Por el modo que tiene de echarse al mar, se adivina que Juan José Silveira (50) está en su hábitat. Las olas amenazantes de Carelmapu, a 60 km de Puerto Montt, no lo amilanan. Ni la cercana posibilidad de lluvia. Su rostro serio e imperturbable apenas revela lo único que agita su mente: salvar la loba. Mientras personal de Sernapesca de Calbuco desembarca la jaula con la lobita Alejandra de la lancha de rescate de la Armada –ya recuperada después de sobrevivir a un disparo en un ojo–, Silveira le echa una mirada al animal y, como en un diálogo secreto, detecta una señal imperceptible para todos los demás.

–¡Ya olió el mar!– dice Juan José en perfecto argentino, aunque lleva 20 años radicado en Chile. Entrena lobos marinos y delfines desde los 13 años. Los conoce como si fueran sus hijos. Es, dicen, el que más sabe de lobos marinos en Chile. Respira aire de lobo y come con los lobos desde hace 36 años. Es el único empresario autorizado para exportar lobos chilenos para los shows marinos más importantes del mundo. Hoy, ha cambiado el chip y también ayuda a salvar los lobos heridos por los disparos de los pescadores artesanales.

La loba Alejandra, de un año y medio, echa para delante sus bigotes tiesos. Su piel brilla sana y turgente. Mira a todos con el ojo bueno, su herramienta para sobrevivir de nuevo en el mar salvaje. –Además, tiene sus bigotes, que son su radar– continúa pedagógicamente Silveira. –Con ellos detecta olores, profundidades, objetos. Si va a atacar, pone los bigotes hacia adelante. Media docena de personas la rodea. La mayoría son rudos pescadores de esos que se instalan en los muelles a observar las embarcaciones. La loba se inquieta. Sacude con fuerza sus 45 kilos y mueve la jaula de madera de un lado a otro. El mar, la libertad, están cerca.

–¡Tchss!– dice un pescador con desprecio. –¿Tanto atado por un lobo?

–¡Y sí!– le dice Juan José, –¡tanto atado!

Juan José mide un metro noventa y parece un grueso levantador de pesas. La chispa casi prende la mecha. ¿Una pelea por un lobo? Inaudito.

Hasta 2008, el lobo de mar –una especie protegida por el acuerdo internacional SITES– era el hermano inseparable de los pescadores artesanales, quienes lo alimentaban con las sobras de sus pescados. Pero hoy son enemigos jurados. Desde Arica a Coihaique los lobos marinos se han acercado cada vez más a la costa, muertos de hambre por la falta de peces en el mar. Y si antes en las caletas eran una atracción, este año se han convertido en una amenaza y un problema.

En Mejillones se comieron la única colonia de tortugas que había en Chile. Eran 200 tortugas marinas verdes y oliváceas que habían llegado en los 90 desde Ecuador, atraídas por las aguas tibias que expulsa la central termoeléctrica Edelnor. Se hizo todo por salvarlas pero los lobos marinos –que nunca las habían atacado– estaban hambrientos y las devoraron en un solo verano.

En Antofagasta, en Caleta Coloso, han mordido y atacado a una decena de personas. En Caldera mutilaron el brazo de un pescador. En San Antonio y Talcahuano han atacado a los pelícanos en pleno mercado, ante el horror de la gente. En Valdivia los lobos subieron por el río Cruces, llegaron al centro de la ciudad y molestaron a Piñera a finales de su campaña. Todas las semanas lobos hambrientos emergen del mar y suben por la costanera de Puerto Montt hasta el mall. Primero convocan las miradas y, poco después, el espanto de la gente cuando comienzan a gruñir y mordisquear a diestra y siniestra.

Con todo, el principal problema de los lobos hambrientos se da mar adentro. Turbas de 30 y hasta 80 lobos marinos atacan a los pescadores cuando suben las redes para comerse los pescados en sus mismas manos. Y claro, los pescadores han defendido lo suyo: los apalean con remos, les clavan lanzas de fierro y, últimamente, les disparan con escopetas y armas hechizas. Muchos lobos mueren mar adentro. Otros quedan mal heridos y llegan a la costa moribundos. La loba Alejandra llegó a la costa de Calbuco el 15 de octubre pasado, con un disparo en un ojo.

La protesta

Calbuco es un pueblo pesquero a 50 kmde Puerto Montt. Vive a duras penas de la merluza y los mariscos. A fines de septiembre la protesta más insólita en muchos años recorrió sus calles: ¡los pescadores marchaban contra sus colegas lobos! "Maten a los lobos", "Los lobos o la gente", decían los carteles. Veinte días después, el biólogo de Sernapesca, Pablo Katz, recibió un llamado anónimo avisándole que una loba tuerta agonizaba cerca del muelle. Junto al técnico Marcelo Villa batallaron durante tres horas para atraparla. Si le echaban un lazo al cuello arrastraba a los funcionarios por la playa. Si le ponían una red no sabían por dónde agarrarla. Si la dejaban ahí, moría. Hasta que consiguieron meterla en una jaula.

