Capaz que sea difícil ubicar el departamento donde vive el tío Lalo. Los bloques de la villa Raúl Silva Henríquez, en Cerrillos, son todos iguales y en todas las calles polvorientas se ven los mismos niños jugando, las vecinas que conversan y el almacén de barrio. Pero el tío Lalo, desde la esquina de la calle Francia, salta a la vista. Está esperando afuera, inconfundible, con su impecable terno color crema y su parada de "cantor choro".

Al lado, su cuarta mujer, Elizabeth Castro, de 42 años, con quien se casó por las leyes civiles y divinas en mayo pasado. Aunque su esposa es mucho más joven, ha sido él quien le sacó trote: no sólo la inició en las artes amatorias, sino que también le ha enseñado todo sobre la música popular chilena. Elizabeth es su más fiel admiradora. Cuenta que desde chica lo seguía a todas sus tocatas, pero que nunca pudo acercarse a él, "porque siempre andaba rodeado de chiquillas". Hasta que hace siete años sus miradas se cruzaron; "fue amor a primera vista", dice. Confiesa que él ha sido su primer hombre, con quien perdió la virginidad. "Es que yo me crié a la antigua, con mis abuelos", explica. Enfermera geriátrica de profesión, la mujer de don Lalo lo acompaña todo el tiempo y, cuando él tiene tocata, lleva su equipamiento médico por si hay que encarar alguna emergencia.

Es que el tío Lalo le hace el quite a sus achaques: va al hospital varias veces por semana, tiene que tomarse 25 remedios diarios y dormir con una máquina de oxígeno, porque sólo le funciona la mitad del pulmón. Además, ha sufrido tres infartos y tiene un daño hepático. "Cuando voy al hospital digo: '¡Qué estoy haciendo aquí con estos viejitos!', porque con los viejos me aburro luego, y chao. No se puede ni conversar con ellos. Son lateros, sacan conversaciones absurdas: que me duele acá, que me duele allá. Yo no me siento viejo para nada. Cierro los ojos y me veo joven".

Aunque se declara bueno para "la chacota y el tandeo surtido", lo que a don Lalo realmente le preocupa es poder seguir funcionando, escribiendo y tocando música. No le bastan los once discos que ya ha grabado, las doscientas canciones de su autoría, los cuatro cuentos inéditos que esperan bajo su almohada y los dos libros en donde relata su vida en décimas. Hace poco, lanzó Mi hermana Violeta Parra, con la editorial Lom. En ese libro habla de su relación con esta hermana mayor con quien salía a vender agua al cementerio de Chillán para ganarse algunas chauchas que aliviaran su pobreza.

Ahora mismo, don Lalo está escribiendo un libro sobre su vida en los circos, donde trabajó paralelamente al oficio de cantante y guitarrista. Por otra parte, tiene en barbecho Vida y obra de Los Tres, donde cuenta, según él, la verdadera historia del grupo musical. Nadie más autorizado para escribir sobre esta banda liderada por su sobrino nieto, Angel Parra. Con Los Tres, el tío Lalo ha grabado tres discos compactos y eso influyó en que otros rockeros jóvenes se interesaran en su figura y su música. En el último tiempo ha tocado junto a varios grupos nuevos. Uno de ellos fue bautizado por él como Los Chamullentos y con ese nombre se quedaron. "Esta música no la entiende ni Aristóteles", fue el comentario de don Parra cuando los escuchó por primera vez. Pero la banda que lo acompaña siempre es Los Churi–Churi, donde toca su hija Clarita y otros integrantes de la familia. También en ese grupo participa Pablo Ugarte, vocalista de los UPA y ex pareja de Colombina Parra, la hija de Nicanor.

En la cama y sin Viagra

–Usted es bien taquillero, siempre anda con gente joven...

–Completamente. Me encanta convivir y tocar con ellos. En cambio, si toco con gente de mi edad me siento mal.

–¿Qué piensa de los jóvenes de ahora?

–A mí me gustan mucho. Me gustan las lolas. ¿A quién no le va a gustar estar al lado de una lola?

–¿Y qué diferencia ve con la juventud de su época?

