En toda mi carrera profesional nunca sentí algún tipo de discriminación o diferencia por ser mujer. De hecho, siempre creí que era un mito eso de que a las mujeres se nos trata diferente en el trabajo porque había tenido la suerte de formar parte de buenos ambientes. Eso hasta que quedé embarazada.
En diciembre de 2013, ingresé con un cargo de jefatura a una empresa internacional. Fue una experiencia grata en la que pude desarrollarme profesionalmente y crecer de la mano de diferentes oportunidades y desafíos. Al año de entrar y habiendo cumplido los 41, me embaracé por primera vez. Fue un embarazo complejo y de cuidado en el que, por indicación médica, tuve que ausentarme de mis labores durante un año.
Al volver nada fue igual. Mis responsabilidades ya no eran las mismas y las personas a mi cargo ya no lo estaban. Aunque nominalmente el cargo me pertenecía, en la práctica no me dejaron ejercerlo. Eso me generó confusión. No entendía si lo que pasaba se debía a que yo estaba fuera de training o simplemente a que mi ausencia había sido causal para prescindir de mí. Pero enfrenté la situación pensando que sería pasajero y que las cosas volverían a la normalidad. Cuando vi que las cosas no cambiaban, hablé con mi jefa directa, con dos vicepresidentes de la compañía y con recursos humanos. Para mi sorpresa todos normalizaron la situación y no le dieron mayor importancia a lo que me pasaba, argumentando que reincorporarse luego de un postnatal era así y que debía estar tranquila. Pero evidentemente esas respuestas no me dejaron conforme. Sabía que algo andaba mal y lo corroboré yendo a la Inspección del Trabajo, donde me aseguraron que esto merecía ser denunciado. Por lealtad a ellos no lo hice.
Unas semanas después de que terminó mi fuero, se me notificó la desvinculación a la empresa con el argumento de que era una necesidad de la compañía. Aunque eso no se pudo concretar porque yo estaba nuevamente embarazada, lo que más me sorprendió era el hostil ambiente en el que estaba metida, ya que nuevamente me indicaron que mi embarazo no era impedimento para el despido y que la postura de la empresa era desvincularme de todas formas. A pesar de mi estado, debí negociar mi salida. Ellos me hicieron una oferta que no acepté y me pidieron un examen de sangre que corroborara mi embarazo.
Días después, se me informó que dada mi condición la empresa no me desvincularía, pero a partir de ese momento mi situación empezó a ser aún más ambigua. Nuevamente no sabía cuáles eran mis responsabilidades. Se me devolvió mi notebook sin información para trabajar, las reuniones en las que debía participar de un minuto a otro se cancelaban y en una oportunidad mi jefa me solicitó abiertamente que me retirara de una reunión porque mi presencia ahí no era necesaria.
Finalmente, me recomendaron tomarme unos días mientras veían donde me reasignarían. Comencé a trabajar en un proyecto muy relevante para la compañía, así que me motivé y logré sentirme útil nuevamente. Ahora estaba a cargo de un jefe que reconocía mi labor y me apoyaba.
Lamentablemente pasado un tiempo perdí el bebé que estaba esperando. Y a pesar del dolor, volví a trabajar, dispuesta a jugármela en esta nueva oportunidad que creía que estaba teniendo. No obstante, pasado un tiempo se me notificó nuevamente que estaba desvinculada. La verdad es que en ese momento sentí alivio. No había dejado antes ese trabajo porque necesitaba los recursos, pero emocionalmente estar ahí me hacía sentir muy poco valorada y respetada.
Lo irrisorio de toda la situación, es que luego de tres semanas de mi desvinculación me enteré de que estoy embarazada nuevamente, y de acuerdo a la indicación médica el bebé había sido engendrado mientras estaba trabajando. Fue extraño lo que sentí, ya que no quería volver a la empresa, pero pasado un tiempo empecé a ver las implicancias asociadas a un nuevo hijo y lo difícil que sería encontrar trabajo embarazada. Decidí esperar para tomar alguna acción, ya que temía volver a tener una pérdida y exponerme nuevamente a una situación incómoda. Ahí me enteré de que tengo una condición especial en mis arterias que me hace perder los bebés y que por eso no puedo tener certezas de que mis embarazos prosperen. Una vez que el doctor me indicó que tenía mayores probabilidades de mantenerlo, notifiqué a la empresa de lo ocurrido. No me hicieron caso, por lo que tuve que recurrir a la Inspección del Trabajo.
En la inspección se me informó que tenía 60 días hábiles para notificar a la empresa. Entendiendo como hábil lo usual que entendemos la mayoría de los mortales (de lunes a viernes), calculé la fecha y la inspección acogió mi denuncia. Sin embargo, cuando la revisaron en detalle detectaron que estaba fuera de plazo, ya que los días sábados también se consideran hábiles. A pesar de lo anterior, la inspección me comentó que las buenas empresas no consideran el plazo si está dentro de su política no despedir a mujeres embarazadas. No fue mi caso.
Después de lo que viví me surgieron muchas preguntas. ¿Embarazarse necesariamente implica un perjuicio en la vida profesional? ¿No se puede ser madre y una buena profesional al mismo tiempo? ¿Debemos tener miedo cuando nos embarazamos? Creo que la familia y la vida laboral pueden ser compatibles, y las mujeres trabajadoras no debemos sentir que nuestros embarazos son una amenaza a nuestras profesiones.
La discriminación es una realidad que debemos enfrentar las mujeres en edad fértil. Lo increíble de mi caso fue que dos mujeres fueron las más crueles conmigo, lo que es lamentable. Actualmente me estoy rearmando y recuperando la confianza en mí y en mis capacidades, confiada de que cuando me reintegre al mundo laboral encontraré un lugar en el que será compatible ser profesional y madre.
Carla (44) tiene dos hijos y es ingeniera.