Tocofobia es el término con el que los especialistas se refieren al miedo que tienen algunas mujeres a quedar embarazadas, pero para quienes viven una situación completamente opuesta no hay una definición. Bien podría existir, si pensamos que el temor a no poder concebir está sustentado en que se trata de una realidad que, solo en Chile, afecta al 12% de la población femenina en edad fértil, según los estudios del Instituto de Investigaciones Materno Infantil.

Esos datos fueron incluidos en la última Guía Para el Estudio y Tratamiento de la Infertilidad que hizo el Sernameg en 2015, pero son parte de investigaciones de más de una década de antigüedad. Posterior a esto tampoco existen estudios que incluyan la problemática de la infertilidad por razones biológicas, por lo que no es de extrañar que exista mucho desconocimiento al respecto. Marcela Salgado, psicóloga clínica y matrona del Centro Ser Mujer, explica que “por eso se crea un miedo irracional a ser infértil, ya que se ha instaurado en el inconsciente colectivo que no poder ser madre es algo traumático, como una fobia impuesta a partir de la desinformación de los tratamientos que existen”.

Isidora Garín (26) ha vivido toda su adultez con ese miedo, asegurando que no fue hasta este año que averiguó que la infertilidad no era el final del camino, si es que algún día veía dificultoso su sueño de ser madre. Todo su miedo inició cuando su mamá se sentó a hablarle de lo complejo que había sido para ella tener hijos. “Cuando nos contó que había tenido un problema hormonal que evitaba que el espermatozoide fecundara el óvulo, sumado a dificultades para la implantación de éste en el útero, y también una endometriosis, el miedo de que me fuese a pasar lo mismo se apoderó de mi. No porque estuviese segura de que así iba a ser, sino porque vi el sufrimiento que nos transmitía de haber tenido que pasar por tratamientos y embarazos caóticos durante diez largos años para combatir la infertilidad y formar nuestra familia”.

Desde entonces, Isidora comenzó a tomar medidas para prevenir que le pasara lo mismo, pero la única que fue recomendada por un especialista fue la de no tomar anticonceptivos para evadir desórdenes hormonales que sí vivió durante la adolescencia con vómitos y desmayos. “Cuando le pregunté a mi doctora qué podía hacer para no ser infértil, inmediatamente me dijo que tenía que dejar de hacer lo que había estado haciendo hace años. Tuve miedo de pensar que estaba fallando desde ya, y decidí no seguir investigando sobre el tema. Es una paranoia que no quiero enfrentar, y para resguardarme de ella, evito el tema a toda costa”.

Erika Sferrazza, psicóloga clínica de la Universidad de Valparaíso y especialista en fertilidad de la Clínica de La Mujer de Viña del Mar, explica que el miedo a la infertilidad forma parte de los “temores globales que provocan una respuesta llena de estrés que luego se transforma en un escape, y que la mujer no quiera enfrentar el problema ni buscar una solución. De alguna forma, esto impide que podamos seguir informándonos y amainando la incertidumbre con diagnósticos más certeros. Lo más grave, es que en el círculo vicioso del escape, nos encontraremos que éste también nos genera ansiedad y culpa, por lo que no podremos estar tranquilas para enfrentarlo”.

Y si eres adolescente, enfrentarte a ese círculo puede ser un calvario. Yolanda Contreras, académica del departamento de Obstetricia y Puericultura de la Universidad de Concepción, explica que el ciclo de desinformación parte en esta etapa de la vida, porque la sexualidad sigue estando en el plano de lo prohibido y desconocido. “La mayoría de las adolescentes que empiezan a vivir su sexualidad lo hacen ‘clandestinamente’, por la culpa que se ha creado en ellas por comenzar hacerlo. En Chile no existe una educación sexual sin restricciones, la información es precoz y poco abierta, y eso nos hace un flaco favor, porque al momento en que sintamos miedos, el tabú va a encerrar la información que necesitamos que esté disponible”.

Evelyn Bravo (33) explica que esa fue una de las razones para que a los 25 años, sin nunca haberse cuestionado si quería o no ser madre, comenzó a tener ataques de angustia por sentir que algo podría andar mal con su cuerpo si no quedaba embarazada alguna vez. “A esa edad era muy desordenada con todas mis pastillas, y tuve dos años en que de saltarme una, o tomarme tres seguidas un mismo día, aún así nunca quedaba embarazada. Esa fue la primera vez que vino a mi cabeza la idea de que quizás era infértil. Me hizo sentir menos mujer en ese entonces, y si realmente me pasaba, sentía que iba a estar sola para siempre, y, sobre todo, que iba a ser yo la que iba a achicar la familia”, cuenta.

