también son parte de la cultura. ¿Cómo queremos que no se envejezca el público si nos quedamos solo en la alta cultura? Siempre he tenido la visión de que este tiene que ser el centro urbano y eso pasa por tener a los tatuadores, a los raperos, a las chicas bailando frente a los espejos.

"El desafío de todas las organizaciones es tener un sentido de pertenencia y de unidad. ¿Por qué estamos juntos 8 horas diarias enfrentando problemas? El sueldo no es suficiente para darle sentido al trabajo".

La gente que trabaja contigo dice que nunca te estresas.

Reconozco que soy un animal de trabajo, soy súper pragmática y ejecutiva, busco soluciones y sigo mi intuición, pero ya no me estreso. Para eso tomo distancia. A los 46 años descubrí cuál es mi cuota máxima para no perder esa tranquilidad interior. Por otra parte, siento que esa distancia es sana; es mejor mirar el bosque que estar dentro de él. Yo no puedo estar enredada entre las raíces y las ramas.

¿Qué va a pasar contigo cuando cambie el gobierno?

Esta institución cultural, al igual que Matucana, Balmaceda 1215 o el Centro Cultural La Moneda, es una corporación de derecho privado y eso garantiza que no esté a merced del gobierno de turno. Ahora, indudablemente, si hubiese un ministro que no me quiere a mí como directora del GAM, tendría que convencer a los otros miembros del directorio y pedirme la renuncia. Pero más allá de eso, si pasa algo sería a mediados del próximo año y la verdad es que yo soy súper pragmática y prefiero concentrarme en el presente.

¿Pero tienes ese mismo desapego que te permite no estresarte?

Siento que todavía tengo mucho que hacer acá y estoy súper encariñada con el espacio y con mi equipo. Me costaría ahora estar en un trabajo que no tenga sentido social. Pero estoy abierta a lo que traiga la vida.

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