Estefanía Álvarez estudió Ingeniería Industrial en la Universidad de Chile. Egresó el 2018, unos semestres después que sus compañeros, porque en tercer año quedó embarazada. La decisión de pausar sus estudios fue, en parte, porque necesitó tiempo para cuidar a su hijo, pero también porque no encontró en la Universidad apoyo para llevar a cabo su doble rol de madre y estudiante. “Recuerdo que la primera vez que le conté a una profesora, lo hice porque se trataba de un ramo muy protocolar en el que invitan a Ministros y gente muy importante. El primer día la profe nos dijo que estaba prohibido salir durante la clase, por respeto a estos invitados. Como yo estaba en los primeros meses, tenía muchas nauseas, entonces preferí avisar, por si alguna vez tenía que ir al baño. Pero apenas alcancé a decirle que estaba embarazada y recibí de vuelta un largo sermón. Me dijo que ella era madre y que no se trata de una enfermedad, por lo que si iba a pedir una excepción no la iba a encontrar. Cuando terminó de hablar, le dije que solo quería advertirle que alguna vez podría necesitar salir al baño, y me dijo ‘ok’”, cuenta.
Cosas así vivió por montones. Profesores que le sugerían que congelara la carrera o que eligiera instituciones menos exigentes la hicieron sentir que debía elegir entre ser madre o estudiar, porque para muchos no se pueden hacer las dos cosas. Y no es la única.
Nicole Sánchez egresó en 2019 de Medicina Veterinaria, en la misma universidad, pero cuando ingresó, ya tenía un hijo de un año. “El hecho de tener un hijo fue un obstáculo al decidir si entraba a estudiar o no, porque todo se hacía más difícil. Luego, cuando entré a la universidad, se fue profundizando, porque tuve muy poco apoyo de profesores y profesoras en relación a compatibilizar los estudios con la maternidad. El apoyo dependía del criterio de cada profe. Hay algunos más sensibles que entienden cosas tan simples como cuando pedía que me cambiaran el horario de un taller para que calzara con la hora en que tenía que ir a buscar a mi hijo al jardín, pero también me encontré con otros que me decían que no bajo el argumento de que no venimos a la universidad a criar hijos, sino que a estudiar”, relata.
Y no es algo desconocido. Carmen Andrade, directora de la Oficina de Igualdad de Género de la Universidad de Chile, cuenta que cuando se armó dicha oficina, comenzaron a hacer un diagnóstico para recoger las principales desigualdades de género. Ahí se encontraron con el problema de las estudiantes –mayoría mujeres– que eran madres. En ese momento ya se habían agrupado en la organización Mapau (Madres y Padres Universitarios) y fueron ellas las que explicaron en detalle cómo era la vida de un estudiante madre, más allá de los datos. “Entre otras cosas nos encontramos con que la mayor parte de la maternidad en estudiantes es no deseada y por tanto no siempre hay un plan ni una pareja; la mayor parte crían solas, son jefas de familia tanto en lo económico como en el cuidado y recurren al apoyo de las abuelas. Y que en todo este contexto, la universidad estaba muy ausente. Las veíamos como estudiantes, pero no estudiantes madres”, dice Carmen. “Y entonces ocurría lo que muchas de ellas declaran, que es que si se les presentaba algún problema, debían negociar con el profesor o profesora del ramo con la posibilidad de encontrar algunos que acogieran la solicitud, como otros que les decían –literal– primero crie y después estudie”, agrega.
Corresponsabilidad social
Mapau nació en 2012 cuando un grupo de ocho estudiantes madres de la Universidad de Chile deciden agruparse para exigir sus derechos. “Cuando empezamos a hacer la agrupación tratamos de incluir a los hombres, sin embargo, cada vez que hacíamos encuentros llegaban puras mujeres, porque ellas eran las que tenían problemas con este tema. Y también nos pasaba que entre nuestras historias comunes, la mayoría éramos mamás solteras”, cuenta Estefanía.
