No son más de tres calles. No existe el pavimento. No hay plaza, ni autos, ni zapatos de tacos que golpeen la acera. No hay ruido, tampoco, pero sí se oye, perfectamente, el viento que golpea las hojas de los árboles. Eso es lo que más se escucha. Y también los pájaros que cantan. Hay pollos que siguen a una gallina negra, hay caballos en los jardines de las casas y, en el centro de esta villa, hay una caseta telefónica desocupada que se asoma como el único rastro de urbanismo.
Acá todo el terreno es de arena. Pero de él, casi por milagro, brotan y crecen tomates, zapallos italianos, arándanos, lechugas, papas, porotos, pimentones o ajíes. Los árboles están cargados de duraznos jugosos, manzanas dulces y ciruelas rojas. Es arena seca la que hay debajo y, sin embargo, sobran las betarragas y las zanahorias en el suelo. Las matas de frambuesas se esparcen y nadie las lava antes de comerlas. Porque están sanas. Porque nunca tuvieron algún químico que las haya ayudado a crecer.
Un hombre de camisa a cuadros, jeans y piel tostada pasa caminando. Es el primero que circula por aquí en la última media hora de esta mañana de miércoles. Su jockey naranja dice con letras grandes: "El Manzano. En transición hacia un futuro sustentable". En El Manzano todos tienen un jockey así.
Villa única
La Villa El Manzano se ubica a 20 km de Cabrero y a 75 km de Los Ángeles, justo en medio de los Arenales de la Región del Biobío, que se formaron después de una milenaria erupción del volcán Antuco y que dejó ese territorio con 90% de arena volcánica. Los arenales están delimitados por los ríos Itata y Laja, y es el único sector de Chile que tiene este tipo de suelo. Por eso, hasta hace poco, la gente de El Manzano no confiaba en que su tierra tuviera alguna gracia fértil más que para plantar pinos.
Pero llegaron los Carrión. Tres hermanos santiaguinos
–Javiera, Jorge y José– que creían que allí podría funcionar la agricultura orgánica e incluso más: su sueño era conseguir la soberanía alimentaria. Independizarse de los supermercados. Vivir en la abundancia. Y cultivar el respeto único por la tierra, que incluye contaminarla lo menos que se pueda y evitar el gasto excesivo de energía.
Con ese espíritu, los Carrión contagiaron a los pobladores de la Villa El Manzano y ahora esta localidad, habitada por 72 personas, es el primer "transition town" de Latinoamérica y el único de Chile: una villa en transición que pretende, algún día y de la mano de la ecología, ser autosustentable. Para conseguirlo faltan décadas, pero van avanzando.
Ya hay 10 familias que tienen una lombricera en su patio en el que se echan todos los restos orgánicos de la basura. De ahí sale abono para las plantas. En cinco casas hay baños secos –de esos que sólo tienen un hoyo y que en vez de tirar la cadena se echa un puñado de aserrín– pensados para no malgastar el agua. Y cada poblador de El Manzano tiene una chacra casera. Para fertilizar sus cultivos utilizan el compostaje que hacen con paja y excremento de animal, con lo que tienen mucha comida –de su propio suelo– asegurada. Las 30 familias de la villa sí dependen del sistema eléctrico y pagan la cuenta de la luz, pero no contratan agua potable, pues en los Arenales del Biobío las napas subterráneas están tan al borde de la superficie, que si se hace un agujero de seis metros el líquido sale desde el fondo. En cada casa hay una bomba manual para sacar esa agua. También poseen estanques para reciclar el agua lluvia y en un tiempo más pretenden tener energía renovable, un huerto común y calentadores solares en vez de calefones.
Lo que los Carrión están instaurando en El Manzano se llama permacultura: un sistema que busca crear asentamientos humanos ecológicamente sanos y económicamente viables, que produzcan lo necesario para satisfacer las necesidades de quienes los pueblan.
