Todos tenemos un Chile donde hay problemas que no vemos o entendemos, cosas con las que sencillamente nos cuesta empatizar. Son demandas que nos resultan lejanas: esas que están en medio de la desesperanza de las listas de espera, del miedo a las balaceras –que no se oyen en otros lados de la cuidad–, del papá y/o mamá que no ve a los niños porque lo único que hace es trabajar o de la frustración de llevar a los niños a colegios donde no aprenden. Y aunque no es necesariamente algo intencional, hay cosas que no nos afectan directamente en esta sociedad tan desconectada donde hay tan pocas oportunidades de que estos mundos coincidan y de que nuestras realidades se vinculen íntimamente, y no desde encuentros donde unos tienen una posición de privilegio frente al otro.

Así nos vamos alejando cada vez más y nos parece cada vez más difícil entender cómo piensa el que está del otro lado. Y para los dos lados es lo mismo. Nadie puede tener las perspectivas de todos los chilenos. Obviamente para todos hay un "otro Chile". Pero aquí la pregunta importante es si somos conscientes de ese punto ciego, si nos importa y si estamos haciendo algo para acortar distancias y ampliar nuestras miradas.

Ahora, si tenemos una posición de poder, no tener conciencia de esto es más grave, porque acarrea tremendas consecuencias. Por mi trabajo como director ejecutivo de Enseña Chile, lo veo todo el tiempo en educación. El sentido de urgencia cuando trabajamos por mejorar la educación de otros niños no puede ser distinto de cuando lo hacemos por mejorar la educación de nuestros propios hijos.

A mí, que soy ingeniero en transporte de profesión, me llama mucho la atención el nivel de nuestra infraestructura vial, tanto más desarrollada y de punta que nuestro sistema educacional. Y creo que la razón es bien simple: las calles y carreteras las usamos todos. Un hoyo en la calle lo sienten muchos, en cambio la "mala educación", algunos no la padecen nunca. Se privilegia lo que más nos afecta, o lo que todos comprendemos en su real dimensión.

Para el gobierno de turno, ya sea de izquierda o derecha, esto trae al menos dos implicancias fundamentales. Primero, hay muchos temas que sencillamente no entran en la agenda. El mejor ejemplo estos días es el SENAME. Mueren cientos de niños y el tema está en portadas de diarios un par de días, pero luego el titular se desvanece, aunque los niños no, siguen ahí. Pero al parecer como no se correlaciona con votos, marchas o mucha gente muy enojada por redes sociales, no clasifica como prioridad en el presupuesto del próximo año.

El contraejemplo es la gratuidad universitaria. ¿Hay evidencia que respalde esta priorización? No que yo conozca, pero le afecta a las autoridades porque podría acarrear votos, saca gente a las calles y provoca la opinión de muchos. Es prioridad en el presupuesto sobre muchas otras cosas donde la evidencia, el dolor y la urgencia es evidentemente mayor.

Segunda implicancia: aunque exista una voluntad por priorizar un tema "del otro Chile", el "diseño" de una solución que no comprenda bien el problema se traduce en una tremenda pérdida de recursos. Déjenme poner ahora el ejemplo de Transantiago. Sin duda el modelamiento computacional previo trajo buenos insumos para el diseño de este sistema de transporte, pero no me cabe duda que se hubiesen cometido muchos menos errores si las personas a cargo del diseño y la implementación hubiesen sido usuarios frecuentes del transporte público y/o choferes de bus de un recorrido. O al menos, consiente de su punto ciego, hubiesen indagado y ponderado las opiniones de los usuarios.

¿Cómo se puede mejorar este aspecto? Peter Senge, en su artículo "The Dawn of System Leadership", del Stanford Social Innovation Review nos recuerda que la raíz de la palabra "liderar" (leith), significa algo similar a "cruzar al otro lado, despojándose de cualquier cosa que te limite".

En una época de creciente polarización, donde la colaboración es esencial para la solución de problemas, se necesita resaltar y promover liderazgos colectivos más que "héroes" mesiánicos.

El punto que me gustaría resaltar de esa lectura, es el poder que tiene hacer cosas juntos. Es difícil comprender al otro Chile desde un escritorio, una oficina y/o encerrado en cuatro paredes con los amigos de siempre. Recuerdo las discusiones entre los profesores de Enseña Chile luego de las movilizaciones 2011. Antes de entrar a hacer clases a un colegio vulnerable cada uno estaba más seguro que el otro en cuanto a su punto de vista. Preguntaban y escuchaban muy poco "al otro". Luego de las complejidades que vivieron durante los dos años en que hicieron clases, con victorias y fracasos juntos, sin duda cambiaron su disposición. Empezaron a escuchar con más hambre, a entender que trabajar juntos es la única forma de solucionar problemas de esta envergadura.

Al hacer cosas juntos uno se da cuenta que somos parte de un sistema más grande que el propio, que la verdad ni empieza ni termina donde lo hacen mis vivencias. Y eso genera un entendimiento común del problema y una co-creación de soluciones posibles. No un enfrentamiento de opciones excluyentes.

Pero esto cuesta y es poco común, porque implica salir de mi zona de confort. No es posible conocer ese "otro Chile" gratis o desde la tribuna, hay que meterse a la cancha… jugar codo a codo con los otros talentos. Opinar menos y correr o hacer más.