Cada noche sin falta, la diseñadora e ilustradora Alejandra Apablaza se reúne junto a sus hijos Raimundo (8) y Laura (6) a leer un libro antes de dormir. Con el pijama puesto y los dientes lavados, esperan a su madre en la pieza que comparten, cada uno acostado en su cama, para escucharla leer los capítulos del libro que siguen hace semanas, intentando no quedarse dormidos para seguir la trama hasta el final. El principito, Las crónicas de Narnia, Colmillo Blanco, Peter Pan y Wendy. La narración en voz alta es un ritual familiar que recuerdan desde que tienen conciencia, y que partió mucho antes de que pudieran leer o incluso tomar un libro con las manos. Alejandra y su marido Diego les han fomentado desde siempre, no solo la lectura, sino el relato como parte fundamental de su vínculo. “Somos una familia buena para relatar cosas, los niños crecieron con nosotros contándoles algo todo el tiempo, cosas que pueden ser ciertas o cuentos, rimas, canciones, historias cortitas. Creo que oír relatos les muestra un universo de emociones, sentimientos, lugares, situaciones, que les ayuda a comunicar su propio mundo interior. Si un niño o niña escucha la historia de un personaje que le provoca cercanía o curiosidad, y conoce su aventura o historia, y ve que cada detalle es valioso, de alguna manera va a conectarlo con sus propias vivencias y con su propia imaginación. Incluso antes de que pueda verbalizar”, dice.

Fue ese primer vínculo a muy temprana edad lo que forjó la relación que hoy tienen sus hijos con los libros y sobre todo con la lectura compartida. “Es muy lindo porque nos da la posibilidad de tener un mundo en común. Comentamos los personajes, nos imaginamos qué va a pasar en las historias o hablamos de que tal o cual persona se parece a los personajes de la historia que estamos leyendo. Es como tener un mini club de lectura. Ellos esperan ese momento y yo lo disfruto muchísimo”, agrega Alejandra.

Una experiencia parecida tiene la periodista y locutora de radio Bárbara Espejo en su propia familia. Al igual que Alejandra, cada noche comparte un momento de lectura con sus hijos antes de dormir. En las vacaciones de verano, cuenta, suelen irse de viaje con un libro más largo para leer todos juntos, que casi siempre son clásicos: Alicia en el país de las maravillas, Veinte mil leguas submarinas, Grandes esperanzas, El libro de la selva. “Se ha convertido en un momento rico, esperado. Un rito que se construyó sin querer y que hoy es importante para el relato familiar. Ellos han aprendido a elegir, a participar de esa elección y en general a relacionarse con amor a los libros”.

Para Bárbara, uno de los tantos beneficios que ha tenido compartir la lectura con sus hijos es el poder abrirse a las emociones con ellos. “La lectura del cuento nunca termina con el cuento, después vienen preguntas, comentarios, tallas internas, es mucho más que la lectura en sí, es todo lo que está detrás. Son ratos en que los niños se sienten muy queridos, son instancias de dedicación absoluta, de amor tremendo”. Al iniciarse la pandemia y durante la cuarentena, viendo las dificultades que suponían entretener a los niños sin recurrir a la pantalla, Bárbara quiso compartir a través de su trabajo como locutora de radio ese espacio familiar a otras familias. Aprovechando el micrófono que la radio le había instalado en su casa para trabajar desde allí, comenzó a hacer podcast de lectura de cuentos infantiles con libros de la biblioteca de sus hijos, desde Oliver Jeffers hasta clásicos como La bella durmiente o Caperucita Roja, reversionados por Gabriela Mistral. Sus hijos se entusiasmaron con la idea y quisieron participar haciendo algunas voces de los personajes de aquellas ficciones para darle más teatralidad. “Los libros habían sido siempre parte de su vida así que les pareció algo muy natural que si a ellos les contaban cuentos por qué no hacer lo mismo con otros niños”.

Lo que partió como una entretención terminó transformándose en Pop Up Cuentos en voz alta. Versiones propias de clásicos y otras historias favoritas. Hoy, su trabajo radial se trata de eso, de contar historias, de leer historias en voz alta, ya no solo para sus niños sino otros. Un oficio que le apasiona y que Bárbara ha cultivado desde muy temprana edad, inspirada en su propia experiencia de niñez junto a su madre. “A mí me gusta mucho leer en voz alta porque cuando mi mamá me leía cuentos yo me los aprendía de memoria y hacía que se los leía a mis muñecas, cuando ni siquiera sabía leer”.