“Me dieron ganas de tener hijos, pero solo por cuestionarme el juicio social al que me iba a enfrentar si es que no lo lograba”, continúa Evelyn: “¿Qué les iba a decir a mis papás si es que de verdad era infértil y ellos soñaban con nietos? Era tanto el miedo, que el estrés provocaba que no me llegara la regla incluso en meses en que no tenía relaciones sexuales. Sufrí tanto que de a poco fui necesitando pensar más en mi y dejar ir la idea de que quería ser madre, porque era una mentira alojada en el qué dirán. Pero un día, pasó. Quedé embarazada a los 28 años, después de haber sufrido tanta angustia por pensar que quizás nunca iba a poder tener hijos. Me di cuenta que la presión me había afectado siempre, pero si hoy me preguntan, no volvería a embarazarme”.

La presión puede llevar a que el miedo se convierta en algo que nos controla y nos quita la opción de decidir. Marcela Salgado explica que “hay tantos prejuicios y tabúes sobre el tema porque se ha caracterizado a la mujer infértil como la mujer fallada. Se pone en ella la culpa porque desde que fuimos criadas no tuvimos el aprendizaje de que la maternidad es decisión propia. Como nuestra cultura sobrevalora la maternidad como algo divino, la mujer que se cree infértil puede intentar torcerle la mano al destino solo por presión social, para luego darse cuenta que tener un hijo no era lo que quería”.

Margarita Castro (36) quiso intentar tener hijos con su primer pololo a los 21 años. Estuvo tres años tratando, y no lo logró. “Decidimos separarnos, entre varias razones porque él siempre me decía que era yo la que tenía un problema. Mirando hacia atrás, veo a dos niños desinformados y apresurados, pero yo quedé con un peso enorme y miles de dudas sobre mi cuerpo. Luego lo volví a intentar con un hombre que ya tenía una hija y tampoco pude. Nuevamente me quedé sola. Pasaron diez años para que recién consultara a un médico, pero ya había decidido que si iba a ser madre alguna vez lo haría soltera, para no volver a pasar por presiones y desilusiones”, cuenta.

Elena Sepúlveda, ginecóloga y miembro de la Academia Internacional de Sexología Médica, y terapeuta del Centro de Sexología Integral, explica que si las parejas “empiezan a tratar de buscar un responsable, las culpas aumentan y se ponen más presión sobre las mujeres. Por eso es bueno que entendamos que el cuidado propio es fundamental, y que debe hacerlo regularmente para prevenir cualquier tipo de dilema”. Eso es lo que Margarita hizo cuando fue a visitar a un ginecólogo para consultar cómo salir de la incertidumbre de si era infértil o no. Pero a pesar de que ella había tomado su decisión, había una traba más para la que no estaba lista.

“Le conté al ginecólogo que mi intención era poder tener hijos a los 30 años, y mencioné que ya había estado un largo tiempo intentándolo sin resultados. Automáticamente, él me dijo que ‘éticamente no le correspondía hacerme una evaluación de fertilidad porque yo era una persona soltera’. Yo no podía creer que necesariamente tuviese que estar con una pareja para que me hicieran el examen, tampoco sabía si lo que me decía era real. Cuando le insistí en que no me parecía un argumento válido para la época, me dijo que no era bien visto si me lo hacía sin tener una pareja estable de por lo menos un año, y me mandó a mi casa a seguir tratando por lo menos por esa cantidad de tiempo”, dice Margarita.

Para Erika Sferrazza, el hecho de poder decidir cómo y cuándo queremos tratar nuestros propios cuerpos en el ámbito de la fertilidad, es tan importante como realizarse los chequeos anuales, o el test del cáncer de mamas. “Es absurdo que se exija que la mujer esté emparejada para cuidar su cuerpo, porque ella es libre de conocer y estudiarlo en el momento que quiera. Como especialistas tenemos que promover la perseverancia de las mujeres en el cuidado de su fertilidad, porque con el examen puedes planificar tu vida, decidir si necesitas ayuda o incluso, si puedes escoger cuando tu quieras ser madre”.

Es un examen importante, impartido principalmente por las instituciones privadas de nuestro país, excesivamente caro y que no está contemplado en las políticas públicas. Javiera Canales, abogada y directora de la fundación Miles que trabaja por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, explica que “no hay políticas robustas para ofrecer opciones a las mujeres que son infértiles, o para desmitificar el hecho de que la vida no se acaba si no puedes tener hijos. Hemos ocultado información en forma de tabú, perpetuado los roles de género en la salud e incluso, omitiendo otras oportunidades válidas para la maternidad, como la adopción de miles de niños que lo necesitan”.

Por eso es indispensable que al momento de hablar de educación sexual, a la prevención de las enfermedades y de embarazos adolescentes también le agreguemos un análisis sobre la percepción que cada una tiene sobre lo que es ser mamá. Enfrentándonos a esa información se puede romper con el miedo, y como explica Yolanda Contreras, “lograr por fin poner sobre la mesa el sentido que tiene la maternidad para cada una, un tema que no puede ser excluido de las jóvenes solo por ser menores. Solo así podremos dar lugar a la maternidad responsable, y a la toma de decisiones justas y compartidas”.