Hace casi diez años, en Paula publicamos un reportaje titulado Estas guaguas están muy solas, en el que se mostraba el trabajo del psiquiatra y psicoanalista especialista en la psiquis infantil, Eduardo Jaar. Durante varios años el doctor hizo un trabajo de observación directa de guaguas, convencido de que la contención emocional de los padres, a partir del nacimiento y en los primeros seis meses de vida, es determinante en el desarrollo cerebral del niño, por ser este el período en que las personas comienzan a sentar las bases de su identidad.

Sin embargo, no todos los recién nacidos reciben esa contención. Cada año decenas de guaguas son abandonadas en los hospitales del país y es por eso que el doctor Jaar comenzó un proyecto, en el Hospital San José, para encontrar voluntarios que arrullaran en sus primeros meses de vida a esas guaguas abandonadas. Según él, si nadie lo hace, se produce un impacto muy severo en su desarrollo síquico futuro: desde gatillar una depresión o un trastorno de personalidad hasta cuadros de autismo o comportamientos delictuales.

El reportaje fue muy leído y entre quienes se conmovieron con la historia de esas guaguas estaba Miguel Iglesias, un hombre que había sido padre recientemente y que, sin tener ningún vínculo con el área de la salud, decidió sumarse al proyecto de juntar voluntarios e ir a otros hospitales para abrazar guaguas. Así se enteró de que muchos de estos niños y niñas después de su paso por el hospital, se iban a residencias de protección donde podían permanecer varios meses, incluso años, en algunos casos. Por eso, realizó un convenio con la Casa Nacional del Niño, en ese tiempo el hogar más grande de primera infancia en el país, y trasladó a sus voluntarios a ese hogar.

“Yo también llegué como voluntaria”, cuenta Cecilia Rodríguez, actual Directora Ejecutiva y Co-Fundadora de la Fundación Abrázame. Y es que, dos años después de la implementación del programa, junto a Miguel vieron la necesidad de armarse como una fundación con el objetivo de ampliar su cobertura. Hoy, siete años después, cuentan con más de 250 voluntarios y voluntarias que visitan todas las semanas, ya no solo a guaguas, sino que también a niños, niñas y adolescentes de 20 residencias de protección en Santiago.

Se organizan de tal manera que a un grupo de voluntarios se le asigna un hogar específico, por lo tanto, son las mismas personas las que visitan a los mismos niños y niñas cada vez, se hace un trabajo grupal. Y las actividades dependen del rango etario: si son guaguas, les hacen estimulación temprana y apego; en el caso de los preadolescentes actividades educativas, deportivas y apoyo emocional; y en el caso de los adolescentes, talleres de preparación para la vida independiente como algunos oficios.

Pero lo más importante, independiente de la edad, sigue siendo arrullarlos, abrazarlos y contenerlos. Bárbara Dintrans lo sabe muy bien. Es voluntaria desde agosto de 2022 en el Hogar Misión de María en donde reside primera infancia. “Cuando se trata de guaguas, se necesitan muchas manos: dar comida, jugar, tomar en brazo. Muchas veces pasa que uno llora y la tía del hogar está con otros dos más”, dice. Por eso, el primer día, apenas entró a la residencia, le pasaron una guagua. “Al principio no sabía qué hacer, pero después te vas dando cuenta de que hay que estar ahí, ser una mano más”, agrega.

El compromiso mínimo para ser voluntario es de dos horas cada 15 días, pero ella va mucho más. “Uno va generando vínculos, y al menos yo vengo cada vez que puedo, porque ahora también lo necesito”, dice.

Abrázame más

El 15 de abril de este año ingresó la primera guagua a la residencia de protección para la primera infancia Kuyen, de la Fundación Creeser, ubicada en la comuna de Providencia. María Consuelo Flores, su directora, no quería entregar sólo un servicio de asistencialismo a los niños y niñas, sino que ser un verdadero hogar para ellos. De hecho, la rutina de las 14 guaguas que actualmente residen ahí es como la de cualquier familia: despiertan, toman su leche, los visten y bajan al espacio compartido en donde hay sillas nido y alfombras de estimulación y juguetes. En el día, cuando se puede, tratan de llevarlos a la plaza. Algunos van a sala cuna y otros a jardín. Y en la noche, la rutina de sueño incluye baño, masaje, ponerle su pijamita, darles la última leche, un poquito de regaloneo y a dormir.