“Comenzar tempranamente la lectura con niñas y niños tiene múltiples beneficios” dice la académica del equipo de investigación de Psicología de la Universidad Católica, Pía Santelices. Junto a Chamarrita Farkas y Katherine Strasser llevan años trabajando en una línea de investigación centrada en promover el “lenguaje mentalizante” en niños, algo que definen en términos simples como el hablar utilizando emociones, pensamientos y deseos. Para ello, acaban de lanzar una colección de libros infantiles titulada Piensa, Imagina y Siente, dirigida a niñas y niños de entre 3 y 5 años, cuyo objetivo es promover este tipo de lenguaje, tanto en contexto de educación inicial como para leer en el hogar.

“Los cuentos infantiles son un espacio privilegiado para este tipo de comunicación enriquecida en emociones, pensamientos y deseos. Además de aumentar el vocabulario, la comprensión y expresión del lenguaje, la lectura abre un espacio comunicacional de imaginación, creatividad y expresión emocional, a través de historias de personajes en distintos escenarios. Esto le permite al niño o niña identificarse con los personajes y ampliar su comprensión de las emociones”, dice Pía y señala que estas instancias de lectura entre padres e hijos conectan a los adultos con su propia infancia, lo que genera un espacio de cercanía y por ende mayor empatía hacia los niños y niñas.

“Se facilita la comunicación emocional y es más fácil que se den conversaciones complejas en torno a situaciones que viven los personajes. Estas conversaciones permiten dialogar respecto de temas importantes para los niños y niñas de una forma no amenazante, ya que se conversa de un tercero, con el cual el niño o niña puede identificarse. Algo que se da en un contexto seguro, por lo tanto, el ritual de la lectura promueve un vínculo de apego seguro.” En esto coincide Bárbara: “A veces cuando uno no sabe hablar de ciertos temas, la lectura ayuda a destapar ciertas cosas de manera mucho más inteligente que tratar de dar una explicación imposible”.

“Una de las experiencias más interesantes y felices que puede tener un niño es la de escuchar cuentos narrados o leídos por algún adulto”, señala la experta en el tema, docente e investigadora Cecilia Beuchat, en su libro Narración oral y niños, una alegría para siempre, un texto fundamental dentro de las investigaciones sobre fomento lector a través de la lectura en voz alta. La autora es parte además de la publicación A Viva Voz, que el Ministerio de educación, a través de las bibliotecas escolares CRA, publicó en 2013 para fomentar la lectura en voz alta en colegios, algo que se viene trabajando en aulas hace casi una década. En la publicación, se dan algunos consejos prácticos para saber cómo abordar este tipo de lectura para que realmente sea estimulante y grato para los niños y niñas. Allí, la bibliotecaria francesa, especialista en literatura infantil y asesora de diversos proyectos internacionales de lectura, Geneviève Patte dice que es preciso que el texto sea leído siempre con sensibilidad. “Darse el tiempo para leer lentamente, en forma tan simple y natural como sea posible. No se trata de una clase ni de un curso. Leer lentamente, con delicadeza y expresión, es dar al silencio todo su lugar. Es darle tiempo a quien escucha para que saboree las palabras, para que cree sus propias imágenes. El texto necesita respirar. El silencio y el tiempo son palabras maestras que deben asociarse a las de lectura, de literatura y de arte en general”.

Así mismo, señala que es fundamental que estos momentos de lectura se distingan del tiempo de aprendizaje escolar. “Estos momentos de lectura están libres de toda veleidad pedagógica y de objetivos utilitarios. El adulto evitará transformar esa lectura en ejercicio o lección de moral, consciente de la calidad de estos momentos y de estas obras que no debe estropear. Es a ese precio cómo el niño puede saborear con plenitud sus experiencias literarias”.

Porque sí: la lectura desarrolla el vocabulario, estimula intelectualmente y puede ser muy útil para enseñar valores, pero por sobre todo, como dice Bárbara, se trata de una instancia de amor, libre y sin imposiciones. “Mis hijos hoy son independientes en la lectura, tienen una relación afectuosa con los libros, no de obligación. Hay unos que leen más y otros menos, pero nunca ha sido impuesta la lectura, es para ellos un espacio rico y libre, una opción. Saben que a veces uno se puede equivocar con el libro que eligió, que nos aburrimos, que un día un libro funciona y otro no; los libros tienen un tiempo y te esperan también. Y aunque haya algunos que se les dé más la lectura que a otros, lo importante es que la relación con los libros sea desde el amor”.