Eres un fraude. Solo has llegado donde estás por tu suerte, por tus privilegios, porque eres bonita, porque sabes caer bien. Pero cuidado, en cualquier momento alguien develará ese engaño; detrás de tu máscara triunfal solo se esconde una gran estafa.
Esta voz juiciosa sobre ti, que podría encarnar el peor de tus enemigos, podría también ser la tuya. Las voces internas con las que lidiamos las personas, en especial las mujeres, pueden tomar formas oscuras. La mente es poderosa; los miedos e inseguridades adoptan personajes internos que funcionan como demonios y que no solo nos atormentan, sino que anulan capacidades y talentos y limitan nuestras posibilidades de surgir.
Precisamente esta voz tan odiosa, que nos atrapa en el miedo a no ser realmente quien proyectamos, ha sido nombrada como “el síndrome del impostor”. Podría llamarse también de la impostora, porque lo sufren en especial las mujeres. Si bien es un fenómeno bastante transversal -según un estudio publicado en International Journal of Behavioral Science un 70% de los trabajadores estadounidenses lo ha experimentado alguna vez- otro informe del Access Commercial Finance de Reino Unido dice que los hombres tienen un 18% menos de probabilidades de sufrirlo y que dos tercios de las mujeres afirman haberlo experimentado; sobre todo las jóvenes entre 18 y 34 años.
El síndrome fue denominado por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, tras una investigación que da cuenta de cómo algunas personas, a pesar de obtener importantes logros profesionales y académicos, no creen merecer ese lugar ni ser lo suficientemente inteligentes para ello. Este síndrome les hace creer que han tenido que engañar a cada persona a su paso para conseguir un éxito que, por supuesto, no son capaces de disfrutar. Y lo viven incluso mujeres archi reconocidas: Michelle Obama confesó, en un discurso que dio en un auditorio londinense para estudiantes de secundaria en riesgo social, que este síndrome la atormenta hasta hoy; así también la actriz Emma Watson declaró que seguía sumida en ese miedo tras haber terminado de filmar la saga Harry Potter.
La psicóloga y feminista Nerea de Ugarte, terapeuta en psicología de la mujer, autoestima y empoderamiento y autora del libro Ni calladitas ni perfectas, que trabaja el fortalecimiento de la autoestima en niñas y adolescentes, explica el síndrome y da algunos consejos para exorcizarnos de él.
¿De qué se trata y cuál es su origen desde la perspectiva de género?
Es un fenómeno psicológico que padecen ciertas mujeres exitosas, que son incapaces de asimilar sus logros y triunfos. Externalizan sus capacidades y nunca se convencen de si ese éxito realmente se lo ganaron o no; para ellas nunca es suficiente. Desde la perspectiva de género, su origen tiene que ver con que vivimos en una cultura donde por muchos años se ha invisibilizado y anulado el trabajo y éxito de las mujeres. No hasta hace muchos años atrás los libros de mujeres eran firmados por anónimos u hombres para poder salir al mercado. Aquí hay una responsabilidad de los medios de comunicación y la publicidad, que pone en vista a las mujeres desde la hipesexualización u objevitización de los cuerpos. Por lo tanto, no han sido mostradas desde sus capacidades cognitivas o intelectuales o desde los éxitos profesionales, sino desde la apariencia física como uno de los logros más arraigados.
Se hace imposible sabernos inteligentes.
Hay un contexto socio cultural de desigualdad en términos de cargos en política, gerencia u otros puestos importantes en empresas, y esas diferencias de género en torno a trabajos y brecha salarial llevan a cuestionarse los éxitos. La cultura pone además sobre la mesa que al parecer existe una razón por la cual no debemos aplaudirnos, porque no somos lo suficientemente inteligentes o exitosas. Y si lo somos la creencia cultural nos convenció que es porque nos veíamos súper bonitas o nos tirábamos al jefe o tenemos buenas “habilidades bandas”.
¿Cuánto aporta a esta inseguridad el juicio que nosotras mismas nos hacemos entre mujeres?
Evidentemente el seguir replicando esas frases que tienen que ver con violencia simbólica va carcomiendo la seguridad de las niñas desde la infancia. Son ideas que tienen que ver con la base esencial de la violencia de género, una violencia que replica roles y estereotipos, que replica la invisibilización de la mujer, la hipersexualización, la sexualización de los logros y básicamente la apariencia física como una propuesta de valor. Por lo tanto, una de las cosas que debemos comprometernos desde esta alianza política existencial de ser mujeres en esta lucha es dejar de perpetuar la violencia simbólica, principalmente respecto a cómo hablamos de otras mujeres.
¿Cómo nos afecta el síndrome en general?
Nos afecta en el ámbito laboral y en todos los ámbitos, y afecta además un derecho básico de las niñas y mujeres; sacar la voz y dar su opinión en público. Este síndrome hace que nos cuestionemos ese derecho, que no nos sintamos con la plena confianza de decir lo que pensamos, de opinar en desacuerdo con algo, que podamos decir fuerte y claro cuáles son nuestros límites y qué es lo que opinamos respecto, por ejemplo, a ese punto en la reunión de directorio o por qué cierta idea o proyecto no es bueno. Lo que hace finalmente es silenciarnos, dejar de mostrarnos y dejar de estar en un espacio público. Finalmente seguir invisibilizándome a costa de estos aprendizajes hace que siga perpetuándose en las niñas y mujeres que vienen.
¿Cómo podemos liberarnos de él?
Entendiendo que no solo es una responsabilidad personal creer que ese éxito me lo merezco y es algo que construí, sino una responsabilidad social. Hay que darnos cuenta de que estamos en una época cultural en la que nuestra labor de género es sacar la voz, decir lo que pensamos, incomodar si es necesario. Esto va más allá de mí, va en que todos estos actos y conductas que hago son para salir de este lugar que tanto nos ha costado. Al decirlo, mostrarlo y explicitarlo le estoy abriendo camino a muchas otras niñas y mujeres para que vean que sí es posible sacar la voz, que es posible ser exitosa siendo mujer y es posible ser reconocida y disfrutar de eso sin creer que es una falta a la humildad o a la modestia.