"Tuve un desarrollo bien tardío. A mis amigas les llegó la regla a los 11 años y empezaron a desarrollarse, mientras yo esperaba que me tocara. Me acuerdo en el colegio de haber visto a mis compañeras pechugonas haciendo deporte, con las pechugas saltando y pensar: yo también quiero eso. Se dice que con la llegada de la regla se detiene el crecimiento, y es así. Mientras no me llegaba, empecé a ser más alta que todas mis amigas. Pero era alta, flaca y plana. Y fue así como las pechugas se convirtieron para mí en un objeto de deseo. Por otro lado, a mis mejores amigas con la llegada de las pechugas se les activó la vida amorosa. El otro día leí mis diarios de esa época: las envidiaba, quería vivir los dramas que ellas vivían, empezar a ser mujer.
Finalmente a los 14 años me llegó la regla y me crecieron las pechugas. Físicamente que te salgan duele mucho. El dolor del botón mamario es real. Al principio es medio deforme, no una pechuga lista, y uno pasa por un proceso bien largo en el que hay que ocupar el típico peto de entrenamiento que a muchas les carga, pero cuando yo pude usé el mío, me sentí libre. ¡Qué ganas de decirle a esa Eleonora que en el futuro no iba ocupar sostenes, porque su verdadera liberación llegaría cuando dejara de ocuparlos!
De adolescente mis pechugas se convirtieron en un objeto de deseo para los demás y para mí. Es raro, porque cuando empiezas a tener interacciones con otros te das cuenta de que te sirven, de que son una herramienta erótica. Entonces, a pesar de que yo era bien pudorosa, descubrí su poder. Por ejemplo, a mí antes de darme mi primer beso, me agarraron una pechuga. Con el tiempo me di cuenta que los hombres no saben hacerlo, pero el chico que me lo hizo por primera vez sí supo, y casi me desmayé de placer. Veo mis fotos de cuando tenía 18 y 19 años, con unas pechugas hermosas, pero en esa época las encontraba muy chicas o con el pezón muy oscuro o con demasiadas estrías. Creo que la baja autoestima y la inseguridad se activan con los estereotipos que nos imponen, y una está bombardeaba. Recuerdo haber visto hasta comerciales de galletas que se vendían con un escote.
Cuando tenía 24 años, un día me vi en el espejo y me di cuenta de que mis pechugas estaban llenas de venas, duras, apretadas y me dolían. Así supe que estaba embarazada de mi primer hijo. A medida que iba avanzando ese primer embarazo, se fueron transformando. Cuando nació y empecé a darle leche al Leopoldo, me di cuenta de que es muy raro alimentar a alguien con una parte de tu cuerpo que hasta entonces tenía un fin puramente erótico. Después del parto, por mucho tiempo mis pechugas estuvieron superditadas a su modo funcional-alimenticio. No tuve sexo por meses, porque me costó mucho sentirme sexual. Era como si la pechuga quedara fuera del cuerpo, como si ya no fueran mías. Después de la lactancia de mi primer hijo, me quedaron un poco caídas, pero tampoco tanto. Fue al terminar la lactancia de mi segundo hijo, Félix, quien nació prematuro y para el que tuve que sacarme mucha leche, que se me cayeron definitivamente. Tenía 30 años. Los sostenes me empezaron a quedar grandes y las copas sueltas. Mis pechugas ahora eran como unos saquitos vacíos.
Este verano compartí en redes sociales una foto en la que salía en traje de baño contando que se me habían caído las pechugas, y muchas mujeres me dijeron que después de ser mamás a ellas les habían quedado mucho peores. Otras me comentaron que, aunque nunca habían sido madres, las tenían más caídas que yo. Pero uno pasa de compararse con las otras en la adolescencia a compararse con una misma en la adultez, y en mí caso puedo decir: se cayeron. Veo fotos de cuando chica y tenía las pechugas preciosas, paraditas, con los pezones para adelante. Y ahora, nada de eso.
Al tener hijos adquieres perspectiva, sobre todo de lo que importa y de lo que no importa. Y así fue como de a poco dejé de ver las pechugas como un objeto de deseo de mis parejas sexuales, y empecé a verlas como algo mío. Primero las pechugas fueron para las personas que me gustaban, después fueron para mis hijos, y ahora, por fin, las pechugas son mías. Tienen estrías y están caídas, pero las veo como una herramienta para empoderarme y sentirme linda.
Hace poco dejé de usar sostén, por calor y por comodidad. Al principio no fue fácil, me daba vergüenza ir a buscar a mi hijo al colegio porque creaí que me iban a decir inmoral, pero la verdad es que a nadie le importa. He hecho un trabajo de aceptar lo que significa esto para mí desde el feminismo. Tengo pechugas caídas porque cumplieron una función preciosa y ahora las amo más que nunca. Como mamá quiero enseñarles a mis hijos que las pechugas son normales y que no las tengo que estar escondiendo. Hay una impostura social, pero no quiero que siga siendo así. Creo que desde el feminismo debemos recuperarlas para darles otro significado. Me gustaría que de ahora en adelante ya no fueran sinónimo de deseo, sino que sinónimo de poder".
Eleonora Aldea Pardo (35) es diseñadora gráfica independiente.