“Somos un grupo de hombres modernos que mantiene y protege la posición de soberanía del hombre por sobre todo lo demás. Nos negamos a servir, arrodillarnos y ser tratados como desechables. Queremos vivir de acuerdo a nuestros propios intereses en un mundo que preferiría que no lo hiciéramos”. Así empieza la declaración que se lee al ingresar la página web de Men Going Their Own Way (MGTOW), una agrupación estadounidense cuyos inicios son poco rastreables –los miembros actuales argumentan que el movimiento siempre ha existido, más allá de su articulación en respuesta a fenómenos sociales recientes– y que a la fecha suma más de 32.000 adherentes que buscan proteger, abiertamente y sin ningún tapujo, sus privilegios y posición de poder, además de vivir una vida dentro de lo posible libre del contacto con mujeres.
Un poco más cerca –al otro lado de la cordillera, para ser más precisos– un grupo de personas se reunieron el 17 de agosto para manifestarse en contra del gobierno de Alberto Fernández. La marcha, convocada principalmente a través de redes sociales, tuvo distintos focos a lo largo del país, pero fue en el Parque Sarmiento, en Córdoba, que un cartel llamó la atención del resto de los asistentes: “Patriarcado Unido Argentino”, decía. Y abajo, una imagen de un soldado que abrazaba a una mujer desnuda y aparentemente indefensa. Los creadores de ese lienzo forman parte de Guardia de la Identidad Argentina (Guia), una agrupación de extrema derecha que se declara “nacionalsocialista” y que, entre otras cosas, busca reivindicar a Hitler. Unos días antes de que se volvieran viral bajaron la bandera LGBTQ+ que se había levantado en el mástil de la plaza.
Agrupaciones como estas las ha habido siempre. No tienen mayor alcance y es importante no atribuirles más poder de lo que tienen. Pero tampoco hay que subestimarlas, porque, en definitiva, son la manifestación más explícita –y burdamente exagerada– de una resistencia que no siempre es tan extrema, notoria y palpable, pero que está en todas partes. Y que incluso pasa desapercibida en comentarios, actitudes y comportamientos que parecen inocuos, pero que a la larga han servido para reforzar el orden hegemónico encabezado por hombres blancos y heterosexuales. Porque cada vez que un movimiento que cuestiona ese orden se fortalece, aparece una contra respuesta. O, como dicen los especialistas, se hacen presentes los aspectos reaccionarios de la sociedad que buscan preservar el status quo.
¿Quiénes conforman los grupos en defensa del patriarcado y a qué le temen? ¿Qué es, realmente, lo que están protegiendo? ¿Se trata tan solo de agrupaciones extremistas y aisladas o existe un rechazo más sutil y encubierto al que todos hemos contribuido?
Melissa Chacón, candidata PhD en el Departamento de Estudios de Género de London School of Economics, explica que estos grupos reaccionarios son equiparables a los grupos neonazi y, por lo mismo, no se trata exclusivamente del género, sino de una confluencia entre creencias políticas, económicas y religiosas. Por eso, sugiere, hay que analizarlos tomando en cuenta el contexto en el que se desarrollan. “Estos fenómenos están amarrados a algo que está pasando a nivel político y resuenan con otros fenómenos sociales. A su vez, también hay que tener en cuenta que los hombres no quieren perder sus privilegios. Como mujer y académica veo posible hablar con ellos sobre el desbalance de poder, pero también, para bien o para mal, este sistema patriarcal y masculinidad hegemónica –aunque también los afecte– claramente les ha proporcionado una posición de privilegio y mayor comodidad. ¿Por qué van a querer renunciar a eso? No es una pregunta que tenga una respuesta tan simple como quisiéramos pensar”, explica. “Pasa lo mismo con los temas de raza; ¿por qué una persona blanca va querer renunciar a una cantidad de privilegios para que los otros tengan mejor calidad de vida? Moralmente podrían decir que sí, pero hay una reflexión anterior que es que eso implicaría que cambien de estilo de vida. En el caso de los hombres, se puede llegar a un acuerdo en cuanto a temas de violencia, pero cuando se entra a discutir sobre las labores del hogar, la crianza y la brecha salarial, ¿por qué habrían de cambiar algo? ¿Cuál es la negociación que hay que hacer?”
Como explica el sociólogo del Núcleo de Investigación en Género y Sociedad de la Universidad de Chile y candidato a PhD en Estudios de Género en la Universidad Nacional de Córdoba, Marcelo Robaldo, la estructura del orden de género existe sobre la base de un binario masculino y femenino obligatorio –sustentado a su vez por un discurso biologicista que naturaliza las diferencias y desigualdades de género– y cualquier crítica a esa estructura rígida es resistida, de manera explícita a veces, pero también a través de manifestaciones más sutiles. “De ahí que surgen los movimientos en respuesta a cualquier posible cambio que buscan proteger aquella identidad hegemónica y heteronormada, que calza con el binario obligatorio, con la homofobia, con la supremacía masculina, la misoginia y el virilismo. Aquella identidad frente a la cual el feminismo ha dado la lucha”, explica. “Porque el patriarcado es sustancialmente un orden homofóbico además de misógino”.
