"Necesitaba energía", fue la frase con la que Pamela Díaz irrumpió en la portada de LUN hace unos días. La figura televisiva recurrió a la testosterona para, según ella, tener un shot energético que le permitiera cumplir con todas las exigencias cotidianas, además de modificar las estructuras del cuerpo, el pelo y la piel. Además, buscaba obtener un supuesto aumento de la líbido.
La noticia despertó preguntas sobre el uso de la testosterona, la automedicación y cómo, cuando se trata de personas transgénero, estas deben presentar un certificado psicológico y psiquiátrico para acceder a la hormona. La diferencia es que la Fiera se inyectó en su glúteo izquierdo una pastilla de liberación prolongada que contiene una solución de testosterona, que dura entre cuatro y seis meses, a medida que el cuerpo la va absorbiendo, mientras que en los tratamientos de reemplazo hormonal para personas trans, las dosis, frecuencias y duración de los efectos de la hormona son parte de un tratamiento sostenido en el tiempo.
Sin embargo, la hormona es la misma y está presente tanto en hombres como en mujeres, pero en distintas dosis. "Muchos pacientes e incluso algunos colegas ven la testosterona como la hormona de la juventud, pero eso no es así. La testosterona mal utilizada tiene consecuencias. No es llegar y automedicarse, menos con un chip. Hay que informarse antes de empezar un tratamiento", dice el urólogo Marcelo Marconi, jefe de la Unidad de Andrología de la Red UC Christus. La testosterona juega un rol importante a nivel biológico tanto en el hombre como en la mujer. En ellos, se trata es un rol muy estudiado. En la mujer, no tanto. "Existen ciertos estudios que aseguran que aumentando el nivel de testosterona en la mujer con un gel que contiene microdosis de hormonas se podría mejorar su deseo sexual, pero hasta donde yo sé no son estudios serios", explica el Dr. Marconi.
Uno de los aspectos fundamentales en los que la testosterona actúa es en la formación de caracteres sexuales secundarios durante la adolescencia, tales como el aumento de la profundidad de la voz, la aparición de la barba, el desarrollo de los genitales y el aumento la masa muscular. También tiene implicancias en el metabolismo óseo y en la formación de espermatozoides. En la adultez, es fundamental en la "calidad" de la erección, en el deseo sexual y puede llegar a influir en el ánimo.
Usualmente, existen dos tipos de pacientes que requieren de dosis extras de esta hormona: hombres cisgénero afectados con andropausia -proceso de disminución de la testosterona- y hombres trans que buscan masculinizarse a través de una hormonoterapia, para, a la larga, modificar anatómicamente su cuerpo.
Este último es el caso de Gabriel Saavedra (24), quien empezó su transición hace tres años. "Es difícil definir qué es ser hombre. Lo llevo a lo físico porque es lo más evidente, como la voz grave que tengo después del tratamiento, o el hecho de que ahora siento los músculos mucho más apretados, que tengo más fuerza y que me cueste llorar. Pero prefiero el término masculino, porque no me siento identificado con las dinámicas que son, supuestamente, propias de hombre", dice.
Para el sicólogo clínico Felipe Matus, la concepción clásica de masculinidad se construye desde el rol que juega la testosterona en el cuerpo de los hombres, lo que la hace ser vista como arquetipo biológico que "pareciera posicionar al hombre en un rol superior, siendo que las mujeres igual tienen y producen testosterona". Según el especialista, a nivel inconsciente, esto equivaldría a que el hombre estaría constituido por una sustancia que le daría fuerza, energía, vitalidad, músculos y todo lo que se relaciona con lo viril. "También la testosterona se relaciona con el deseo sexual, con la erección, entonces tiene una connotación que aúna muchas de las variables identitarias de lo que se entiende por hombre en la sociedad actual", dice Matus. Durante el proceso de transición, muchas personas adoptan estos elementos clásicos de la masculinidad. "Esto responde a que esos son los recursos más visibles que actualmente existen para construir la identidad masculina, y que marcan una diferencia entre ser hombre y ser mujer. Entonces, inevitablemente, si necesitas tomar elementos para deconstruirte o reconstruir una identidad, vas a tomar lo que hay", explica Matus.
Maximiliano Herrera (23) es consciente de lo anterior. Empezó su transición de manera casera y automedicándose, sin la aprobación de un especialista. Cuando se inyectó la primera dosis de testosterona, sintió inmediatamente los cambios físicos, como el calor constante y la energía, pero al poco tiempo decidió detenerse y "hacer las cosas bien". "Conozco muchos chicos que se desesperan y se hacen adictos a los efectos de la hormona. Si no consigues liberarte de la presión social antes de hormonarte, la euforia te vuelve loco y no ves que en realidad ser hombre no implica necesariamente tener la espalda ancha, ser peludo, musculoso y macho alfa", dice Max, y agrega: "Es muy fácil caer en estas dinámicas para encajar".
El psicólogo advierte un peligro en esta dinámica: "Me encanta la idea de que tengamos la opción de crearnos, y modificarnos tanto a nivel emocional, cognitivo, como físico, es un proceso de liberación del ejercicio de la voluntad y de responsabilizarte por tu propio del lugar en el mundo, pero creo que hay que observar cuáles son las variables identitarias a las que se accede en este proceso de transformación, y cuestionarse por qué optar por las más clásicas siendo que nos han hecho mucho daño como sociedad".
"Me he dado cuenta de que los hombres tienen una necesidad de dominación por sobre los otros. En los grupos de amigos, evidentemente, siempre hay uno que lidera a los demás", dice Max. Para Matus, el mito fundacional de la masculinidad en nuestro país se remonta a la Guerra del Pacífico: "Chile se presentó con valores de soldados rectos, valientes y patriotas. Dentro de los relatos de los periódicos de la época hubo un proceso de feminización del enemigo peruano. A Lima se le veía como una ciudad exótica a la que el soldado chileno llegaba a poner orden, como si Lima fuera una mujer descarriada. Hay todo un relato en el que se hace reseña a que el peruano es un hombre afeminado y que está corrompido, por lo tanto, que adoptó comportamientos femeninos". Esta idea de masculinidad sería una matriz de dominación que se rehace y reinventa a través del tiempo, y hoy encuentra su extremo caricaturesco en figuras como Trump y Bolsonaro.
Sin embargo, la testosterona no es la responsable de esta caricatura violenta y avasalladora. "Que la testosterona produzca comportamientos violentos es un mito. Si les medimos la testosterona a una población de hombres más agresivos y luego a otros menos agresivos, los resultados son los mismos. No hay diferencias", asegura el Dr. Marconi. Por eso, debemos desmitificar esta hormona y observarla como una sustancia constitutiva tanto de hombres y mujeres, separada de las construcciones sociales. Para el sicólogo, esta es una oportunidad de cambio, ya que tendemos a creer que la identidad es estable. "La gracia de la identidad es que a pesar de que es una estructura que introyectamos y que es profunda, es algo que también podemos modificar. Se nos critica cuando cambiamos de idea, pero el cambio es positivo. Es importante perderle el miedo al vacío identitario. Mientras no nos liberemos de esa necesitad de pertenecer o de ser validados a través de estas identidades establecidas, no vamos a cambiar", dice Matus. "Como individuos tenemos esa necesidad constante de transformación. Lo importante es atreverse".