Es difícil hablar de las responsabilidades familiares y los cuidados en el hogar sin pensar en el trabajo que hacían nuestras abuelas, tías o -incluso- madres. Sin duda, a ella les tocó vivir una época distinta: sin redes sociales ni referentes feministas que cuestionaran lo que se entendía, por entonces, como una obligación de la mujer. Era prácticamente una verdad universal -casi biológica- que las labores de la casa eran asunto femenino, mientras que el hombre era el proveedor de bienes materiales y el designado para salir al mundo. Esa repartición era tan acentuada que la Revista Eva, una de las más populares de la segunda mitad del siglo XX, traía en sus ediciones recomendaciones para que sus lectoras fueran buenas “dueñas de casa”, mantuvieran sus espacios limpios o cuidaran a los niños en relación a los valores propios de ese periodo.
Esa asignación “tradicional” de tareas del hogar tiene un origen histórico que es el de la división sexual del trabajo. Un concepto que alude a los roles de género que hombres y mujeres han tomado en la sociedad. “El problema radica en que esta división establece relaciones jerárquicas de poder. En esta ecuación la mayoría de las mujeres quedan recluidas a la ejecución de tareas sin visibilidad ni reconocimiento social, el trabajo doméstico es un ejemplo de ello”, consigna el boletín Nº 2 de la Cepal, publicado en 2011, que analiza esta materia.
La situación se mantuvo así por décadas hasta que ocurrió la denominada “crisis de los cuidados”, donde se puso en cuestionamiento el modelo tradicional del trabajo doméstico no remunerado. Esto se desarrolló por dos fenómenos: los cambios socio-demográficos desarrollados en la población y el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral.
Con la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, cambió totalmente la composición familiar. La división sexual se fue desbaratando y se alteró el orden donde era obvio que el trabajo doméstico y de cuidados era tarea exclusiva de la mujer. Con todo eso fue naciendo un nuevo modelo de familia moderna.
Teresa Valdés, socióloga y coordinadora del Observatorio de Género y Equidad.
Que el tema esté sobre la mesa ha permitido replantear la distribución de labores y medir el problema a nivel social. El feminismo, en ese sentido, ha sido clave para visibilizar la sobrecarga que han tenido históricamente las mujeres en el hogar. “Hay que reconocer el rol de los movimientos feministas en las últimas décadas, porque han cuestionado la idea de que lo que pasa en las familias es un tema privado y han levantado la consigna de que lo personal es político. Han ayudado a entender que son esferas que no están separadas y que, por lo tanto, lo que sucede en las familias sí es trabajo y es muy necesario”, analiza Emilia Brito, economista y miembro del Observatorio de Políticas Económicas (OPES).
A partir de esto han surgido iniciativas para cuantificar este fenómeno. Una medición que es clave para dimensionar el impacto femenino del trabajo no remunerado y generar políticas públicas para avanzar en el área. “Como está en la esfera de lo no monetarizado, si el trabajo de cuidados no se cuantifica como una labor que aporta en la economía, no puede ser del todo una actividad reconocida o visible. Por eso es esencial una medición oficial para determinar en cuanto aporta a la economía”, explica Ángeles Morandé, socióloga y coordinadora del Observatorio Laboral de la Región Metropolitana (una iniciativa de Sence RM, ejecutada por el Centro de Políticas Públicas UC y OTIC SOFOFA).
Así, a principios de año, Comunidad Mujer realizó un estudio donde se buscaba estimar el valor económico de las tareas asociadas a los quehaceres domésticos y de cuidado no remunerado. En la investigación se reveló que -de contabilizarse- las labores del hogar tendrían un aporte de un 22% al PIB nacional, un resultado que supera la contribución de todas las ramas de la actividad económica (como la minería, por ejemplo).
“Este estudio es importante porque viene a llenar un vacío. Sobre la base de este análisis está la idea de que los trabajadores no aparecen por generación espontánea en sus lugares de trabajo, sino que hay toda una labor detrás que permite la reproducción social y de la economía. Chile está acostumbrado a decir que es un país minero, pero con estos resultados nos damos cuenta de que somos un país de cuidadores y cuidadoras”, analiza la directora ejecutiva de Comunidad Mujer, Alejandra Sepúlveda.
La situación no ha mejorado en tiempos de crisis sanitaria. “Es necesario que hablemos de este tema porque ya se hace insostenible que tengamos esta actual organización social de cuidados. Y es que con la pandemia esto que parecía invisible se ha hecho muy evidente por la sobrecarga que ha traído la cuarentena en el trabajo doméstico. Todavía falta muchísimo por avanzar y lo que está en discusión es que el modelo no se puede mantener como está”, afirma María Inés Salamanca, coordinadora de ONU Mujeres Chile.