Este método fue creado a mediados de la década del 70 por los australianos Bill Mollison y David Holmgren y se ha transformado en un movimiento internacional. La permacultura se enseña en varios institutos de educación superior y en la globalizada Universidad Gaia (que tiene sedes en distintas ecoescuelas y centros de permacultura, y dicta cursos presenciales y online en varios países del mundo); se impulsan proyectos de ecoaldeas y ecoescuelas en distintos continentes, y los pueblos en transición proliferan desde que Transition Network (www.transitionnetwork.org) creó la iniciativa en 2006. Hay 348 transition towns en el mundo, distribuidos en 31 países. El Manzano, que partió en 2007, fue la iniciativa número 91.
Los hermanos
De la rama más baja de un árbol, un niño rubio de dos años saca un durazno. Lo toma con sus manos, lo masca con fuerza y se concentra en que no se le escape el jugo que sale de la fruta. Cuando acaba, bota lo que queda al pasto y sigue jugando entre las matas de frambuesas. Su madre, Javiera Carrión (32, agrónoma), no le dice en ningún momento que se limpie las manos, que lave la fruta o que recoja el cuesco. Porque en El Manzano se vive en libertad, y si alguien tiene hambre, sólo debe estirar los dedos y sacar algo de la tierra para saciarse.
Javiera es la mayor de los Carrión. Con sus hermanos Jorge (29, agrónomo) y José (25, técnico agrícola), desde chicos que visitaban el fundo de su abuelo en El Manzano. Desde ese tiempo que nació su amor por la tierra. Y también su intranquilidad. Lo que les preocupaba era el desgaste del planeta, la contaminación, el inevitable colapso del sistema. "El petróleo se está agotando, somos ciento por ciento dependientes de este combustible fósil, y el cambio climático es cada vez más evidente", dice Javiera. "En algún minuto se pensó que este modelo iba a funcionar, pero no es así. El sistema económico impulsa el mayor consumismo, las emisiones de carbono, y potencia que la gente del campo se vaya a las ciudades", agrega.
A Jorge el desasosiego le comenzó en sus años universitarios: "Cada vez me desencantaba más, porque en la universidad aprendías a controlar a la naturaleza, no a colaborar a que siga su curso", explica. Reaccionó armando grupos universitarios para promocionar la ecoagricultura y, en el fundo, comenzó a hacer sus primeros experimentos de plantar sin químicos.
Javiera también tenía el sueño de cambiar el mundo. Trabajó en empresas hasta que reunió plata y se fue a Nueva Zelanda a hacer un curso de permacultura. Volvió junto a su marido Grifen Hope (35, planificador y urbanista), quien sabe mucho del tema. En 2007 la madre de los Carrión estuvo a punto de vender el fundo. "Nosotros nos haremos cargo", dijeron los hermanos.
Javiera se fue con Grifen a vivir allí; Jorge llegó con su pareja, Carolina Heidke (27, ingeniera ambiental), y se sumó el hermano menor, José. Y, como quieren cambiar el mundo, comenzaron a trabajar arduamente.
Valorarse
Lo primero fue hacer compostaje y huertos. Se plantearon como objetivo motivar a la comunidad, así que empezaron a reunirse con ellos cada sábado, en las juntas vecinales. Allí les hablaron de autosuficiencia ecológica y postularon a la villa como transition town. En 2008 vino la creación de la Ecoescuela El Manzano, que ofrece cursos y un diplomado en permacultura.
Los pobladores de El Manzano no usan las palabras permacultura o autosustentabilidad, pero reconocen que ha habido un cambio desde que llegaron los Carrión. Lo asocian al ahorro y a la dignificación de su propio estilo de vida. Y lo valoran. Miguel Suazo (62, campesino) conocía a Javiera desde que era una niña rubia que jugaba entre los árboles. "Pero ella no se acuerda", dice. "Los Carrión son buenas personas. Si te pillan en el camino, te llevan en el auto".
Miguel es uno de los pobladores más comprometidos con el cambio que los hermanos están impulsando en El Manzano. Por ahora, vive en una mediagua de madera, pero está pronto a cambiarse de casa a una que los Carrión le han ayudado a construir con técnicas de bioconstrucción. Las paredes están hechas de paja, adobe y madera. Tiene dos habitaciones, ventanas pequeñas y agrupadas, y un baño seco. Cuenta también con una lombricera, una bomba manual de agua y una huerta con sandías, maíz, arvejas, porotos y papas. "El otro día pasó una persona vendiendo verduras y yo sólo tuve que comprarle tomates. Nada más", contesta Miguel cuando se le pregunta qué significa para él estar en vías de ser autosustentable. Y agrega: "Las lombriceras, según dicen, dan 70 kilos de abono al año. Y eso es mucho ahorro".