–Los jóvenes de antes eran muy recatados. Pololear era grave. Si a uno lo veían saludar a una niña ya era un escándalo. Eso a mí me caía muy mal. Ahora la juventud es más independiente. Ya se sabe que desde los quince años tienen su libertad.

–Y tienen sexo también...

–Eso me parece maravilloso. Yo, por mi experiencia, puedo decir que a los quince años uno domina la sexualidad. Hay que dejar que los jóvenes hagan sus actos sexuales sin escándalo y con precaución. Porque ¡pucha que la embarran cuando no usan preservativos!

El living-comedor del tío Lalo está tapizado de fotografías. En algunas aparece con sus hermanos; en otras, con la Andrea Molina, con el presidente Lagos o con la Bolocco: "A ésa me la levantó un tal Menem, que tenía un poquito más de plata que yo", comenta. Cada momento, cada tocata, han sido minuciosamente registrados por su cámara de bolsillo, así como los cuentos que repite para asegurarse de que no se olviden. Tan obsesionado está con dejar huella que se levanta a las tres de la mañana para escribir. "Ahí lo tenemos que retar. A veces se amanece escribiendo, casi no duerme", alega Elizabeth. A pesar de que el médico le ha recomendado tranquilidad y reposo, por estos días don Lalo anda preocupado. Dice que está contra el tiempo y que tiene miedo de no terminar las cosas aún pendientes.

–¿Está urgido con la idea de la muerte?

–Es que con la edad y las enfermedades que tengo, cualquier día me puedo despachar.

–¿Y no le da miedo?

–Nada. Uno se tiene que morir. Mueren las guaguas, mueren las lolas, ¿qué más tengo yo que vivir? Ya he vivido de yapa, pero igual me gustaría durar unos cinco años más, porque no quiero dejar sola a mi esposa.

–Su mujer es bastante menor que usted...

–Es que no hay edad para el amor. Nosotros somos como cualquier matrimonio. Y sin viagra.

–¿Y cómo calienta usted los motores?

–Es cuestión de mirarla no más. Con eso basta. Y venga a la cama. Eso es lindo. ¡Ah! Y muy seguido.

–¿Ah sí? ¿Qué tan seguido?

–Todos los días o día por medio. Pueden pasar dos días, pero no más.

–O sea que le saca el jugo a su mujer...

–Sí pues. Es que yo tengo el mismo apetito sexual que cuando tenía veinte. A veces son dos o tres veces en 24 horas.

–¿No será mucho?

–Pregúntele a mi mujer no más, es testigo ella. ¿Para qué voy a andar cachiporreándome con eso?

Choro malulo

Ahí, en el mismo lecho amoroso, don Parra agarra lápiz y papel. Está apurado con el manuscrito de su libro La carta de la suerte, que narra su actuación en los circos, donde fue guitarrero, cantor, payaso y mago ilusionista. Habla de los primeros circos que inventaban en la casa los hermanos Parra y, también, de cuando hacía un número de adivinación con su primera esposa, Clara. "La gente creía que yo era mago de verdad y que veía la suerte. Yo hacía remedios para el amor, para juntar a las parejas y todo eran puras chivas. Con el engaño ganaba más plata que el sueldo del circo", cuenta. Pero su mayor felicidad fue llevar siempre una vida itinerante: "Ésa es la maravilla: andar para arriba y para abajo".

De su primera esposa, don Lalo enviudó muy joven y partió a Argentina junto a su hijos Clarita y Francisco, que entonces tenían 7 y 1 año y medio. "Fíjese que recién ahora saco la cuenta. Pienso en cómo me las arreglé, cómo pude soportar eso. Tocaba música, mudaba a la guagua, lavaba pañales, de todo hacía y no me admiraba de nada". Después, volvió a casarse y otra vez enviudó. Amante de las mujeres, a quienes ensalza en sus versos y canciones, don Lalo ha sido bueno para el matrimonio, excepto con su tercera esposa, a quien tuvo que pagarle la nulidad para poder casarse con Elizabeth.

–¿Usted ha sido enamorado?

–Muy enamorado, pero ahora tengo ojos sólo para mi Eli.

–¿Y a sus ex esposas les ponía el gorro?

