“Conocí a Camilo, mi pareja actual, en Tinder. Bajé esta aplicación sólo por curiosidad. Varias de mis compañeras de trabajo la tenían y comentaban de sus citas, pero yo no me atrevía a descargarla. Hasta que un día, aburrida y sola en mi casa la bajé. Mi intención era sólo mirar, jamás pensé que podría conocer a alguien por ahí. Sin embargo, esa tarde haciendo scroll, me encontré con una foto de él. Me pareció super atractivo, y aunque su descripción no decía mucho, le hablé. Me respondió rápidamente y comenzamos una “relación” online: hablábamos por WhatsApp y a veces incluso por llamada. Pero pasaron ocho meses antes de vernos en persona. Y es que yo soy un poco miedosa en eso; no sabía si el hombre tras los mensajes y llamadas me parecería igual de atractivo e interesante en persona.

La primera vez que nos vimos nos juntamos abajo de su departamento. Fue en pleno estallido social, así que preferimos caminar juntos hacia algún lugar. Esa cita fue mucho mejor de lo que imaginé. A pesar de que en la práctica era un completo desconocido, me sentí siempre en confianza, además de que fue muy preocupado y detallista. Así comenzamos a salir. Hasta que meses después, me pidió pololeo.

Él es un hombre increíble, muy cariñoso. Siempre está preocupado hasta el más mínimo detalle para que yo me sienta bien. Así que nuestra relación los primeros meses no podía ser mejor. Sin embargo, al poco tiempo mi mamá se enfermó gravemente. Le dieron meses de vida y eso desconfiguró por completo mi vida. Y también mi relación: los días para vernos eran escasos, y a veces mi ánimo no era el mejor. En promedio nos veíamos un par de veces por semana, a veces menos. Y es que además de la enfermedad de mi mamá, tenía que rendir en el trabajo y también con mi hijo, porque soy mamá. Pero él nunca me reclamó por no poder prestarle tanta atención. Fue muy respetuoso con lo que estaba viviendo y jamás ejerció presión respecto de mis tiempos. Finalmente en esa difícil etapa, él no sólo fue mi pareja, sino que fue mi amigo, confidente, mi partner y mi mayor apoyo.

A esto se le suma que los dos disfrutamos mucho de una buena conversación, de un vino juntos, de estar acostados viendo una película. Y como tampoco podíamos hacer mucho más, porque estábamos en medio de la pandemia, nuestros panoramas se redujeron a la intimidad del hogar. Pololeamos cerca de 2 años.

Una vez que falleció mi mamá, mi relación también se acabó. Fue porque mi estado de ánimo cambió por completo, sólo me centré en mi pena y nada era más importante que el dolor que estaba sintiendo. Y es que mi mamá había sido por meses el centro de mi vida y mi rutina, así que, de un momento a otro, tuve que reestructurar todo. En ese proceso, no logré encontrarme con Camilo nuevamente. Le tenía un cariño tremendo, sabía que era un hombre increíble, pero algo me faltaba.

Si lo pienso bien, durante todo el tiempo que pololeamos, yo estuve concentrada en mi mamá y eso no nos permitió tener una relación “normal”. Pero una vez que nos separamos, pensé mejor las cosas. Me di cuenta de que justamente lo que en un principio me encantó de él, era lo que ahora me aburría: su perfección. Con la distancia pude ver que lo que estaba necesitando era “más emoción”, pues nuestra relación era muy pareja; alguien que no me dijera que sí a todo, que no estuviera siempre disponible, y que me sacara de mi rutina. A veces he llegado a pensar que las personas, en el amor, solemos ser un poco masoquistas: si no hay sufrimiento, resulta no ser entretenido. Cuando terminamos sentí un vacío, pero lo vi como una oportunidad para hacer cosas nuevas, conocer gente y pasarlo bien. Solo quería disfrutar.

Así fue como conocí a alguien más. Mi intención no era partir una nueva relación, pero comenzamos a hablar harto. Él era muy divertido, bueno para el carrete, así que solo en un par de semanas ya había salido con él mucho más que los últimos meses con mi ex. Incluso hacíamos “fiestas” de a dos, donde poníamos algunas cosas para tomar y comer, y bailábamos solos. Era muy divertido, nos reíamos de tonterías, lo pasábamos muy bien.

Pero no todo fue perfecto. De a poco comencé a notar que a ratos me sentía incómoda con él. No supe detectarlo tan rápido, pero en algún punto descubrí que era porque él, de manera muy sutil, se las ingeniaba para culparme por todo. Me manipulaba. Incluso una vez me dijo que era “fome en la cama”, cuando no acepté una propuesta que me hizo. Lentamente comencé a sentirme opacada, insegura. Incluso me cuestioné si era cierto lo que me decía, si realmente yo era fome. Mi autoestima comenzó a bajar.

A eso se le sumó que me demandaba mucho tiempo. Quería que estuviera con él cada vez que no estaba en el trabajo, como si no fuese madre o no tuviera más familia. A pesar de eso seguí un tiempo con él, porque en algún punto representaba aquello que, se supone, extrañé en mi relación anterior: un hombre que no me consintiera en todo, que no tuviera “asegurado”. Y con quien la relación no fuese pareja, sino que más bien tormentosa.

Por suerte fui capaz de poner fin a esto a tiempo. Un día dije no más. Era cierto que lo pasábamos bien, pero ¿a qué costo?

En todo ese periodo perdí todo contacto con Camilo, aunque él en fechas claves me enviaba saludos por mail. Yo nunca abrí esos correos. Prefería seguir adelante, a pesar de que él seguía estando en mis recuerdos, sobre todo en esta nueva relación que tuve: en cada gesto tierno que me faltaba o en cada detalle que él no tuvo, siempre pensé en Camilo. Sabía que con él las cosas habrían sido distintas.

Una mañana decidí responderle uno de los tantos mails que me había enviado. Fue un impulso. Él me respondió y de a poco volvimos a hablar. Hasta que un día me invitó a salir. Al estar ahí, en su departamento, recordé lo bien que me sentía a su lado. Lo rico que es que alguien te haga sentir bien. Entendí que esa tranquilidad y estabilidad que en algún minuto vi como algo fome, finalmente es lo que quería para mi vida. Y es que a veces uno tiene una imagen errada de cómo deben ser las relaciones, como si el amor fuese siempre de la mano con el sufrimiento; o quizás a veces es necesario vivir otras experiencias para valorar lo que tenemos. Así que esa noche retomamos nuestra relación. Abrimos un vino, como era nuestra costumbre, y pusimos una película. En ese momento me di cuenta de que era ahí donde quería estar, no solo esa noche, sino que la vida entera”.