Otros lugareños se han sumado al entusiasmo. Están Adriana Herrera (55), quien tiene un invernadero orgánico repleto de apio, tomates, porotos y albahaca; Roxana Bravo (33), que construyó un deshidratador para secar callampas y frutas, y Edith Aravena (50) que hace pan amasado con harina del Fundo El Manzano y que todos los sábados va sin falta a reuniones donde aprende lo importante que es la autosustentabilidad.
"Cuando llegamos al Manzano", cuenta Jorge, "la gente sólo quería irse a la ciudad. Nosotros, en cambio, somos gente que vivió en la modernidad y que decidió volver a la vida simple. En un futuro va a venir un doctor de Harvard a preguntarle a un campesino cómo sobrevivir", dice convencido.
Llenos de proyectos
Los Carrión se han llenado de proyectos. Han obtenido Fondos de Protección Ambiental (FPA) del Estado para invertir en la villa y comprar materiales. Realizan constantemente cursos de permacultura a afuerinos que llegan por dos semanas a vivir al fundo, comer vegetales, y aprender sobre autosustentabilidad (ver recuadro). Este año, incluso, iniciarán un magíster en permacultura, asociados con la Universidad de Gaia.
La escuelita municipal de El Manzano estuvo a punto de cerrarse hace dos años, por falta de niños, pero lograron mantenerla. Lo que hicieron fue ingresar la escuela a un programa de establecimientos sustentables del Ministerio del Medio Ambiente. Eso implicó que los alumnos aprendieran permacultura en sus clases y reciclaran la basura. Así, además, lograron que los habitantes de El Manzano inscribieran a sus hijos en la escuela.
Ahora quieren capacitar a profesores de otras comunas de la región para que hagan lo mismo. Asesoran constantemente a la Municipalidad de Cabrero y han logrado que ésta haya transformado algunas prácticas: los encargados del Programa de Desarrollo Local, por ejemplo, ya no regalan herbicidas a los campesinos. En vez de eso, les dan lombriceras. También crearon el Instituto Chileno de Permacultura, que es una asociación que reúne a otros movimientos de permacultores chilenos. Y, como si fuera poco, exportan arándanos orgánicos a Canadá. Pese a todo, sienten que les falta mucho. "Ésta es una volada súper autoexigente", dice Javiera.
Si en algún momento la comunidad de El Manzano valoró especialmente su particular estilo de vida fue en los días que siguieron al terremoto del 27 de febrero de 2010. En la misma región del epicentro, y pisando arenas que se movían como olas de mar, se sintieron seguros. Más seguros que nunca. Mientras localidades vecinas sufrían por el abastecimiento, a ellos nunca les faltó el agua y la comida estuvo siempre al alcance de la mano en sus propios patios. Entonces entendieron como nunca eso que enseñan en la permacultura: que ser sustentable significa hacerse cargo de uno mismo.
Talleres de permacultura
No es necesario vivir en El Manzano para aprender a llevar una vida autosustentable. Los hermanos Carrión enseñan permacultura en talleres de 15 días, en invierno y verano. La actividad es un panorama ideal para padres e hijos: mientras los adultos asisten a clases teóricas y prácticas, los pequeños recorren los campos o nadan en la laguna. Se aloja en carpas y todas las comidas son vegetarianas, elaboradas con productos orgánicos.
Precios:
Fieles a su filosofía de comunidad, los Carrión cobran en forma diferenciada según el poder adquisitivo de sus alumnos. El taller de 15 días puede costar desde $ 300.000 hasta $ 750.000. Los cursos de tres días, entre $ 130.000 y $ 350.000.
Próximas fechas:
En febrero, el próximo curso certificado de diseño de permacultura es del 2 al 27. En marzo, la Universidad Gaia impartirá cursos de tres días del 4 al 12; del 14 al 18; y del 25 a 27. Este último será en el Cajón del Maipo.
Contacto:
Carolina Heidke / contacto@ecoescuela.cl