En los últimos años, en paralelo con el activismo sobre diversidad corporal, hemos escuchado el concepto de ‘cultura de dietas’ con mayor frecuencia.
¿A qué se refiere realmente? La cultura de dietas es un término complejo que abarca un sistema de creencias, mitos y hábitos que nos indican cómo debe verse nuestro cuerpo, cómo deberíamos movernos y cómo deberíamos comer para cumplir con las expectativas sociales y los estereotipos de belleza.
Y aunque la palabra “dieta” proviene del griego dayta, que significa “régimen de vida”, desde hace muchísimo tiempo esta palabra se utiliza como sinónimo de restricción alimenticia.
Es sabido que en el área de la medicina es muy común prescribir dietas en nombre de la “salud”, pero estas existen desde hace muchos siglos atrás, sobre todo en estratos sociales altos de Europa, incluso mucho antes de que existieran los profesionales de salud. Las dietas no nacieron con el fin de velar por nuestro bienestar, muy por el contrario, nacieron por la urgencia de ciertas clases sociales para lograr un tipo de cuerpo “ideal” según la época y el lugar para así, poder diferenciarse del proletariado. A lo largo de la historia, estos ideales de belleza han abarcado desde Cleopatra y Nefertiti hasta las monarquías inglesas.
Por ejemplo, en el siglo XIX, la Emperatriz Sissi o Isabel de Baviera, tenía una obsesión tan grande con su apariencia física, que vivió una vida de dietas estrictas, que posteriormente se transformaban en atracones, vómitos y en la realización compulsiva de actividad física. La evidencia histórica sobre Isabel muestra que, con el paso de los años, su obsesión por mantenerse delgada creció tanto que ni siquiera podía conciliar el sueño, en parte debido a los paños húmedos que apretaban sus caderas para verse más delgada y al hambre constante que sentía.
La cultura de dietas que tan arraigada tenemos en nuestra historia, va de la mano de la supremacía de la delgadez. Este concepto hace referencia a la preferencia y el privilegio socialmente otorgado a los cuerpos delgados en comparación con aquellos más grandes. Esta superioridad se manifiesta de varias maneras en nuestra sociedad: en los medios de comunicación, la moda, áreas de la salud y redes sociales, entre otros, y tiene profundas secuelas para nuestro bienestar y salud mental.
Lamentablemente, las creencias que perpetúan la supremacía de la delgadez suelen ser muy peligrosas, ya que históricamente ha sido una de las principales causantes de problemas nutricionales, déficit de nutrientes y problemas alimenticios, sobre todo al estar buscando un ideal de belleza constante.
Por otro lado, la cultura de dietas es uno de los principales gatillantes de problemas de salud mental como los Trastornos de la conducta alimentaria (TCA), donde podemos encontrar la anorexia y bulimia, entre muchos otros. Es muy importante mencionar con los TCA son problemas psicológicos y emocionales multifactoriales que se manifiestan con la conducta alimentaria. Uno de los estudios más citados que destaca la gravedad de los TCA en términos de mortalidad, es el publicado por Arcelus et al. en 2011 en el “Archives of General Psychiatry” (ahora “JAMA Psychiatry”). Este meta-análisis estudia de manera detallada la mortalidad asociada con los TCA y concluye que la anorexia nerviosa tiene la tasa de mortalidad más alta que cualquier otro trastorno psiquiátrico. Los estudios científicos posteriores solo afirman aquel meta-análisis.
Pretender que todos los cuerpos pueden amoldarse a un solo tipo tiene la misma lógica que aspirar a que todos tengamos el mismo número de calzado, la misma cantidad de lunares o la misma estatura.
Las repercusiones físicas y mentales ligadas a una malnutrición por déficit de nutrientes son numerosas, por ejemplo, alteraciones en el desarrollo cognitivo (sobre todo en la primera infancia), enfermedades neurológicas, anemia, problemas hepáticos, patologías renales, osteoporosis, alteraciones cardiacas, problemas gastrointestinales, etc. Asimismo, se nos trata de decir que tenemos que estar constantemente compensando lo que comemos y la relación con la comida se transforma en un sistema de ganar o perder. Por ejemplo, ir al gimnasio o hacer ejercicio se convierte en poder ganarnos el comer algo “prohibido”, o si comemos ese alimento prohibido, lo debemos compensar con un ayuno prolongado, o haciendo más repeticiones de abdominales.
Con estas prácticas se nos instaura la idea de que hacer una dieta es equivalente a comer sano, cuando la verdad es que se relaciona directamente con la restricción y obsesión. El estar analizando constantemente los alimentos de manera obsesiva, genera mucha frustración y culpa, y puede hacer que desarrollemos una mala relación con la comida.
Es muy importante saber que los cuerpos, naturalmente, vienen en tamaños y formas diversas, y que por ende, pretender que todos pueden amoldarse a un solo tipo o tener un “cuerpo ideal” tiene la misma lógica que aspirar a que todos tengamos el mismo número de calzado, la misma cantidad de lunares o la misma estatura.
No existe una única manera adecuada de comer, ya que, en definitiva, la alimentación es un viaje personal y dinámico que involucra múltiples dimensiones. De seguro hay muchas creencias que quizá no nos cuestionamos y que no tienen nada que ver con los valores o la verdadera opinión, pero lo tenemos tan interiorizado, que nos cuesta diferenciar qué es lo que nos acomoda, qué es lo que realmente nos hace bien y qué es lo que nos han impuesto.
* Carolina (@caronutrisweet) es Nutricionista especialista en Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.