Paula 1249. Sábado 21 de abril de 2018. Especial Madres.
En su casa jamás se vio o escuchó una pieza de ballet clásico. Ninguna relación con los tutú y las zapatillas de satén. La única conexión con el arte venía de un tío folclorista. Sin embargo, la vocación se instaló, fuerte y prematura, en esta bailarina que hoy es solista del Ballet de Santiago. Es la menor de tres hermanos y ya en el colegio disfrutaba bailando en las actividades extraprogramáticas. Una vecina le sugirió a su mamá que la llevara a audicionar a la escuela del Teatro Municipal. Katherine tenía 9 años y quedó. Por 5 años, su mamá la acompañó sagradamente, de lunes a viernes, a las clases de ballet después del colegio. El recorrido en micro desde Peñalolén –donde vivía Katherine– hasta el centro de Santiago demoraba una hora. Cada día, su mamá la peinaba con un tomate tan apretado que los ojos de la niña se estiraban, tirantes. "Para mí era como un juego, amaba bailar y lo pasaba bien con mis compañeras. Lo que más me gustaba era experimentar con los límites del cuerpo, como pararme con cada pie doblado hacia fuera", dice. Tenía 12 años cuando pudo pararse de puntas. Tal como una epifanía, la empinada posición marcó un hito. "Esto es lo que quiero hacer por el resto de mi vida", resolvió. Un año más tarde, dejó el colegio para dedicarse a bailar. En paralelo, daba exámenes libres. A los 16 pasó a formar parte del cuerpo de baile del Ballet de Santiago y, con ello, se convirtió en una bailarina profesional.
Su gran debut como protagonista fue en 2015 para Manon. Un desafío no menor, pues hizo dupla con el célebre Luis Ortigoza, ex primer bailarín estrella que Katherine admiraba desde chica. "Él tenía como 40 y yo 20. Estaba nerviosa, porque era como ver a un superhéroe del que eres fanática". La crítica alabó su interpretación. Le siguieron Cascanueces, El lago de los cisnes, Raymonda, entre otras piezas, donde Katherine se ha lucido con su 1,60 m de estatura y su enjuta y sofisticada silueta, con la que pareciera flotar sobre el escenario.
Marcia Haydée, directora artística de la compañía, tiene los ojos puestos en ella. Asegura que su talento la convertirá, en el futuro, en una estrella del ballet. A Katherine solo le preocupa una cosa: no parar de bailar. "Hay bailarinas que recién a los 40 comienzan a disfrutar el ballet. Yo trato de vivirlo ahora, en el presente. No me estreso si no me veo bien o si algo me sale mal. A fin de cuentas, uno de los lujos de nuestros tiempos es hacer lo que a uno le gusta. Y el ballet me ha dado ese privilegio".
Señas:
Katherine Rodríguez, 24 años, Bailarina solista del Ballet de Santiago.
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