Diana Villalobos egresó de enfermería en 2017 y también forma parte de la agrupación. “Di la PSU embarazada y mi hija nació en marzo, así que tuve que congelar el primer año. Como soy de región, cuando me vine a Santiago, el segundo año, estaba sola con mi hija de un año y por tanto dependía económicamente de mis papás y del jardín privado que ellos le pagaban a mi hija”, cuenta. Pero más allá de lo económico, que ya es un gran tema para muchas porque no tienen un ingreso, la organización era lo más difícil para ella. “En las carreras de salud tenemos ramos prácticos a los que no se puede faltar a menos que tengas una licencia médica y es complicado, porque a veces tenía prácticos en la mañana y clases en la tarde, salía a las seis o siete de la tarde, que son muchas horas para que un niño tan pequeño esté en el jardín. Tanto que muchas veces me pasó que llegaba a buscar a mi hija y era la única que quedaba en la sala”, recuerda.
A Diana le tocó entrar el 2011, un año de fuertes demandas del movimiento estudiantil, y eso hizo que la universidad pasara mucho tiempo en paro. “El tema es que cuando tocó recuperar clases, tuvimos que hacerlo incluso los días sábado, cuando no hay jardín infantil, así que me tocó ir a dar pruebas con ella. Mis amigas me ayudaban a cuidarla mientras me tocaba ingresar a mí; o derechamente tuve que entrar a la clase con ella, aunque me miraban con mala cara o me pedían que por favor no llorara. Al final todo el tiempo estás tratando de pasar piola, de ser invisible, porque sientes que estás estorbando”, confiesa.
Por eso, una de las primeras solicitudes del Mapau fue el tema de las salas cuna y jardines. Así surgió la Política de Corresponsabilidad Social en la Conciliación de las Responsabilidades Familiares y las Actividades Universitarias, que implementó la Universidad de Chile en 2018. “Para hacer esta política miramos el código del trabajo, porque pensamos que si las trabajadoras chilenas han logrado conquistar ciertos derechos, por qué las estudiantes no. Desde ahí surgen cosas concretas como un pre y post natal, permisos por enfermedades de los hijos, prioridad en la toma de ramos; también flexibilidad para postergar pruebas o pedir que algunos trabajos se hagan desde la casa. Una serie de medidas que buscan que ellas puedan permanecer en la universidad y que sientan apoyo en el rol que están cumpliendo”, explica Carmen Andrade. Fue ahí cuando consiguieron también el esperado convenio con la Junji, a través del cual la universidad le entregó terrenos dentro de sus campos donde se construyeron salas cunas y jardines infantiles.
Pero la realidad de la Universidad de Chile es aislada dentro del país. “Como Mapau hemos hecho encuentros con madres universitarias de otras instituciones y hay lugares donde las cosas se hacen más difíciles. Por ejemplo, en algunos institutos técnicos dentro del reglamento está especificado que las estudiantes que son madres, no pueden asistir a clases con sus hijos y muchas de ellas nos contaban que cuando no tenían otra opción, iban con ellos, pero entre todas se apoyaban para esconderlos”, cuenta Estefanía. “Y eso es algo que nos pesa, que a pesar de que nosotras en la Chile conseguimos la política, dejamos atrás a compañeras de otros centros estudiantiles que finalmente dejaron la carrera porque se les hizo muy difícil”, agrega.
Se trata entonces de un tema de Estado, que hasta ahora no está cubierto y que llevó a que, en 2016, un grupo de legisladores, encabezados por las diputadas Karol Cariola, Camila Vallejo y Maya Fernández, junto con Mapau, presentaran un proyecto de ley que busca la protección y no discriminación en materia de maternidad y paternidad estudiantil. El documento buscaba establecer, entre otros puntos, el principio de la corresponsabilidad de los padres; los deberes de las instituciones de educación superior; y que ninguna institución de educación superior pueda condicionar los estudios de las personas en virtud de su paternidad, maternidad o embarazo. Pero Estefanía cuenta que “lamentablemente aún duerme en el Congreso”.
