El poliamor tampoco debiera convertirse en un nuevo imperativo o mandato relacional
Hace unas semanas la filósofa y YouTuber española, Ayme Roman, compartió en sus redes sociales una publicación que postulaba lo siguiente: “Cuidado con invertir más tiempo en aprender cierta terminología (‘responsabilidad afectiva’, ‘anarquía relacional’, ‘horizontalidad’, ‘cuidado’) y en reflexionar sobre estas cuestiones en clave estrictamente teórica, especulativa, intelectual, más que en observar y comprender nuestras auténticas reacciones emocionales, mecanismos, tiempos e inercia. Es más responsable aprender con la piel y observar y conocer los propios límites (aunque luego se decida trabajar en superarlos), que elaborar relatos fantasiosos acerca de uno mismo o reprimir todo un espectro de emociones para parecer modernos, deconstruidos o desacomplejados(...)”.
Con esa publicación, Roman pretendía -como suele hacerlo hace ya varios años a través de sus videos en los que aborda temáticas como la salud mental, las distintas maneras de vincularse y la fiscalización del cuerpo de las mujeres–, formular una pregunta y dar paso al análisis colectivo. A lo que sus seguidores no dudaron en responder. “Acabas de poner palabras a algo que pasa demasiado y de lo cual se habla poquísimo”, fue una de las respuestas. “Con los celos pasa mucho, quizás no se trate tanto de evitarlos, sino de aprender a gestionarlos”, fue otra. “El modelo relacional elegido debería ser el que nos haga sentido y el que podamos sostener, no el que pensamos que nos gustaría ejercer”, fue una tercera.
Y es que lo que plantea Roman, como señalaron las y los receptores de su mensaje, no es nuevo, pero es mucho lo que aun falta por desglosar. Sabemos que las no monogamias presentan un abanico de posibilidades, pero también nos despojan de un relato ya muy establecido y arraigado, restrictivo por esencia pero que actuó, durante mucho tiempo, de guión. En ese proceso evolutivo de desaprender lo aprendido, nos topamos entonces con las ataduras de un paradigma instaurado, y eso genera tensiones. Y en ese ir y venir, como explica Carolina Aspillaga, doctora en psicología e investigadora que se ha dedicado a estudiar las relaciones afectivas y el concepto del amor romántico, también cometemos errores. Pero la idea no es castigarnos por eso. Ni tampoco obligarnos a calzar; “Las no monogamias tampoco debieran convertirse en un nuevo imperativo o mandato relacional, sino en una posibilidad para poder encontrar lo que a cada pareja o vínculo le hace sentido. Es importante aprender, informarse, estar abiertos a la idea de que pueden existir otras maneras, pero también saber que de por sí, eso no es suficiente para decir que estamos deconstruidos. Para serlo hay que apropiarnos de estas situaciones, encarnarlas y ahí ver si nos acomodan o no”, explica. “Puede ser ambicioso o incluso soberbio pensar que solamente porque nos sabemos determinados conceptos a nivel teórico estamos libres de las antiguas cárceles y estamos deconstruidos. Eso requiere de un trabajo constante y continuo. Más que verlo como un imperativo entonces, veamos qué es lo que queremos deconstruir y para qué. Y entendamos que en la medida que somos parte de una cultura, es imposible aislarnos totalmente de ella”.
Y es que, como explica Aspillaga, que se haya empezado a cuestionar el modelo de amor romántico –que por cierto se basa, sostiene y refuerza mediante ciertas narrativas impuestas respecto a lo que es estar enamorados y cómo nos deberíamos vincular en pareja, que a su vez dan paso a la naturalización de nociones erradas y mitos tales como que el amor es uno solo y dura para siempre–, solo es un avance.
Es un avance, también, que se haya visibilizado lo que implica ese paradigma, y los costos que ha tenido y sigue teniendo para la mujer, en tanto ha justificado distintos tipos de violencia de género. “Cuestionarlo ha sido fundamental. Pero también creo que luego de eso, es importante que cada cual pueda darse el tiempo y espacio para encontrar el modelo relacional que le acomode, tomando en cuenta las necesidades propias y las del vínculo”, postula. “Conocer estos conceptos que antes no se abordaban, tales como la no monogamia, la anarquía relacional o la responsabilidad sexoafectiva, nos sirve en la medida que develan que el amor convencional romántico, de a dos y que supone una eternidad por la que hay que luchar, no es la única manera. No es pasarse de una cárcel a otra. Por otro lado, conocer los conceptos tampoco nos asegura entender que no se trata de la única opción”, sigue Aspillaga.
Ese aprendizaje, según explica, requiere de una apropiación emocional de esos conceptos y de mucho ensayo y error. Pero más que nada, saber que no es una imposición y que también es clave reconocer el propio límite y no obligarnos a practicar algo que va implicar una transgresión de ese límite.
Para eso, como explica la especialista, se necesita honestidad y reconocer que las cosas no siempre se van a dar de la manera que queremos. A esto hay que sumarle autocompasión y amabilidad; “Tenemos que aceptar que en el proceso de reaprendizaje nos vamos a equivocar. No culparnos o castigarnos si las cosas no salen como queremos, pero sí poder tener una mirada autocrítica de mis maneras de actuar”. Así también con los celos, miedos e inseguridades que pueden surgir en estos vínculos. En vez de negarlos, lo mejor es reconocerlos y aprender de ellos, de dónde vienen y con qué se relacionan, y así, cuando aparezcan, poder formular la manera más amable –con una y con los demás– de reaccionar.
Como explica la psicóloga y terapeuta de parejas, Daniela Werner, en entornos dinámicos en los que siempre estamos pensando y repensando nuestras maneras de ser y formas de vincularnos, la visibilización de realidades –y por ende la creación de nuevos conceptos que denominan esas realidades– es una constante. “El objetivo es poder tomarlos como una invitación a reflexionar respecto a nuestras propias formas, más que como una imposición. Habría que tomar estas reflexiones como una oportunidad para revisar nuestros vínculos, nuestras maneras de relacionarnos y ver si nos hacen sentido o no, más que sentirnos mal por no ser lo suficientemente avanzadas o evolucionadas, si es ese el caso. Se trata de una invitación a ver e interactuar con otra posibilidad de ser y ahí es clave la reflexión colectiva, poder escucharnos y ver cómo se dan esas transiciones”.
Estos procesos nunca van a ser del todo fáciles. Y es que el relato del amor romántico y la monogamia han servido para reforzar –y a su vez se han mantenido a través de– toda una organización y estructuración social: A los beneficios legales y económicos se suman también distintos factores culturales que han configurado un imaginario colectivo en el que las parejas monógamas tienen más cabida que otras dinámicas relacionales. Y romper con eso cuesta. Lo importante, como postula Aspillaga, es derrotar la idea de que es la única manera. “Ser autocríticos y reflexionar, más allá de pensar que vamos a ser capaces de ser totalmente inmunes al influjo cultural”.
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