–Claro, pero no tan seguido y sin que me pillaran, eso es lo bueno. Igual yo siempre he pinchado harto, porque las mujeres se enamoran fácilmente de un músico.

–¿Y qué tipo de mujeres le gustan más?

–Todas. Para mí no hay mujer fea. Pero es un problema que la mujer sea demasiado linda. La bonita sufre más que la fea, porque el hombre siempre le tiene desconfianza.

–¿Por qué se separó de su esposa anterior?

–Porque era como las tristes para todo. Tenía el genio malo, era poco cariñosa, mala para la cama. ¡Uf!, como las tristes. Yo tenía que mandarme a cambiar y buscar por otro lado.

–¿Usted ha sido bueno para el carrete?

–Ahora no, pero antes sí. Por supuesto. Bueno para el trago, bueno para las mujeres y bueno para trasnochar. Eso yo lo aconsejo.

Roberto era su hermano más querido y don Lalo confiesa que le ha costado reponerse de su muerte, en 1995. Ahora ha estrechado su relación con Nicanor, de quien habla con visible admiración. "Porque él nos ayudó mucho a mí y a la Violeta. Nos trajo a Santiago para que estudiáramos y no fuéramos ignorantes. El Nicanor fue siempre el más estudioso y culto de la familia", dice.

Pero el tío Roberto, autor de La Negra Ester, fue su compañero de carrete y música desde que tenía 20 años. Comenzaron juntos a grabar para RCA Victor en los años 40 y recorrieron varios países de Latinoamérica. Tocaron en cantinas, boites y quintas de recreo, "lugares muy apeticibles", dice. Aunque los dos componían, era Roberto quien le ponía nombre a la música. Él inventó lo de las "cuecas choras", como una adaptación más picaresca de la cueca chilenera, que se tocaba en lugares como La Vega, el Matadero y la cárcel y que hablaba de pobreza, peleas, mujeres y borracheras.

–¿Por qué el tío Roberto le puso "chora" a su cueca?

–Porque vivíamos en el ambiente de los choros, de los guapos. Gente que le gusta pararse en la hilacha, que no le tiene respeto a la autoridad y que le encantan las peleas.

–¿Y don Roberto era choro?

–Era choro, pero malulo, porque no sabía pelear bien. Estaba discutiendo y de repente tiraba un combo y chao, salía cascando. Porque si peleaba limpio, siempre perdía.

–¿Y usted era bueno para los combos?

–Yo sí que era seco. Nicanor me enseñó, pero él no peleaba. El guapo era yo. Me sacaba el paletó, me arremangaba la camisa y me ponía a pelear. Después quedaba feliz.

–¿Pero peleaba para entretenerse o de picado?

–Las dos cosas, pero también así me desahogaba.

–¿Y todavía tira combos?

–No, pero soy explosivo, igual que la Violeta. Si me dicen una tontera contesto mal y paro el carro al tiro.

A sangre de pato

–La violencia para usted nunca fue algo extraño, si desde chico cuenta que vio peleas de cuchillos...

–Claro, ahí uno se hizo duro, porque nosotros éramos una familia muy pobre y cuando mi papá se murió tuvimos que salir a buscarnos la vida. Cantábamos en la calle, en el mercado y en la estación ferroviaria de Chillán. Eramos miserables y lo que ganaba mi mami como costurera no servía para nada.

–¿Sufría mucho por eso?

–Pasábamos hambre, pero también jugábamos todo el día. Yo creo que teníamos más alegrías que penas.

"A mí me encanta convivir y tocar música con gente joven. En cambio, si toco con gente de mi edad, me siento mal. Con los viejos me aburro luego, y chao. No se puede ni conversar con ellos. Son lateros, sacan conversaciones absurdas: que me duele acá, que me duele allá. Yo no me siento viejo para nada. Cierro los ojos y me veo joven".

–Asumían su pobreza...

–Es que nosotros sabíamos que éramos pobres, pero no entendíamos por qué. Entonces la Violeta, que era la más ocurrente, nos explicaba: "Hoy día no hay comida. ¿Qué pasa?, que en el mundo hay pobres y ricos y nosotros somos los pobres. ¿Por qué?, porque ser pobre es más bonito". Ahí nosotros quedábamos conformes.

