Paula 1166. Sábado 31 de enero de 2015.

Una reflexión y un recuento de las esperas de amor que ha tenido el autor de La filial.

Cada vez que la miraba ella miraba para otro lado. Yo estaba en primero básico y sus iniciales eran V.A. Esa mañana salió de la sala y me la topé de frente. Fue incontenible: le di un beso y le pedí pololeo en el pasillo. No hubo respuesta. Quedó asustada y no volvimos a hablarnos. Un día, antes que nos pasaran a buscar, V.A. llegó con su hermana y me dijo que sí, que sí, pero que la esperara porque su mamá no la dejaba pololear, sino hasta los diez años. En ese momento me puse contento, pero acabó siendo mi primera desilusión. Faltaban cuatro años. Me pedía que la esperara casi la mitad de su vida.

"La identidad fatal del enamorado –precisa Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso– no es otra más que esta: yo soy el que espera". A lo largo de mi educación sentimental, a través de las lecciones más contradictorias, pues esa es la naturaleza de la materia, la conclusión luego de cada separación, la respuesta al tedio en que me sumía una relación que nunca progresaba, ha sido siempre, tarde o temprano,

la misma: yo soy el que espera.

Fue en la lectura del  Mahabharata, con el admirable ejemplo de nobleza cifrado en el terrible voto de Bhishma, donde pude ver una luz distinta para entender mi síndrome de Penélope. La espera es compromiso. Y el compromiso, en ciertos casos, es renuncia.

Meses después, nos conocíamos bailando en Montevideo. Nunca antes nos habíamos visto. Al día siguiente ya éramos novios. Éramos completamente libres y durante seis meses fuimos felices. Vivíamos lejos de casa y la llamada fue de larga distancia: debíamos volvernos. Ella a cuidar a su padre; yo, para estar con ella. La enfermedad se prolongó incierta y lamentablemente ramificó a la relación. Cada día esperábamos malas noticias. Pronto estaremos bien, me decía. Pronto, pero cuándo.

La expectativa, si no es dolor, es al menos desilusión. Si se ama a pesar del presente, se requiere verdadero amor para esperar a que las circunstancias cambien. Como siempre, el final fue triste. Cuando no lo es, suele no haber terminado.

El que quiere una enfermera hermosa debe ser paciente. Nos cruzamos en un encuentro literario. Yo no lo sabía, pero la esperaba desde antes de conocerla. Me enamoré a primera vista. Pero tanto la había esperado que llegaba tarde: estaba casada. ¿Esperarla para desesperarme? Mejor cerrar los ojos. También por Kafka conocía la historia: "Ante la ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. Es posible –dice el guardián–, pero ahora, no". Pasa un año y en casa de un amigo me entero que ya no están juntos. ¿Será muy pronto para escribirle? Decidí esperar.