Sernapesca tiene la obligación de rescatar la fauna protegida, pero no tiene un hospital ni lugar donde tratar un animal salvaje. "Qué hacemos con ella?", se preguntó entonces Katz. Decidieron llevarla a las piscinas Luna y Galaz, en Tepual, muy cerca de Puerto Montt, la única empresa autorizada para capturar, entrenar y exportar lobos chilenos vivos para espectáculos acuáticos en todo el mundo, de la cual Juan José Silveira es socio y único entrenador. En cuanto la vio la bautizó como una amiga suya flaca y huesuda: Alejandra. –Un veterinario le vio el ojo e indicó antibióticos. Tenía la cabeza inflamada y llena de pus. Luego la operó con anestesia especial para salvarla. Alejandra terminó perdiendo el ojo, una herramienta vital para cazar peces bajo el agua.

Un lobo tuerto no vale nada. "Ni para choapino", dice Silveira. Él ha salvado a un centenar de lobos sin publicidad. Apaleados, atragantados con pedazos de red, baleados o con heridas abiertas. En 2007 evitó que 185 lobos tragaran petróleo tras un derrame en Talcahuano. Él se encargó de dirigir el rescate: –Al principio los rescatistas tenían miedo, no querían acercarse a los lobos. Pero les dije cómo hacerlo, les mostré cómo alimentarlos hasta que sacaran la mancha. Ante todo, había que evitar que los lobos nadaran. Fue fácil. Silveira también ha participado en otros derrames en Magallanes, Iquique, San Antonio.

Los entrenadores que han visto su trabajo no saben cómo lo hace. En dos días tiene a un lobo salvaje comiendo de su mano y obedeciendo su silbato. En 15 días el lobo equilibra una pelota en la nariz. En un mes el lobo responde, ante una pregunta, sí o no con la cabeza.

Los gestos de los animales

Silveira entrena lobos y delfines desde los 13 años. Aprendió de su padre adoptivo, Jorge Enrique Cutini, un comerciante apasionado de los animales, quien, en cuanto juntó la plata, se compró 4 leones de circo y armó en los años 70 el primer zoológico sin jaulas en las afueras de Buenos Aires, Mundo Animal, que todavía existe.

Juan José se dedica a los animales desde niño. Su padre le decía que estudiara, pero él quería ser adiestrador –no domador, como dice la gente– y eso no se estudia en ninguna parte. Dejó el colegio en octavo básico y empezó a hacer tareas simples en el zoo de su padre.

Su primer trabajo fue alimentar a los leones con la mano. Luego limpiarles el pelaje con un cepillo. Cortarles las uñas. Cuando su padre compró tigres, Juan José quedó a cargo de ellos. –Hasta que me di cuenta que podía adiestrarlos. Con trocitos de carne y aplausos. Un aplauso, un trocito de carne. La patita, trocito de carne. La manito… así, muy, pero muy de a poco. Un año después ya metía la cabeza en la boca del león. Aprendió de su padre a observar los gestos de los animales. Su mirada, la posición de sus bigotes. Sus orejas. Las garras. Cientos de gestos que indican si un animal podría o no atacar a su amo y que muchos adiestradores han pasado por alto cuando resultan heridos.

–Pero no soy un domador, eh. Que quede claro. Nada de silla y látigo. Lo mío es un diálogo con el animal. Cuando su padre decidió llevar delfines a Mundo Animal, Juan José se arrojó al agua. De la mano de un mexicano aprendió los primeros trucos. Después siguió solo. Y pasó a entrenar lobos, sus animales preferidos. Dice que 9 de cada 10 lobos aprenden los trucos. Son los animales más inteligentes que conoce.

A los 22 años tenía un espectáculo propio: Mundo Marino. Lo llevó a Uruguay, después a Perú, Colombia, Venezuela, Brasil y México, hasta que llegó a Chile, a San Antonio, donde se enamoró de una porteña y, para quedarse, en 1992 montó el primer show de lobos marinos en el país. Luego llevó sus lobos Lukas y Lupe a los juegos Mampato, en Lo Barnechea, donde desde hace 10 años tiene un show con lobos entrenados. Hace 15 años se asoció con la empresa Luna y Galaz –que se dedicaba a capturar pingüinos Rey en la Antártica para zoológicos– para exportar lobos chilenos entrenados a zoológicos y acuarios de China, Japón, Turquía, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Túnez, Rusia y otros 20 países.

–Como a los 30 años volví un día a lo de mi padre en Buenos Aires. Y al llegar veo el recinto de los leones. Tres leonas jóvenes, lindas, fuertes y un león viejo, zafado ya. Todo roñoso. Voy adonde mi viejo y le digo: "Te aconsejo que cambies ese león, afea el espectáculo…"

Y mi padre me dice: "Pará. Tú no te acuerdas, pero Simba fue mi primer león. Te dio de comer a ti y a tus hermanos. Acá el león se jubila con las mejores minas, con la mejor carne, la mejor jaula…" Al poco tiempo murió el león y después su padre. –Eso me cambió totalmente. Devolver la mano a los animales que te han dado tanto: no lo había considerado así hasta que murió mi viejo.

