Paula 1116. Sábado 2 de marzo 2013.
Ha tenido que ver cuanto programa de farándula existe en la televisión criolla. No necesariamente porque quiera enterarse de los últimos chismes de famosos, sino porque le sirven como inspiración para encarnar a Gloria, la protagonista de la nueva ópera del compositor y director Sebastián Errázuriz, el mismo que en 2009 recibió un Altazor por su aclamada obra lírica Viento blanco. En la pieza de cámara –que recibió 67 millones del Fondart para su ejecución– la mezzosoprano de 36 años, egresada del prestigioso conservatorio de Leipzig, personifica a una artista chilena que llega al país como invitada a un estelar de farándula, en el que le enrostran una antigua relación con el animador. "Es una obra en clave comedia que trabaja mucho con la ironía. Tiene frases muy típicas de estos programas como 'ojo con ese dato' o 'gracias por la conversación tan franca', cuando en realidad el entrevistado no ha abierto la boca", dice la cantante que fue convocada por Errázuriz en 2009 para unirse al proyecto y no dudó ni un segundo en confirmar su participación. "Esta pieza desarrolla una temática contingente, con un lenguaje súper actual", explica mientras se declara en contra del prejuicio de que la ópera es elitista. "Hoy hay mucha subvención para las artes y una entrada a la ópera cuesta mucho menos que ir a un concierto de Madonna. Entonces, ¿qué es lo verdaderamente elitista?".
Pese a que su rol como Gloria está conectado con la televisión, para la hija del reconocido siquiatra Otto Dörr ese mundo y, en especial el de los entretelones de sábanas, la tiene sin cuidado. No tiene tele en su casa y cuando chica tampoco había una en el hogar familiar. "Es un mundo paralelo al mío. La encuentro patética, triste. La obra es un espejo de la absoluta pérdida de moral y principios que tiene la farándula. El afán por el voyerismo, por saber la intimidad de los demás. Y para qué decir lo que gozan cuando al otro le va mal, cuando llora. Y si el invitado no quiere hablar, le pagan a la mejor amiga para que cuente sus intimidades de la infancia. ¡Es terrible!", dice Constanza, y recuerda que su gran entretención cuando niña era llegar del colegio y abrir una maleta llena de cassettes con cuentos infantiles alemanes y escuchar uno mientras se ponía a dibujar por horas. Una de sus grandes pasiones. Tanto, que durante su etapa escolar –desde primero a cuarto medio– iba dos veces por semana a clases de dibujo con la pintora Carmen Silva.
Entre los 16 y los 21 años fue también modelo para distintos comerciales de televisión. Su debut fue en revista Paula, para la cual hizo varias modas y portadas. "Mis papás lo encontraban simpático, pero me decían: 'ser alta y flaca no tiene ningún mérito'. Yo no me sentía ni bonita", dice. A los 17, con la plata que juntó modelando se fue sola por tres meses a recorrer los museos de Europa. Se quedó en albergues para recorrer y verlo todo. "Mi padre siempre me dijo una frase que es de las más importantes que me han dicho en la vida: 'Confíe en que nada le va a pasar. Confíe en que el mundo es bueno. No tienen por qué hacerle algo malo, confíe en la gente. No crea que la están pelando o que le van a hacer algo malo, hasta que no pueda usted demostrar lo contrario. Eso es lo que nos diferencia de los esquizofrénicos, que ellos no tienen esa confianza básica en el mundo. Ellos no han tenido esa confianza y por eso tienen esas paranoias, que los van a envenenar, que la gente los pela, que los persigue. Usted, simplemente, confíe'".
Casada hace casi dos años con Adrian Mundt, un siquiatra alemán con quien tiene a Julián, su hijo de nueve meses, Constanza –la menor de seis hermanos– desde siempre recibió la fuerte influencia intelectual de su padre. "Él inspiraba mucho todo lo cultural. De chicos pasábamos recorriendo los museos en Europa, pero siempre de una manera muy relajada, no academicista. No era como: 'ahora se tienen que aprender las obras de este pintor', para nada. Lo hacía lleno de entusiasmo y lo equilibraba con un restorán relajado o un bar", dice. Lo mismo ocurría en casa, donde se escuchaba solo música clásica, en especial las sinfonías del austriaco Gustav Mahler, quien hasta hoy es su compositor predilecto. "A los 13 años mi papá me regaló el réquiem de Brahms y luego la ópera Salomé de Strauss. Lo hacía porque él encontraba que eran piezas tan magistrales que yo debía conocer. Entonces me decía: 'escuchémosla juntos'. Así, el regalo incluía pasar ese tiempo juntos, disfrutando de la música", recuerda Constanza, quien desde siempre tuvo una sensibilidad especial por los clásicos alemanes, cuyas óperas entendía a la perfección ya que en su casa siempre se habló en alemán y español, por la ascendencia germana y porque la familia vivió en Heidelberg cuando ella tenía apenas un año. "Es un plus bien grande. Yo no tengo la misma relación con la ópera checa porque no la entiendo. La ópera en alemán, en cambio, la entiendo hasta su mínima palabra, hasta su mínima expresión hecha música".