Por eso es que incluso antes de abrir, María Consuelo contactó a la Fundación Abrázame, porque sabía que necesitaría más manos para lograr su objetivo de alejarse del modelo tradicional en donde las guaguas están acostadas permanentemente y lloran hasta que entienden que nadie lo va a socorrer. “Eso acá no ocurre porque estamos todas muy alerta”, dice.

Barbara, voluntaria.

Una manera de entender el cuidado que transformó este hogar en el candidato perfecto para el nuevo proyecto que desde Fundación Abrázame venían amasando hace un tiempo. “Hace un par de meses contactamos al doctor Jaar. Sentíamos la necesidad de hacer algo que tuviera un mayor impacto en estas guaguas. Así que le planteamos la opción de implementar el programa que él ha seguido realizando en hospitales, pero en alguna residencia en la que nosotros estuviéramos presentes”, cuenta Cecilia Rodriguez.

El programa, que está en etapa piloto y que será monitoreado por el mismo doctor Jaar, se llama Abrázame más. “Tiene un componente de mayor compromiso, responsabilidad y abrazos, porque es diario, ya no solo semanal”, añade Cecilia. En el llamado para crear este piloto se inscribieron más de 80 personas para los ocho cupos disponibles. Estas personas van a apoyar a cuatro bebés, es decir, es una dupla de voluntarios que se vincula con un niño o niña y que hace el símil de mamá y papá. El objetivo es mitigar el cuadro de carencia afectiva que tienen los niños que ingresan a una residencia de protección.

Cecilia dice que para cualquier guagua el tener una figura de apego es fundamental, le genera seguridad. Es importante que pueda reconocer el olor de esa persona, su voz, como le ocurre a cualquier guagua con su mamá o papá. Por eso, explica que la idea es partir ojalá desde el día que nacen, sino lo antes posible, porque de esa manera se evita el cuadro de carencia afectiva. Y a su vez, que ese acompañamiento dure hasta el día en que el niño o niña sea derivado a su familia definitiva. Incluso, en la eventualidad de que la familia definitiva permita que esta persona se siga vinculado con el niño o niña, podría ocurrir que ésta llegue a ser como una especie de madrina. Esto le mejora la red de apoyo a esos niños.

Como cualquier niño del mundo

En pleno invierno, época del pick de enfermedades respiratorias, varios de los bebés del hogar Kuyen se enfermaron. María Consuelo cuenta que hacían turnos para acompañarlos y en ese proceso se dio cuenta de algo: “aunque todas cuidamos a todos los niños y niñas que están acá, inevitablemente se van generando algunos vínculos especiales entre alguna cuidadora y un bebé. Y yo noté que cuando uno de los niños estaba enfermo, requería a esa voluntaria, así se sentía mucho mejor e incluso se recuperaba antes”.

Por eso es tan importante que incluso en los hogares haya una persona que tenga un mayor contacto con ese niño y eso se da más fácilmente con las voluntarias. “En las residencias suele haber mucha rotación porque es un trabajo desgastante, las educadoras cambian y por eso los niños y niñas no siempre logran generar un vínculo o a veces, cuando lo están generando, se corta, y eso genera nuevos abandonos y por tanto este cuadro se empeora”, dice Cecilia.

“Nosotras las voluntarias estamos siempre. Y solo eso es lo que estas guaguas necesitan, tienen ropa y juguetes, lo que quieren es estar en contacto con una persona con la que tienen un lazo”, dice Barbara.

Algunas de las niñas y niños que ya saben hablar, apenas la ven entrar corren hacia ella. La llaman Balalita. “Eso me llena el corazón. Empiezas a ver que para ellos es importante que tú estés ahí; que estás logrando que se sientan seguros, amados e importantes, dignos de ser queridos, porque eso es lo que le falta a muchos niños. Necesitan abrazos como cualquier niño del mundo”, añade.

Y no solo ellos. “Yo también me siento muy querida. Aquí no es que uno solo entregue, lo que recibe a cambio es brutal. Desde que soy voluntaria mi vida cambió, mis prioridades, empecé a darme cuenta de que hay cosas realmente importantes y otras que no lo son. A veces me dan ganas de cambiar todo el sistema para que estas guaguas estén mejor. Sé que no puedo, pero agradezco haber tenido la oportunidad de hacer esto”, concluye.