Eso es lo que Silveira está haciendo en este minuto. Ha vivido 36 años cobrando entrada para ver a sus lobos jugar con una pelotita y ahora le toca salvar a Alejandra, sin público y sin aplausos.

La sentencia

Un inocente legajo de 14 páginas dice que todo el esfuerzo por salvar a la lobita Alejandra es inútil. Se llama Plan de manejo y control de lobo marino común y se ha postergado todo 2010. El plan, elaborado por la Subsecretaría de Pesca, autorizará la matanza controlada de una cantidad indeterminada de los 100 mil lobos marinos que hay en Chile, para controlar su población y aprovechar su carne y otros insumos con fines comerciales.

–En reuniones con representantes de la Subsecretaría de Pesca– dice el dirigente de los pescadores artesanales de Calbuco, Marcelo Soto –se ha hablado de matar a unos 18 mil lobos para disminuir la población. Aunque incluso esa cantidad no solucionaría el problema que tenemos los pescadores. En la Subsecretaría no niegan ni ratifican que ésa sea la cifra oficial, informan sí que hay estudios en curso para matar lobos: se autorizó una "captura letal" de 10 lobos para que una empresa de alimento para salmones y la Universidad de Valparaíso elaboren aceite y vean su viabilidad comercial. Y otra de 300 para "fines científicos", que aún no se determina cuándo ni cómo. Según los ambientalistas, este plan de manejo sería sólo para estudiar el método más eficaz de captura y muerte.

–Los lobos no tienen la culpa de nada– dice Juan Carlos Cárdenas, veterinario con 30 años de experiencia en mamíferos marinos y director ejecutivo de la ONG Ecocéanos.– Una matanza no va a solucionar el problema. La población de lobos no ha aumentado, se han acercado a la costa por el hambre que ha provocado una década de pesca industrial excesiva de sardinas, jurel o anchovetas, 10 veces más de lo que el mar permite.

Pero la presión social de los pescadores, los reclamos de la industria salmonera –que dice que pierde 140 millones de dólares al año por culpa de los lobos hambrientos– es mucha. "El gobierno tiene la palabra", dicen los pescadores. La industria reclama: "O se subsidian las pérdidas o se mata a los lobos". Ya pasó en Namibia en 2007. El Ejército mató 200.000 lobos y los pescadores pudieron pescar. Pero al año siguiente aumentaron los pulpos y los calamares, que antes eran controlados por los lobos, y les devoraron los peces igual. Hoy no pescan nada. La Unión Europea les cerró las puertas por el concepto de "pesca sucia", la que mata a otro recurso para ser rentable.

En Chile los pescadores tienen las escopetas listas. Ya han recibido ofertas de comerciantes asiáticos para comprar los testículos y penes de lobo, que allá se comercializan como afrodisiaco. Cinco mil pesos por cada lobo muerto. –¡18 mil lobos! ¡Con lo que cuesta salvar a uno solo!– exclama Juan José Silveira cuando le informo. La loba Alejandra tardó 35 días en recuperarse del ojo mutilado y que se le desinflamara el cráneo y la mandíbula. Si bien el veterinario no encontró perdigones, las heridas más comunes en lobos son producidas por disparos. En dos años, Silveira ha ayudado a salvar a 10 lobos heridos en Puerto Montt.

Alejandra es una lobita de un año y medio, y todavía puede sobrevivir en el mar. Un lobo viejo de 300 kilos no se hubiera recuperado. De partida, habría que haber tenido una grúa para sacarlo de la playa. Silveira duda de la posibilidad de un plan de manejo con una matanza limpia, para fines científicos o comerciales. –Si se les dispara en alta mar se hunden– dice. –No soportan las anestesias conocidas, se envenenan, se ahogan y no se pueden recuperar. Para capturarlos vivos, con redes, se requieren 4 personas por lobo, lo cual es antieconómico. La única forma viable de matar a miles de lobos y extraerles algo es a la antigua: a garrotazos en la cabeza. Luego, con grúa, se suben al barco y se llevan a faenar.

La lancha de rescate de la Armada navega lentamente hacia la lobera La Sebastiana, ya casi en el océano Pacífico, con la loba Alejandra en cubierta. Tres mil lobos viven ahí desde hace 50 millones de años. La lancha se sacude como una campana contra las olas.

Silveira desclava la puerta de la jaula. Alejandra se asoma como un peluche brillante y aceitoso. Gira su ojo bueno en todas direcciones, olfatea profundamente, se lanza al mar. Al rato asoma su cabeza a 500 metros de distancia. Abrazos y felicitaciones entre todos. Es la única vez que veo a Silveira reír un rato.