El último año escolar de mi hija

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Ser mamá de una adolescente que cursa sus últimos meses de cuarto medio es un desafío que requiere valentía. Pero no me refiero a la valentía convencional, sino a la dedicación, empatía, comprensión y, sobre todo, amor y paciencia.

La presión social sobre este grupo de adolescentes para decidir el rumbo de sus vidas a los 17 años es abrumadora. Se ven bombardeados con mensajes del tipo “no cometas errores, esta es tu oportunidad”. En muchas ocasiones, no nos detenemos a pensar en lo que está pasando por sus mentes. ¿Estarán bien? ¿Podrán sobrellevar esto? ¿Están seguros de lo que desean estudiar? ¿Estudiarán simplemente porque así lo dicta la sociedad?

Hace un tiempo, después de vivir una situación compleja relacionada con la salud mental de mi hija, dejé de ser la mamá que buscaba la perfección y me dediqué a estar presente para ella. Transformé noches sin dormir debido al trabajo y los estudios, en tardes de conversaciones y risas sobre temas que solo nosotras entendemos. Nada sale perfecto, pero lo que funciona nos llena de felicidad infinita.

Esta experiencia me hizo cambiar mi forma de ser madre, y entonces en estos días en que cada amanecer me pregunto ¿qué pasa si mi hija decide no ingresar a la universidad este año?, ¿y si en su lugar, quiere viajar y aprender un tercer o cuarto idioma?, ¿aceptaría yo ese plan? La respuesta es sí, lo aceptaría.

Y es que mi hija ha sido una niña valiente. Ha experimentado situaciones que nadie debería atravesar, como el acoso escolar, el aislamiento de sus compañeros y las burlas por su depresión. Sin embargo, ella dio un paso hacia la madurez y asimiló todo esto como experiencias de vida que le permitirán crecer y entender el mundo. Nunca solté su mano y hoy más que nunca, tengo la certeza de que jamás lo haré mientras ella me necesite.

Ahora quedan aproximadamente dos meses de clases y luego viene la tan temida prueba; una que la sociedad le ha hecho creer a los estudiantes que es una herramienta que definirá su futuro. Me gustaría decirle a mi hija y a todos los adolescentes que están en esta etapa: disfruten este tiempo, rían con sus amigos, descubran lo que los hace felices. Si quieren estudiar, perfecto; si quieren viajar y aprender algo diferente, también es perfecto. Si necesitan sanar sus mentes y corazones antes de tomar una decisión, son valientes.

La prueba no determina quiénes serán en el futuro, no cierra puertas para explorar o cometer errores. La prueba es solo eso, una oportunidad de elegir entre las miles de opciones que tienen para sus vidas, pero no es la única opción correcta. Piensen en ustedes mismos más allá del colegio y de sus amigos actuales. Piensen en lo que les da paz al espíritu, en lo que les hace bien y les motiva a avanzar.

Y a mi hija le diría que, independientemente de su decisión, estaré aquí tomando su mano; animándola, abrazándola cuando necesite consuelo y aconsejándola. Sobre todo, estaré aquí para amarla. No todo es perfecto. Con el tiempo, aprendimos que cada rayo de sol es una oportunidad para avanzar.

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