“Mi hija nació a las 8:27 de la mañana. Las primeras tres o cuatro horas estuvimos yo, mi marido y ella en la pieza, solos y en apego. Fue fantástico. Ella dormía, yo le daba papa, y seguía durmiendo. Ese día hasta como las nueve de la noche, estaba tan contenta, y pensé: ‘Ser mamá es lo más fácil que hay’. Hasta que llegó la noche.

Nos dieron a elegir si pasaba la noche con nosotros en una cunita al lado de la cama, o si se la llevaban a otra pieza para que yo pudiese recuperarme bien de la cesárea. Me hice la valiente a pesar de los puntos y el dolor, y elegimos que se quedara. Esa primera noche no dormimos absolutamente nada. Yo quería estar todo el rato mirándola: cómo se veía, cómo se movía, de qué color tenía sus ojos o si tenía todos sus dedos.

La segunda noche, mi marido me propuso que se la llevaran y le dieran relleno y un poco insegura, accedí, porque me dolía mucho amamantar. Y al día siguiente, nos dieron la opción de partir a casa. Lo único que nos advirtieron es que ella tenía la bilirrubina un poco alta, y que la clave para que la bajara, era que tomara mucha leche en casa o dejarla unos días más hospitalizada en una terapia de luz. Estaba tan cansada, que consideré la posibilidad de que fuese bueno dejarla un par de noches ahí, pero creo que la culpa —que vi durante varios meses— fue superior. Si alguien me hubiese preguntado en ese momento lo que pensé de verdad, jamás lo hubiese reconocido.

Así que partimos a casa, y el trayecto fue terrible. La niña dormía y dormía en su silla, y cuando íbamos a mitad de camino, la saqué de ahí y la puse en mis brazos, porque tenía terror de que se muriera antes de llegar. Ese miedo a que dejara de respirar de repente, invadió mis noches un montón de tiempo.

Hoy en día hay tanta información sobre muerte súbita o muerte en sueño, que el temor también aumenta. Yo creo que hartas mamás lo sentimos, pero es muy difícil de reconocer, porque es muy doloroso imaginar que concilias el sueño y que vas a mirar a tu hija después y no va a estar. Y está durmiendo simplemente.

Pero una se pone fatalista. Las primeras noches la pusimos en un colecho porque nos habían dicho que había una alta posibilidad de que la aplastáramos si la acostábamos con nosotros, solo porque podíamos dormirnos demasiado profundamente producto del cansancio. Con mi marido la despertábamos cada cuatro horas para darle leche aunque ella siguiese durmiendo, poníamos la estufa súper alta para que no pasase frío a pesar de que estaba absolutamente arropada, con gorrito y todo. La niña sudaba y eso le provocó una alergia en la cara, que sí, son cosas que pueden ser típicas, pero de eso te das cuenta cuando conversas con pediatras o con otras mamás, no cuando las estás viviendo por primera vez.

Así pasaron las primeras dos semanas de mucho llanto e incertidumbre, pero la realidad como la conocí durante muchas semanas más, empezó cuando a mi marido se le acabaron los cinco días de posnatal. Era mucho más llevadero tenerlo al lado y sentir que las decisiones las tomábamos de a dos, y por último, llevar un poquito más tranquila la culpa sabiendo que él estaba ahí también. Él es marino, y tuvo que partir muy pronto de vuelta al trabajo con el deber de tomar algunas guardias de noche. Yo en casa, empezaba mi propia guardia.

Lloré toda la noche. Estaba demasiado cansada, demasiado agobiada, quería cuidarla, pero el cansancio no me lo permitía. Se me cerraban los ojos, prendía la tele para poder distraerme, miraba las redes sociales mil veces, y aún así, caía dormida. Hasta que llamé a mi mamá: ‘Necesito que vengas a acompañarme estas noches porque no me la puedo sola’, le dije, y llegó inmediatamente.

Darme cuenta que yo no era una súper mujer y que necesitaba ayuda fue lo que me salvó, porque no había ponderado lo difícil que es cuidar a un recién nacido en soledad: ¿Cómo la hago dormir? ¿Qué posición tiene que tener todo el tiempo para que duerma segura? ¿Qué pasa si se da vuelta y está de guata y no boca arriba? ¿Por qué no despierta para comer? ¿Y si no respira? Todas esas preguntas suceden en el momento, y no hay alguien con experiencia 24/7 diciéndote que en realidad, la niña va a estar bien.

Y finalmente, llegó la noche en que mis llantos de angustia se transformaron en lágrimas de emoción. Fue en una conversación con mi madre, cuando ella me dijo que me admiraba, y que creía que lo estaba haciendo bien. El reforzamiento positivo que me dio ella me hizo sentir tan bien porque yo siempre tenía miedo de hacer las cosas mal, y verla a ella —que ya era una experta— validarme, fue liberador.

Me sentí un poco más lista para soltar mis miedos. Habían pasado 25 días, mi hija se acostó a las diez de la noche y yo y mi marido también. Luego ambos nos despertamos a las seis de la mañana. ‘¡¿Qué le pasó?!’, nos dijimos con susto. La fuimos a mirar, y simplemente seguía durmiendo. ‘La Rosario se va a despertar cuando tenga hambre y si no lo hace, sigue bien igual. ¡Aprovecha!’, nos dijo la pediatra. Esa fue una de las noches más felices que tuve en meses. No podía creerlo, casi ni recordaba lo que era descansar así.

A los tres meses pude recuperar eso que una hace por las noches durante toda su vida: pensar en mí. Me pude empezar a sacar la pintura, a echar crema, a secarme y cepillarme el pelo, a ver un ratito tele, ver el celular, conversar con mi marido, cosas muy valiosas que siempre habían significado mi tiempo. Así he crecido hasta hoy: mi hija tiene un año y un mes, y lo que me quita el sueño ya no es la preocupación, son los sueños de qué quiero hacer adelante.

Quiero volver a tener mi vigencia profesional, buscar aspiraciones concretas, incluso encontrar un trabajo que sea compatible con mi maternidad que estoy disfrutando mucho. Y la verdad es que es agradable también no hablar solo de ella y poder pensar en cosas nuevas que me fascinan, como preocuparme del huerto que hice durante el embarazo y que no miré mucho esos primeros meses de posparto. Ahora estoy viendo crecer tomates, zapallos, ajos e incluso flores de cebolla que me maravillaron. Me río sola al pensar en lo que es admirarse por esas cosas, pero creo que es así es cuando recuperas la sensación de existir en tu presente”.

*Javiera tiene una cuenta de Instagram donde comparte más de su experiencia como mamá: @primeravezmama_