Empezar una relación en pandemia: “Es aprender a valorar y no temerle a los silencios, y también darle espacio al ocasional aburrimiento”

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“Un día de junio del año pasado, bajé al patio interior de mi edificio a fumarme un cigarro. Por ese entonces me había tocado enfrentar una situación compleja en el trabajo, había tenido una pelea con un amigo muy cercano, no veía a mi abuela –a quien quiero mucho– hace ya varios meses y no lograba conciliar el sueño del todo desde hace un par de semanas. El peso de la pandemia se empezaba a sentir con fuerza, y ya vislumbraba que en un futuro cercano, las cosas solo empeorarían. No había nada que hacer.

Entregado y resignado, bajé entonces a fumar el último cigarro de la cajetilla que había comprado unos tres días antes. Me propuse que ese sería el último de la vida, o al menos por un tiempo, así que disfruté, saboreé e inhalé con intensidad cada segundo. Hasta que quedó solo la colilla y la apagué en la suela de mi zapato para luego botarla en el basurero cercano. Mientras caminaba hacia allá, miré de reojo y vi a un vecino sentado en la banquita tomando sol. En sus manos tenía un libro y una taza de café. Lo había visto antes, pero ahora, con el sol en su cara, me fijé con detención. Tenía una cara hermosa y dulce y me dieron ganas de hablarle. Pero mi timidez fue más fuerte y me di media vuelta. Antes de lograrlo, escuché que me habló. No supe si mirarlo de inmediato porque eso me delataría, pero al final no le di tantas vueltas y busqué su mirada. Repitió lo que había dicho un par de segundos antes; “¿Tienes otro cigarro?”, me preguntó. En ese momento maldije mi resolución de dejar de fumar y deseé no haber fumado el último, pero no había vuelta atrás. Le conté que desde ese minuto había dejado de fumar.

Pasamos un rato sentados en la banquita hablando y me contó que se había cambiado hace poco al conjunto de edificios, justo antes de que comenzara la pandemia, y que me había visto, pero no se había atrevido a hablarme. Yo le confesé que lo había visto recién tomando sol y que me había llamado mucho la atención. Así se nos pasó una hora y quedamos en ir a tomarnos un café a su departamento.

De ahí en adelante todo se dio con suma naturalidad. Nuestras historias eran un tanto parecidas, y ambos habíamos salido del closet recientemente, entonces todavía estábamos aprendiendo a habitar esa realidad. Hablamos mucho, nos juntamos en su casa o en la mía, y de repente, cuando podíamos sacar permisos, íbamos a pasear al parque. Nos tocó conocernos en un contexto muy inusual como lo es una pandemia y sus respectivas cuarentenas y medidas de distanciamiento social, por lo que no había manuales ni referentes. Y ambos fuimos muy conscientes de eso; todas nuestras relaciones anteriores –que habían sido pocas– las habíamos llevado de una manera muy social. Yo, de hecho, había tenido relaciones más superficiales, en las que primaba salir a carretear con los amigos o estar juntos pero en espacios públicos, rodeados de otras personas. Y ciertamente la dinámica es distinta cuando no está toda esa parafernalia y distracción. Esta vez, nos tocaba conocernos realmente y en profundidad, el uno al otro, sin recurrir a lo social.

Y eso requiere de mucho esfuerzo porque a veces es incómodo. Es más lento, menos decorativo y menos glamoroso. Es estar juntos pero solos, es aprender a valorar y no temerle a los largos ratos de silencios –porque los hay– y también darle espacio al ocasional aburrimiento. Pero no como algo malo, sino que como algo natural que es parte de. Es no poder salir a comer a restoranes ni ir a la fiesta del amigo. Es no presentarle tu grupo de amigos que siempre cumple el rol de tirarte para arriba y de hacerte quedar bien. Es más bien presentarse y conocerse en pelotas. Sin distracciones externas.

Así estuvimos estos meses de encierro, conociéndonos en un contexto inusual, a ratos tristes y desolados, y con mucha incertidumbre. Todo fue más lento, pero a su vez no hubo presiones externas ni compromisos a los que teníamos que asistir o llegar. Tampoco habían expectativas de los demás. Y nos pudimos ir presentando y observando con calma. Ambos estábamos buscándole sentido a todo esto y justo nuestros caminos se cruzaron, por lo que tenía sentido que se fuera dando de esta manera, mucho menos apresurada que la vida pre pandemia.

Ahora que estamos saliendo, progresivamente, de esta situación, hay muchos miedos. No lo niego. Porque igual son meses en los que fuimos construyendo nuestra propia burbujita medios aislados del resto. Ahora toca, por así decirlo, presentarnos en sociedad. Al menos a algunos amigos que no habíamos podido ver hasta ahora, o uno que otro familiar. Y eso es raro porque se sale de la tónica pausada que tuvimos hasta ahora. De risas, de acompañamiento, de llantos, de conversaciones largas y de paseos solitarios. De ritmos más lentos. Pero también hay un vínculo y una complicidad muy sólida, que creo que solo habría sido posible construir en este contexto. Entonces por sobre el miedo, prima la fe en que nos vamos a poder adaptar y ser flexibles a lo que venga. Y si no, ambos quedamos felices con lo que vivimos este tiempo”.

Andro Simunovic (28) es diseñador.

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