–¿Y cómo los convencía?

–Bueno, nos contaba que Cristo nació en una pesebrera, con los animales. Que no tenía ni pañales, ni agua caliente. Entonces nosotros nos quedábamos admirados, porque Dios era pobre, igual que nosotros. Cuando la Violeta terminaba con su conferencia, preguntaba: "¿Quién quiere ser pobre?" Y todos levantábamos el dedo. Y después preguntaba: "¿Quién quiere ser rico?". Y nadie respondía.

–Era poderosa la Violeta...

–Mucho, mucho, ella era muy sabia. Los Parra, sin ella, no seríamos nada. La Violeta no se quedaba de brazos cruzados. Para una Pascua, en Chillán, no teníamos qué comer, así que a acostarse no más. Entonces cuando la Violeta se dio cuenta de que los vecinos estaban cenando, dijo: "Nosotros también vamos a cenar". Nos sentó a la mesa y nos hacía pegarles a los platos con las cucharas, para que los vecinos creyeran que nosotros también cenábamos. Y nos gritaba: "¡Cómete toda la comida!". ¿Cuál comida?, si eran puras chivas.

–Qué pena...

–No, ni tanto. Vivíamos bien en nuestra pobreza. Éramos creyentes y muy ingeniosos. Todos los Parra somos católicos.

–Y Nicanor, ¿también es católico?

–Sí, también. Lo que pasa es que nosotros somos católicos a nuestra manera. Somos críticos de la religión. No queremos saber mucho de los curitas...

–¿Y qué piensa de cómo están ahora los curas?

–Me da risa y me da rabia. ¿Por qué viven así? Para puro hacerse problema. Los curitas y las monjitas deben de casarse. Tienen que tener su vida sexual, como cualquiera.

Desde que cumplió 80, a don Lalo le han hecho varios homenajes. Dice que está cansado pero contento, sobre todo porque en Cerrillos y en Puente Alto van a inaugurar una calle y una plaza con su nombre. "Uno ya está viejo para que le sigan pasando la escobilla. Pero no me quejo. Por lo menos me reconocen en vida. Ni un brillo después de muerto", afirma.

–¿Usted encuentra que su trabajo ha sido bien valorado?

–Yo encuentro que sí. Cuando cumplí los 80, el Ministro de Educación me ofreció un viaje adonde yo quisiera, y elegí Chillán. Hotel pagado, todos los gastos pagados, los días que quisiera. Y, más encima, el director de cultura de entonces, don Claudio di Girolamo, me regaló un árbol nuevito, para que lo fuera a plantar allá. Qué más puedo pedir.

–¿No tiene problemas económicos?

–No, tengo para vivir bien, pero no me gustan los lujos.

–Pero vive en un sector donde hay gente muy pobre...

–Sí, yo nunca he vivido en sectores pitucos. Me iban a regalar una casa en Las Condes y no la acepté. No me hallo ahí.

presentación.

–¿Le gusta estar entre los pobres?

–Me encanta. Porque la gente pobre es humilde, como yo, y también es más franca y generosa. Cuando uno visita a la gente acomodada, lo atienden bien un ratito, pero si se queda muchas horas, va cambiando el genio de los dueños de casa. En cambio, con los pobres uno se puede quedar a alojar y, al otro día, amanecen con la misma cara.

–Los Guachacas, grupo del que usted es ídolo, se declaran anticuicos, ¿usted también?

–No, yo comprendo a los pitucos, porque ellos nacieron pitucos y vivieron así toda su vida. Les encuentro razón de que sean momios, porque defienden su manera de vivir, igual que yo defiendo la mía.

–¿Y usted no echa de menos ese Chile viejo, más auténtico y menos arribista?

–No, para nada. A mí me gusta más el Chile actual. Echo de menos las fiestas que reunían a los vecinos, pero me gustan los avances y los remedios nuevos. Antes a uno le sacaban las muelas a sangre de pato. A Nicanor, cuando era chico, el dentista del pueblo le sacó una muela con alicate y yo lo miraba afligido. ¿Cómo va a ser bonito eso?.