Da la sensación de que vienes de un mundo bien exigente.
Al contrario. Por ejemplo, mis padres nunca me preguntaron por las notas del colegio, nunca supieron qué notas tenía. Esperaban que yo me motivara por las cosas que les interesaban a ellos y con ese entusiasmo ellos me las mostraban. Siempre me dejaron hacer lo que yo quería pero, a la vez, cada cosa con sus reglas bien al estilo alemán.
¿Cómo es crecer biculturalmente?
Te marca mucho. Vivimos en Alemania del 78 al 81 y cuando volvimos seguí en el mundo alemán: en mi casa se hablaba ese idioma, estudié siempre en el Colegio Alemán, sin embargo, estábamos inmersos en la cultura chilena. Entonces, es raro porque en Chile me siento totalmente en casa, pero donde más en casa me siento –aparte de con mi familia– es con la gente bicultural: personas, que al igual que yo, han tenido una formación chilena-alemana. Siempre digo que hablo 'castelmán', porque si me dejas hablar fluidamente lo que me nace es mezclar.
CANTANTE CON PORFÍA
No siempre estuvo en sus planes ser cantante. Solía interpretar las óperas que escuchaba en casa para sí o disfrutaba cantando en el coro de su colegio. Pero la idea de ser solista, jamás. Solo una vez, cuando tenía 16 años, vivió un momento de epifanía después de ver la película belga El maestro de música, de Gérard Corbiau, sobre un barítono en el ocaso de su carrera que enseña ópera a dos jóvenes. "Fue alucinante. Al final, cuando el profesor muere, suena la canción Me he desprendido del mundo de Mahler. Allí pensé: 'Aquí está todo. Si yo llegara a cantar eso algún día, puedo morir tranquila, sería una misión cumplida en la vida'". La idea le quedó rondando, pero al salir del colegio había otro objetivo que perseguir: Medicina; soñaba con ser pediatra. Pero el puntaje no le alcanzó.
Entonces Artes o Arquitectura se veían como buenas opciones, pero por tincada eligió Canto y entró a estudiar a la Universidad de Chile. La idea era hacerlo por un año mientras preparaba nuevamente la PAA, pero fue en la práctica que supo con certeza que la música era lo suyo. Aunque un año y medio después se cambió a Licenciatura en Música en la misma universidad, al terminar la carrera Constanza estaba convencida de que quería retomar esa pasión por el canto. Tenía 27 años y no iba a ser fácil, considerando que los cantantes líricos comienzan entre los 17 y 18 años a profesionalizar su vocación. "Con la licenciatura aprendí todo lo que sé en cuanto a música. Es una carrera muy completa: tiene cinco años de piano, teoría de la música, análisis, composición, dirección coral. Fui alumna de grandes maestros como Cirilo Vila, Elvira Savi, Fernando García, todos premios nacionales. Me sentía lista para cantar", detalla Constanza, quien hoy enseña clases de canto –cuatro días al mes– en el Teatro del Lago, en Frutillar.
Fue así que postuló a un Fondart para estudiar canto en el Conservatorio de París y luego se ganó la beca Master Profesional que da el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia para continuar con sus estudios. Allí cantó en varios conciertos en París, Biarritz y Niza y participó en óperas que se interpretaron en los Festivales de Música de Burdeos y Loire. Solo se quedó en Francia por un año y medio. "En París, por primera vez viví sola. No dependía de nadie y me las arreglaba con mi beca. Aprendí el idioma y lo hablo fluido, pero me decepcioné de mis profesores que eran muy famosos y se la pasaban viajando, entonces, dejaban a unos reemplazantes, y no era lo mismo aprender de ellos que de los profesores".
Decidida, al terminar su ciclo básico en Canto se puso un nuevo objetivo: aprender Canto en Alemania, la cuna de la ópera clásica, esa que ella escuchaba junto a su padre. Fue durante un curso de invierno en Stuttgart cuando le preguntó a su profesora: –Quiero estudiar en Alemania. ¿A quién me recomienda?–. La profesora contestó: –Se llama Jeannette Favaro, del Conservatorio de Leipzig, pero está llena. Tiene una lista de espera gigante y, además, estás muy vieja para esto. No te va a tomar–.
no como respuesta. Viajó a Leipzig a hablar con la maestra. Y le contó sobre las ganas que tenía de estudiar allí. La profesora le dijo que eran 350 postulantes para 15 plazas y Constanza le suplicó para que ella la preparase dentro de lo posible. Quedaban cuatro meses para las audiciones. "Era una obsesión. Ese es el conservatorio que en 1843 fundó Felix Mendelssohn, una maravilla de edificio. Tocaba el pasamanos de la escalera, imaginándome los grandes que lo habían tocado y me repetía una y otra vez 'aquí quiero estudiar, aquí quiero estudiar'".