Sin embargo, a pesar de no existir una política pública, cada vez son más las Instituciones de Educación Superior que están asumiendo compromisos en este ámbito. En la Universidad Católica de Temuco, por ejemplo, el año 2019 se aprobó una Política de Género que tiene entre sus lineamientos la conciliación entre la vida familiar y las actividades universitarias de toda la comunidad que forma parte de la institución. “El nuevo Reglamento de Estudiantes de Pregrado, aprobado en noviembre de 2020, regula el fuero maternal de las estudiantes embarazadas, de tal manera que ellas pueden solicitar por escrito a sus respectivas jefaturas de carrera que se les disminuyan los requisitos de asistencia a clases, con un tope de 50%”, cuenta María Cecilia Fernández, directora de la Dirección de Género de dicha universidad. “Nos parece que regular el fuero maternal y los permisos especiales, son avances muy importantes porque van instalando una cultura de reconocimiento del esfuerzo que suponen las tareas de cuidado”, complementa.
Valorar el cuidado para emparejar la cancha
Nicole Sánchez dice que una de las cosas que la motivaron a pelear por esta política, es que la responsabilidad del cuidado debiera ser de toda la sociedad. “En Chile las políticas, al ser machistas, están hechas para que la mujer se haga cargo de la crianza de los niños. Más que un beneficio o ayuda, lo que queríamos era que estuviera reconocido nuestro derecho a estudiar en condiciones igualitarias a nuestros compañeros. Porque no queremos que nos regalen nada, ni menos las notas. Queríamos demostrar las mismas habilidades de nuestros compañeros, aprender y esforzarnos, pero que las condiciones bajo las cuales pudiéramos estudiar fueran las mismas”, dice.
Carmen Andrade concuerda con las estudiantes. “Una función social tan importante como es el cuidado de las personas, en esta sociedad se le asigna solo a las mujeres como un trabajo gratuito, como si fuese natural: eres mujer y tienes que cuidar. A los niños cuando son pequeños, a los padres cuando son viejos. La sociedad se desliga del cuidado porque hay un ejército de mujeres a las que nos enseñan desde pequeñas que este es un acto de amor y por tanto, si renunciamos nos sentimos culpables porque en ese gesto, se transgreden mandatos culturales muy fuertes”, dice.
Señala también que el concepto de corresponsabilidad social apela a eso, a la importancia que tiene el cuidado para la humanidad y que por tanto debe ser responsabilidad de todos: el Estado con sus instituciones, las universidades, los empleadores y en la familia, no solo las mujeres, sino que mujeres y hombres. “Debemos avanzar hacia desfeminizar el cuidado y también desprivatizarlo, no puede ser solo responsabilidad de la familia”, agrega. Y María Cecilia Fernández complementa: “Las políticas de conciliación de vida laboral y familiar desde una perspectiva de género son indispensables para el adecuado funcionamiento de las organizaciones modernas, porque está comprobado que medidas en este sentido contribuyen al bienestar de las personas, lo que sin duda tiene un efecto positivo en el desempeño laboral y en la calidad de vida”.
Diana Villalobos cuenta que ella no alcanzó a usar esta política en la Universidad de Chile, porque egresó el año en que se promulgó, pero quiso estar ahí, a modo de trabajo altruista, para que las chicas que vienen después no tuvieran que pasar por lo mismo. “No quiero que seamos solo nosotras, las mujeres, las que sigamos llevándonos el peso del cuidado y la crianza. Es injusto”, dice. Y es que finalmente todas ellas, las que fueron madres mientras estudiaban, se demoraron más en terminar sus carreras, salieron más cansadas, egresaron sin sus pares y por tanto tuvieron menos redes para insertarse en el mundo laboral. Se trata entonces de emparejar la cancha.
Nicole sí alcanzó a beneficiarse de la política y reconoce que la implementación fue lenta. “Es que además de un documento que nos respalde, necesitamos un cambio cultural donde todas y todos entiendan que el cuidado no es solo un tema nuestro. Yo andaba con la política impresa y cuando tenía un problema, se la mostraba al profe”, cuenta.
Estefanía actualmente es funcionaria de la institución. “Tampoco me tocó recibir los beneficios como estudiante, pero lo que me alegra es que veo que las chicas son más conscientes de que tienen derechos, están más empoderadas y no les pasa, como a nosotras, que creíamos que era normal que nos trataran así, porque era lo que nos tocaba al haber quedado embarazadas. Teníamos que aguantar. Y ojo que eso ocurre en la Universidad, ni siquiera estamos considerando las tasas de embarazo adolescente, que son muy altas. Esas niñas a veces ni siquiera piensan en la opción de estudiar, y desde ahí comienza la brecha”.