Fue propuesto por primera vez en 1976, por un lingüista que tomó conciencia de que emplear el género masculino como representante de todas las personas ocultaba a la mujer y masculinizaba el lenguaje. Propuso usar la “e” como género en común, pero su propuesta fue desestimada ya que la Academia planteó que son los hablantes los que pueden ser sexistas, no una lengua. Pero la idea no quedó allí y fue recogida por grupos feministas y disidentes. Hoy sobre todo es usado por nuevas generaciones que aplican de manera espontánea la X, @ o “e” como una manera de incluir a todos los géneros. Pero estas formas no siempre son aceptadas y en muchos producen rechazo. “Tenemos una lengua hermosa y precisa, por qué estropearla con el lenguaje inclusivo”, declaró hace poco el mismo director de la Real Academia Española; la máxima institución a cargo de nuestra lengua, considera que su uso es innecesario, pues cree que el masculino gramatical ya cumple la función de incluirnos a todos, todas, todes. Arde Troya en las redes sociales cuando la RAE ratifica su oposición; diversos simpatizantes de la “e” y activistas defienden la importancia de aceptar la incorporación de esta forma, que busca incluir a mujeres y disidencias sexuales no representadas en el español tradicional. Fundamental o ridículo, simbólico o innecesario, este cambio en nuestra lengua ya está siendo casi innata en las nuevas generaciones y hoy empieza a colarse en las aulas y discursos políticos. La escritora, feminista y docente experta en Lingüística Viviana Alfaro nos explica por qué es una reivindicación importante y nos da algunas luces para entender esta revolución del lenguaje.
¿Por qué es importante el lenguaje inclusivo?
Significa mucho, porque su uso visibiliza a una comunidad históricamente oprimida, ocultada y violentada. El poder que tiene dar nombre a una población que ha sufrido violencias y opresiones particulares, implica darle forma a esa violencia en un ejercicio consciente por mostrarla y buscar maneras del ejercicio de la equidad y la justicia social. Nombrar una realidad permite darle forma e incorporarla al estatus de lo existente y, por lo tanto, de la acción.
¿Hay un cambio político detrás de él?
Creo que su uso e integración en la vida cotidiana es político, pues no se trata de una práctica inocente que no tiene repercusión alguna en la vida, al contrario, su consideración integra en el área del lenguaje y las comunicaciones humanas una perspectiva interesante de considerar, pues implica un modo de comportarse. El comportamiento lingüístico se enmarca en otros tipos de comportamientos y, por consecuencia, hablar de manera inclusiva implica ejercer también un comportamiento inclusivo. Criticar el uso estándar del español es criticar la misoginia en el lenguaje, es decir, también es un acto profundamente feminista y, por lo tanto, una búsqueda de justicia. Y este último tiempo en Chile ha sido bastante crítico en muchos aspectos, pues hay conciencia de varias aristas que conciernen a la población respecto de sus demandas por una vida digna.
¿Mucha gente critica, se burla o se resiste a incorporar este lenguaje, por qué crees que hay esa resistencia o rechazo?
El rechazo del uso del lenguaje inclusivo puede adquirir diversas formas, desde ocultarlo hasta ridiculizarlo. Proviene desde sectores conservadores que asocian características peyorativas a cierta parte de la población que se expresa de una manera particular. Esto en el fondo, proyecta una fobia hacia aquella porción de la población que comienza a comportarse lingüísticamente diferente. Si la población que propone su uso está estigmatizada, además, aquella variante lingüística lo estará también por defecto, y como su uso es propuesto mayormente por feministas y disidencias, las personas tienden a asociarlo con estos grupos. Los medios de comunicación a través de las noticias en sus diversas plataformas, tienden también a estigmatizar a los grupos sociales que emplean esta propuesta y, entonces, ahí es que estas maneras son despreciadas socialmente, pues implican la remoción de ciertas estructuras gramaticales que ya son muy complejas en el español y, por otra, dado que es un uso político de reivindicación de derechos y demandas sociales.
¿Cuál es el miedo que se tiene?
Quienes son adversos a esta postura señalan que es una imposición, y se leen comentarios del tipo “ahora todos van a decir le mese o le sille”. También se escucha que la lengua se deformará dado el uso de la propuesta inclusiva y que, prácticamente perderíamos “nuestro” español. Pero la lengua es un sistema vivo que, precisamente, debe cambiar para no morir. Las lenguas muertas lo están porque el sistema dejó de evolucionar. La lengua está viva, es como un río que fluye y, por tanto, su agua no se estanca y así se mantiene en sus diversos cauces.
¿Cómo ves la relación con este lenguaje en los colegios o universidades, los alumnos lo ocupan? ¿Los profes lo aceptan?
Aún son pocos estudiantes que lo emplean, pero está adquiriendo, creo, un mayor prestigio dados los últimos acontecimientos ocurridos en nuestro país, donde cada vez las propuestas disidentes tienen un mayor asidero. Yo como profesora tengo muy claro que la propuesta del lenguaje inclusivo tiene absoluto asidero, por lo tanto, en el aspecto formal, si es que hay algún estudiante que quiera emplearlo en los trabajos formales, lo acepto absolutamente siempre y cuando cuiden la concordancia gramatical; esto implica un esfuerzo mayor, porque no se da de manera natural en nuestra lengua.
¿Sería un cambio importante que la RAE o el Ministerio de Educación decidieran incorporarlo como algo oficial?
Creo que sería un avance significativo, porque implicaría la incorporación de la comunidad que usa y/o propone el lenguaje inclusivo y, además, un fundamento fuerte para que su uso se extienda sin remordimientos. Pero los cambios lingüísticos provienen, en su mayoría desde la misma población de hablantes, por más que la Rae o el Ministerio de Educación lo acepten, si este no se expande puede que desaparezca; eso está por verse con el tiempo. Más allá de la aceptación social de las instituciones respecto del uso del lenguaje inclusivo, es necesario que la sociedad misma se vuelva más empática e igualitaria, aspectos que vienen dados por otros factores aún más complejos y estructurales, como un cambio en las políticas sociales, la repartición de los bienes y servicios, la garantía de los derechos básicos o la calidad de la educación para las personas del país.