El solitario camino de la infertilidad
“Infertilidad. Qué triste y angustiante esa palabra. Apenas la escuché, una soledad aterradora se apoderó de mi cuerpo, me sentía vacía. Quería ser mamá, y no podía. ‘¿Por qué a mí?’, me preguntaba. Buscaba en internet y con tanta información al respecto, mis emociones se sumergían en un juego vertiginoso de luz, sombra y esperanza.
El primer gran paso fue visitar a un especialista. Me hablaban un español muy confuso, que suena más a japonés o neerlandés. Aparecieron de sopetón una cascada de palabras, acrónimos, abreviaciones y tecnicismos: inseminación intrauterina, fertilización in vitro, y ecografías acompañadas de apellidos rimbombantes como Doppler o de trabalenguas tipo hidrohisterosalpingografía. Sin embargo, este abanico de opciones y oportunidades hicieron que una sonrisa tenue volviera a mi cara mientras sentía que mi corazón latía más fuerte. Ahí dije: ‘Voy con todo’. Empezó mi lucha contra la infertilidad y la búsqueda por convertirme en madre.
Primero me realicé un extenso listado de exámenes para descubrir la causa de mi infertilidad, sin tener idea de lo que esto podría provocar en mí. Porque sí, el trabalenguas mencionado anteriormente ha sido una de las experiencias más dolorosas que me ha tocado vivir en una atención de salud. Y el dolor físico se transforma en dolor mental. ‘¿Por qué debo pasar por esto?’, me preguntaba.
Los exámenes, sin embargo, no sirvieron; mi infertilidad parecía no tener causa. Para eso – según me dijeron – lo mejor era hacerse una fertilización in virto. Eso hice.
“Así es la infertilidad, un día eres inmensamente feliz, pero al otro el recuerdo de tus abortos te atormentan”.
En mi primera fertilización in virtro hubieron cuatro intentos fallidos; dos embarazos bioquímicos, un aborto de ocho semanas y un embrión que nunca se implantó. Sentía que toda la inversión de tiempo, dinero y emocional, quedaban esparcidas por le suelo. Decidí parar, necesitaba tomar fuerzas, respirar, sanar.
Reunidas nuevas fuerzas, entré a mi segunda fertilización in vitro. Esta vez con mi pareja quisimos conocer más en detalle a nuestros embriones. Supimos el sexo de cada uno, e incluso les pusimos nombres. Queríamos hablar de ellos con propiedad, independiente de lo que pudiese pasar.
Luego de cinco transferencias embrionarias, al fin lo logré. Cuando vi en la página del laboratorio el resultado, mis ojos se inundaron en lágrimas: estaba embarazada. Sentí una felicidad máxima, me estaba embarcando en mi sueño de convertirme en madre. Esa felicidad, sin embargo, duro solo un día, porque al siguiente volvían las incertidumbres. Y es que así es la infertilidad, un día eres inmensamente feliz pero al otro día el recuerdo de tus abortos te atormentan. Te golpean las caídas y vives en una montaña rusa tratando de lidiar a diario con los temores, inseguridades y sueños.
Cuando llegó el dia de la primera ecografía, mis piernas temblaban en esa silla ginecológica. Mil pensamientos abomban mi mente: “¿Estará todo bien? ¿Por qué estoy tan angustiada si debiese ser el momento más feliz de mi vida?”. Cuando al fin escuché los latidos, confirmé es que ese es lejos el sonido más hermoso que una pareja puede escuchar. Es una melodía que sana el alma y el corazón.
Y de esa misma manera pasaron los siguientes meses. Cada ecografía era lo mismo; me angustiaba pensando en lo que podría pasar. Solo me tranquilizaba escuchar los latidos de mi guagua, porque vivir un embarazo siendo infértil es tener un miedo constante de que algo le pueda pasar a ese hijo tan deseado.
Cuando llegó el mágico día que nuestro hijo llegó al mundo, mi corazón sanó. Mi sueño al fin se cumplió y le gané una batalla a la infertilidad. Orgullosa puedo decir que soy una madre infértil que pudo superar esta enfermedad. Pero, ¿a qué costo?
Someterse a tratamientos tan invasivos sin antes ser educados sobre el tema es agobiante. Nos sentimos excluidas socialmente y con poco acceso para poder costear el tratamiento. Y aunque puedas estar acompañada de una pareja o círculos de confianza, la infertilidad se vive sola. Nadie sabe tanto del tema como tú, nadie sabe todo lo que tienes que sobrellevar. Por eso, es fundamental saber pedir ayuda y acompañarse profesionalmente para cuidar nuestra salud mental en el proceso.
* Lyz Márquez tiene 33 años, es kinesióloga y fundadora de @infertilidad.chile, agrupación que visibiliza la infertilidad y sus consecuencias.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.