Así, desde dicho organismo, trabajaron en conjunto con el Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la Pontificia Universidad Católica de Chile para levantar datos sobre las responsabilidades del hogar durante el tiempo del coronavirus en las familias chilenas. Los datos demostraron que las mujeres se siguen haciendo cargo de este ítem: en relación a sus pares masculinos, trabajaron 9 horas más a la semana en labores asociadas al trabajo doméstico. Otro indicador que demuestra el mismo fenómeno es el que reveló la compañía inteligencia de datos Morning Consult en abril.
A pesar de la consciencia que actualmente existe sobre la sobrecarga femenina en estas tareas, alcanzar la corresponsabilidad en casa sigue siendo un desafío cuesta arriba. En parte, por los arraigados roles de género que aún coexisten en la sociedad. “Sin duda es un avance que se hable del tema, pero siguen existiendo estereotipos que son determinantes en la distribución de las labores”, señala Emilia Brito. Y no solo existe una barrera cultural a sobrepasar: las políticas del propio mercado laboral también se han transformado en un obstáculo para avanzar hacia la corresponsabilidad del trabajo doméstico.
“El mundo laboral tiene que reorganizarse porque si no, sucede lo pasa ahora: vuelves a las 8 de la noche a la casa y a esa hora es difícil entrar a hacerse cargo de cualquier tipo de tarea. Los países del hemisferio norte tienen una organización distinta: terminan a las 5 y ahí se cierra todo. Si no se modifica esta estructura, esto es un drama para la corresponsabilidad”, declara Teresa Valdés.
Por eso, desde Comunidad Mujer explican que una mejora en el Código Laboral es fundamental para apoyar y facilitar el reparto de roles en el hogar. “Todavía siguen persistiendo reglas del juego contrarias. Por ejemplo, el derecho a tomarse el posnatal de seis meses es exclusivo de la mujer y lo puede ceder en las últimas semanas al padre, pero la cantidad de hombres que se lo toman es muy poca”, afirma Alejandra Sepúlveda.
Las políticas laborales y beneficios de cuidado no deberían recaer únicamente sobre nosotras. Actualmente, asumen que son las mujeres las que tienen que hacerse cargo del cuidado de los niños. Falta que esas normativas no se centren en la madre, sino en el menor y que se reconozca la parentalidad.
Ángeles Morandé, socióloga y coordinadora del Observatorio Laboral de la Región Metropolitana.
Para ello, según las especialistas, se necesita un compromiso del Estado para seguir incorporando mejoras a nivel país en esta materia. Una de las sugerencias para esto es la creación de una red de cuidados estatales, para así subsidiar la necesidad de tutelar a niños, personas enfermas o adultos mayores. “Es momento de pensar en un nuevo sistema de cuidados, más robusto, con sensibilidad de género y que utilice el enfoque de las 3 R: reducir carga de cuidado, redistribuir tareas del hogar y reconocer el trabajo doméstico”, indica María Inés Salamanca desde ONU Mujeres Chile. Con este nuevo sistema -que ya tiene aplicación en países como Uruguay-, se podría reducir la sobrecarga del hogar y también incorporar a quienes hacen este trabajo al mercado laboral para así valorizar económicamente su labor.
Además, se propone entender el cuidado como un pilar social y un reactivador de la economía, sobre todo en medio del escenario de crisis que dejó la pandemia. “Si enfocamos el tema de esta manera, tenemos un circulo virtuoso porque, por un lado, generas empleos a cuidadoras, le permites a las madres rengancharse en sus empleos y, además, se permite que los niños comiencen a recuperar actividades relevantes para su aprendizaje”, explica Alejandra Sepúlveda. En este sentido, vale la pena mirar la discusión que está llevando adelante México: esta semana la Cámara de Diputados de ese país aprobó el Sistema Nacional de Cuidados, que garantizará el derecho a asistencia digna, basada en el principio de corresponsabilidad entre hombres y mujeres.
El Observatorio Laboral Metropolitano, en base a la Encuesta Nacional de Empleo del Instituto Nacional de Estadísticas 2019-2020, entrega un diagnóstico respecto al rol del Estado en estas materias. Un 30% de las mujeres reconoce que no puede trabajar por tener responsabilidades familiares permanentes, en comparación al 2% de hombres que esgrimen ese argumento. “Que exista una alta cantidad de horas diarias de trabajo no remunerado en los hogares como la que tenemos ahora impide que más mujeres se incorporen al mundo del trabajo y dificulta que la participación femenina sea más alta”, señala Ángeles Morandé.
Aunque el cambio es lento y se requieren voluntades tanto del ámbito público como privado, hay algunas acciones que la sociedad puede realizar para seguir generando el cambio cultural que tanto se necesita. Una de ellas tiene que ver con la educación en la primera infancia: enseñar a los niños y niñas que las labores domésticas son tarea compartida y que no existen labores para uno u otro sexo. Así, entre todos, podemos seguir derribando una atribución histórica, que aún tiene sobrecargadas a muchas mujeres y que nos hace volver a pensar: ¿Qué tanto hemos cambiado en materia de género?