El año pasado Juan Radrigán fue galardonado con el Premio Nacional de Artes de la Representación y, desde entonces, se ha vuelto un dramaturgo muy taquilla: todos quieren montar sus obras y homenajearlo. Aquí, los montajes que vienen y las razones de los directores de por qué aman a este autor que escribe sobre los perdedores.

El Loco y La Triste

Raúl Osorio (Esperando a Godot) ya había dirigido en 1986 esta obra de Radrigán sobre una prostituta coja y un alcohólico a punto de morir de cirrosis. Entonces fueron Winzlia Sepúlveda y Alex Zisis los encargados de interpretar esos roles que ahora cobran vida en las actuaciones de Francisca Gavilán y Roberto Farías. "Lo que me gusta es que es una historia de amor que surge en el borde mismo de la crisis y la muerte. Un amor en el límite", explica el director que volvió a montar esta pieza para homenajear a Radrigán, pero esta vez con un mayor énfasis en el desgarro y la violencia de los personajes. Osorio señala que lo que más valora de Radrigán es su manera de ver el mundo desde la marginalidad, pero con afecto. "Pone el ojo donde la gente pasa de largo y es capaz de encontrar vida donde nadie rescataría nada", señala. Del 9 de mayo al 30 de junio, en el Teatro Nacional Chileno, Morandé 25.

Redoble fúnebre para lobos y corderos

Pieza clave de la primera etapa creativa de Radrigán, esta obra fue estrenada en 1981 por la compañía del autor, El Teatro Popular El Telón. Hoy, 30 años después, la obra llega por primera vez a un teatro profesional, el Teatro UC, dando cuenta de la vigencia de los problemas sociales y morales que plantea: la falta de oportunidades, la soledad extrema y la desesperanza de personajes miserables. El montaje está compuesto por dos monólogos y un diálogo. Primero, en El invitado, una pareja humilde que se ama solo sabe discutir porque él está cesante y ella se lo reprocha; en Sin motivo aparente, un hombre sentado junto a un cadáver se pregunta por el sentido de la libertad y la vida; y, finalmente, en Isabel desterrada en Isabel, una candorosa vagabunda habla con un plumero. "Radrigán nos propone una marginalidad por medio de personajes despojados como un reflejo de toda la condición humana. Su épica es interior. Elige para ellos un campo de batalla existencial, por eso su obra tiene una bella categoría espiritual. Aunque me gustaría decir que Radrigán pasó de moda, porque eso querría decir que las cosas se arreglaron, sigue más vigente que nunca, porque seguimos presos como país de cosas elementales", dice Rodrigo Bazáes, el director de esta pieza. Hasta el 23 de junio. En el Teatro de la Universidad Católica, Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa.

El disco con las canciones de Radrigán

Boleros, cuecas, tangos, rancheras que hablan de amor y desamor. La música de Amores de cantina, la exitosa obra de Radrigán que abrió el Festival de Teatro a Mil el año pasado y acaba de terminar una temporada en el GAM, fue reunida en un CD de 16 canciones interpretadas por el elenco encabezado por María Izquierdo. Todas las letras son de Radrigán. El disco se vende fuera de las funciones de Amores de cantina, que se presentará gratuitamente el 25 de mayo en el Teatro Municipal de San Joaquín y el 26, en la Aldea del Encuentro de La Reina. También puede conseguirse en la Tienda Nacional, ubicada en Merced 369. O encargarse al mail: amoresdecantina@gmail.com.

Oratorio de la lluvia negra

Rodrigo Pérez es el director chileno que más ha recorrido la obra de Radrigán con las nueve piezas que ha montado del autor. Entre ellas, Las brutas y Medea mapuche. Ahora se prepara para la décima: Oratorio de la lluvia negra, un texto inédito, escrito en verso libre, que trata de una fiesta campesina en la que dos hermanas muertas regresan del más allá para pedir justicia: quieren que el terrateniente (interpretado por Álvaro Morales) confiese haber matado a sus maridos y a una de ellas. "Es una obra con una profundidad poética notable", dice Pérez, que lleva meses con su compañía tomando clases de cueca con Fabiola González, La Chillanera, ya que el montaje requiere que el elenco cante y baile cueca. Pérez tiene numerosas razones por las que escoger a Radrigán: "Su mirada desesperanzada que se vuelve optimista en escena, me encanta", dice. Y sigue: "Es profundamente universal, pero sabe retratar las grandes momentos de Chile. Hay un espíritu de época que se cuela en sus obras y que nos lleva a plantearnos el problema de la identidad: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos? Pregunta que me parece es una función del arte. Eso lo convierte en un gran artista, un clásico". Estreno 12 de julio en el Teatro La Memoria, Bellavista 0503.

Leer su dramaturgia

Hijo de un mecánico y una profesora, Juan Radrigán, al igual que sus tres hermanos, solo recibió educación básica de su madre. A los 12 años empezó a escribir poesía y cuentos, pero se ganó la vida en su juventud desempeñándose como mecánico, librero y vendedor. En 1979 publicó su primera obra teatral, Testimonios de las muertes de Sabina, que fue montada en varios teatros. Desde entonces ha escrito más de 30 piezas. Recibió el premio Altazor en la categoría dramaturgia, en 2005, y el Premio Nacional de Artes de la Representación en 2011. Hoy, tiene 75 años, sigue escribiendo y enseñando dramaturgia. Sus obras, publicadas por Lom, pueden conseguirse en www.lom.cl.