Un taller que dictó la poeta, escritora y profesora chilena Soledad Fariña en 2019 fue el punto de inflexión en la vida de Emilia Pequeño Roessler. “Nunca fui lectora de poemas de amor, no me interesaba leerlos, tenía la idea de que eran un poco zonzos. Quizás por ser muy hija de mi contexto: mientras estudiaba Literatura en la Universidad de Chile, ocurrió el Mayo Feminista (2018), en donde estaba muy latente la crítica al amor romántico.
Ahora, que han pasado los años, lo veo también con otra perspectiva y pienso que mis prejuicios no partieron necesariamente con el movimiento feminista, porque estos se construyen culturalmente y tienen toda una historia. Y también entendí que había una cuestión de madurez, porque obviamente el amor romántico tiene que re pensarse, pero yo creo que mi reacción era un poco más combativa o adolescente frente al tema”, reflexiona Emilia.
Con todo ese “peso” tomó el taller, que redireccionó su escritura. “Fui entendiendo otras cosas, otras maneras de pensar los poemas de amor; rompiendo los prejuicios que tenía en mi mente”, dice. Así nacieron los primeros cinco poemas que darían paso a ‘Notas para una cartografía imaginaria de los fiordos’, su segundo poemario, que fue presentado este fin de semana en Chile en el Festival Internacional del Libro y la Lectura de Ñuñoa (FILL2024) y que fue editado por Vaso Roto (España y México) luego de ganar el Premio de Poesía Joven Vaso Roto 2023 en la Feria Internacional del Libro de Monterrey.
En este poemario Emilia explora desde el cuerpo y el tacto, un paisaje imaginado, mas no conocido por ella: los fiordos. A partir de la pregunta por este accidente geográfico, en analogía con el cuerpo de un ser amado, construye una cartografía imaginaria y una reflexión respecto a lo que el ejercicio mismo de cartografiar significa en términos de afectos, memoria, lenguaje, símbolos y representación.
…hablo
sobre el brazo del agua
que nos recogerá
y volverá a juntarnos…
La cartografía es la rama del grafismo que se ocupa de los métodos e instrumentos utilizados para exponer y expresar ideas, formas y relaciones en un espacio bi o tridimensional. ¿Cómo eso se puede relacionar con el amor de pareja?
Pienso en los cuerpos y cómo nos adentramos a otros cuerpos, cómo los conocemos y los vamos cartografiando. Uno va cartografiando el cuerpo de la persona amada, lo empieza a conocer: aquí hay un lunar, aquí hay tal cosa. Pero al mismo tiempo es un ejercicio de extranjería, porque uno siempre va a ser extranjero en el cuerpo de otro.
Lo que me interesaba trabajar es el amor como una experiencia, pero también como una forma de conocer. Y en ese sentido la cartografía o esa idea del fiordo me sirvió como recurso para hablar de otras cosas; de la dificultad de entender con la mirada o de la impenetrabilidad de las cosas, porque así como el mundo fenoménico no es entendible del todo, pasa con el amor que siempre va a haber algo que no termina de cerrar.
¿No crees que sea posible entender tanto la experiencia amorosa como al ser amado?
Hay una impenetrabilidad, una incapacidad de entender del todo y eso me parece interesante. Es una pregunta sin respuesta. Tiene que ver con el no entender, pero aun así adentrarse a las cosas.
El amor romántico nos dice todo lo contrario...
En el amor romántico está el mito de la media naranja, esa idea de que hay un otro que es tu complemento y que por tanto te conoce y lo conoces más que a nadie, y por lo mismo, no necesitan hablar para saber qué necesita o desea el otro. Todas ideas muy neuróticas y que a mí me provocan dolor de guata.
Por eso también usé la naturaleza o el paisaje para hablar del amor. La metáfora o alegoría en que el libro se sostiene, tiene que ver con, precisamente, la obsesión por el paisaje y cómo yo nunca lo voy a tener o nunca voy a poder aprehender completamente. Y hay un símil con el amor, yo puedo adentrarme y explorarlo entero, hundirme en eso, pero al final siempre va a haber una porción que no conozco y que no es mía.
…pensé en el agua salada
que se precipita por la hendidura de tu plexo
un hueso infranqueable donde se trenzan
las arterias que van a dar al mar…
¿Por qué elegiste un fiordo?
La palabra fiordo vivía en mi cabeza porque sí, un poco gratuitamente y me pareció una palabra interesante. Es un glaciar que dejó una trizadura en una roca y después se derritió el glaciar y se llenó de agua. Como una especie de herida o grieta que se arma a raíz de un glaciar.
El fiordo me sirve para hablar de esa marca que deja el amor, esa grieta. Hay algo ahí, en la roca que se quiebra pero sigue existiendo y la huella que deja en las personas.
¿A eso te refieres cuando hablas de memoria afectiva?
El mismo concepto de huella tiene que ver con una memoria de algo que estuvo y a mí parecer, toda experiencia tiene afectos, tal vez no son siempre románticos, pero sí hay afectos de por medio, porque nos afecta.
Entonces, en ese proceso de cartografiar, siempre va a tener una memoria que es afectiva.
Afectiva pero no romántica...
Es imposible abstraerse de la experiencia romántica por la manera en que nuestra sociedad está conformada, porque culturalmente se configura así la sexoafectividad. Ya no tengo esa mirada combativa que tuve alguna vez, pero sí crítica.
Entonces para mí es interesante pensar el amor como una fuerza movilizadora, una pulsión que va un poquito más allá, porque nosotros podemos tener muchas parejas a lo largo de la vida, pero igual hay una especie de continuo del deseo, y por otra parte cada experiencia es única a la vez.
En el fondo lo que quise hacer con este poemario y que aprendí en el taller de Soledad Fariña es volver a preguntarme por el amor y los modos de amar, que al final es un ejercicio constante y necesario.
…me enfrento
a buscar un modo de alcanzarte
y pese a todo fallar en lo que llaman
comunicabilidad
un gesto apenas bastaría
si direccionaras tus ojos
hacia esta latitud…