Durante esos cuatro meses Constanza viajó desde París a Leipzig, cada tres semanas para asistir a los 45 minutos de clases que la profesora Favaro le concedía. La travesía duraba un día entero en avión y tren. "Llegaba a la clase, cantaba y luego me regresaba a París. Estaba tan estoica con mi decisión que valía la pena el esfuerzo", cuenta.
Y así fue. Un día, la contestadora de su departamento tenía encendida una luz roja. Constanza puso play y escuchó el mensaje que se sabe de memoria:
–Hola soy Jeannette Favaro. Tienes un cupo en nuestro conservatorio. Te esperamos a comienzos de clases en octubre–.
"Estaba tan emocionada que escuché por dos meses la grabación".
Por cuatro años, Constanza estudió hasta que se graduó en 2009 en Alemania y entonces regresó a Chile, luego de presentarse en el Gewandhaus de Leipzig, en el Festival de Música de Mecklenburg, Stuttgart y Barcelona. En Chile, ha cantado en varios escenarios, siendo parte del elenco internacional de la ópera El murciélago, de Strauss que en 2007 se presentó en el Municipal y un año después fue solista en la ópera Suor Angelica, de Puccini junto a Verónica Villarroel. El año pasado cantó la segunda sinfonía de Mahler con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile. "Disfruto de la música de oratorio. Es íntima. Ese texto habla de la resurrección, es tan profundo y celestial que me conmueve".
"En Alemania las profesoras de los conservatorios no tenían hijos. Se dedicaron ciento por ciento a la carrera y allá, a los 65 tú jubilas o jubilas. Entonces, ahí comienza la desesperación porque se gdan cuenta de que se quedaron solas. Yo quiero hijos, nietos, estar acompañada".
Qué afortunada, no toda la gente siente esa vocación ni convicción por lo que hace.
Es que la gente que se dedica a las artes por lo general siente esa vocación en las entrañas. Es un trabajo muy duro, entonces si no estás convencida simplemente no se puede. Hay que lidiar con la frustración de no quedar, con el rechazo, con las penurias económicas. Cantar es una satisfacción tan grande que supera cualquier otra cosa.
O sea hay que estar enamorada de la carrera.
Enamorada y obsesionada. Es tan duro el canto y en general el mundo artístico porque nadie te asegura que vas a ganar plata y hay una competencia enorme porque hay demasiada gente buena; por eso hay que ser obsesiva. Yo quería ser cantante y si me caía diez veces, diez veces me levantaba y si fracasaba, la única opción era intentarlo de nuevo. No había ninguna otra alternativa que no fuese cantar.
Tú fuiste mamá hace poco y en este mundo competitivo la maternidad te puede jugar en contra.
Mi fórmula es mi hijo y mi marido primero y lo que combine con eso, bien. Me alegro que les vaya bien a las demás cantantes, pero yo me contento con lo que tengo. Hace poco me llegó la postulación para audicionar en la ópera de São Paulo, pero eso sería incompatible con lo que quiero ahora. Me gusta poder tener la libertad de elegir y acomodar mis horarios en virtud de mi proyecto familiar. Aceptar una carrera internacional sería absolutamente irrealista.
Por eso mismo en esta carrera no es común una cantante con un proyecto familiar.
Para nada común. Pero pienso, después de los 60 años ya no voy a estar en ningún escenario. Y luego, ¿qué? ¿Voy a quedarme sola? No es la idea si uno vive hasta los 90. Quiero hijos, nietos, estar acompañada. Allá en Alemania todas las profes de los conservatorios no tenían hijos ni tampoco buenos matrimonios. Se dedicaron ciento por ciento a la carrera y allá, a los 65 tú jubilas o jubilas. Entonces ahí comienza la desesperación porque recién ahí se dan cuenta de que se quedaron solas.
¿Esta es una carrera muy solitaria?
Es una carrera muy centrada en una misma. Es todo el tiempo mirarse a sí misma: que la respiración, que la laringe, que la nota, que cómo suena, que la interpretación, que aprenderse la canción, que escuchar la música. Implica muchísima disciplina y estar sola casi todo el día. Es tan egoísta, es tan yo, yo, yo, que a veces me desesperaba.
Este último tiempo, Contanza ha aprendido a converger sus dos pasiones, su familia y el canto, con los intensos ensayos de Gloria. Han sido dos meses de jornadas que toman todo el día. En el entretiempo, a la hora de almuerzo, corre para estar con Julián para luego volver de lleno a la vida que recrea en un plató de televisión. Y aunque ya tiene todo el 2013 agendado, como su rol en la ópera Parsifal de Wagner, que en mayo presentará en el Municipal, Contanza trata de equilibrar el tiempo vital para dedicarle a su familia. "Cuando tienes la opción de elegir lo que quieres hacer, no es difícil armonizar los tiempos que le dedicas a tu trabajo y a la familia y poder hacer ambos con toda la entrega que se necesita", dice.
En 2014, los Mundt-Dörr partirán a Londres, por asuntos de trabajo de su esposo Adrián. Allí, Constanza quiere mantener el mismo equilibrio y agregar un nuevo plan. "Me gustaría hacer crecer la familia", sentencia.