Como explica el especialista, el feminismo es contemporáneo al socialismo y previo al liberalismo, pese a que algunos autores la entiendan como una hija de la modernidad. “Ha ido luchando por la igualdad en distintas etapas y cada una es una acumulación sobre la otra. Parte a finales del siglo XIX, buscando la igualdad política. Luego, a mediados del siglo XX, buscando la igualdad social. Y ahora, al comienzo del siglo XXI, la igualdad sexual. Eso es importante para entender cómo se han agotado ciertos discursos o narrativas a las que recurrían los hombres para justificar su actuar. Estos grupos que surgen en defensa del patriarcado pueden ser un intento por reescribir esos guiones que han sido cuestionados por el feminismo”.
La socióloga y psicoanalista estadounidense Nancy Chodorow planteó en los setenta que la identidad masculina se construye negando la identidad femenina: mientras el proceso de construcción de identidad de las mujeres se basa en la identificación con sus cuidadoras primarias, los hombres aprenden que su identidad de género es opuesta a la de aquel objeto de afectos y de vínculos tan importante. Es decir, como explica Robaldo, “nos afirmamos en una negación. Y es que las mujeres dicen ‘soy mujer porque soy como mi cuidadora’, pero los hombres dicen ‘soy hombre porque no soy como ella’. En esa negación –entendida socialmente como la negación de lo femenino y de lo no heterosexual– está la clave de la identidad masculina y por eso Chodorow argumenta que nuestra identidad de género es más precaria. Ahí está el porqué de la necesidad de ciertos hombres de cuidarla”.
Pero no son solamente hombres. Existen, según explican las especialistas, grupos de mujeres que también parecieran estar en contra del feminismo y a favor de un modelo hegemónico tradicional. Parece ilógico que alguien diga abiertamente estar en contra de la igualdad, pero según Chacón, esto se puede deber a varios factores:
Por un lado, está la desinformación respecto a lo que busca realmente el feminismo y lo que representa. “El feminismo surge en las calles como un movimiento político, pero también ha sido parte del ámbito académico y eso ha permitido que se genere una brecha de conocimiento y a su vez un rechazo. Se trata de una corriente de pensamiento que requiere de sentarse a entender qué propone y de dónde viene”, explica. “Esta brecha en el conocimiento ha dado paso a que existan asociaciones directas con ser lesbianas o ciertos estereotipos como que solo eres feminista si nadie te quiere follar, en palabras burdas”.
Por otro lado, según señala la especialista, está el hecho que siempre es complejo aceptar que como mujeres hemos ocupado un segundo lugar a lo largo de nuestras vidas, tanto en la vida social como en nuestros propios hogares. “Se trata de un rechazo no tanto al feminismo, sino que a posicionarse en un papel de víctima o de desventaja, o de decir ‘sí, he tenido menos oportunidades y he sido vulnerada’. Eso, a su vez, está muy entrelazado a la tendencia del empoderamiento, que nos ha hecho mucho daño y que no nos ha permitido ubicarnos en el lugar de vulnerabilidad que realmente ocupamos”.
La sociológica del Observatorio de Género y Equidad, Tatiana Hernández, lo explica así: “No me cabe duda que hay un velo que no les permite a las mujeres observarse en el grupo de discriminadas o desfavorecidas por esta estructura de dominación. Creen que ese es un lugar de víctima, en el que no se es activa, pero eso no es así. Les molesta mucho la ley de paridad, por ejemplo. O dicen ‘por qué necesitamos una muleta para seguir caminando, esos lugares tienen que ser ocupados por mujeres capaces, que se lo merecen’. Están convencidas que el mérito es algo que le funciona a las mujeres. Cuando sabemos que no es así, tampoco para los sectores económicos empobrecidos o los pueblos originarios. La estructura del mérito funciona solo para ciertos hombres”.
Y por último, está el hecho que muchas mujeres que dicen no sentirse representadas por el feminismo creen que las feministas quieren imponer un estilo de vida por sobre otro. Y que ese estilo de vida, como explica Chacón, rechaza lo tradicional. “Muchas mujeres que son mamás ven en el feminismo un enemigo porque lo perciben como un ente juzgador, pero el feminismo justamente aboga por tener la libertad de elegir el estilo de vida que quieras, sea tradicional o no. Es más, defiende los derechos de las mujeres que son madres o amas de casa que no pueden acceder a pensiones. Esa desinformación alrededor de la supuesta imposición de la liberación sexual o la renuncia a todo lo que significa ser femenina hace daño. El mensaje es más bien lo opuesto; estamos acá abogando por que cada una tenga la libertad de elegir”, explica. “Y por eso es crucial crear puentes de comunicación que acerquen a las personas a la historia y a los planteamientos de fondo del feminismo”.
Como explica Hillary Hiner, historiadora feminista y académica de la Universidad Diego Portales, las mujeres que defienden el patriarcado también protegen sus propios privilegios de clase o de raza. “Son personas que ven en la desigualdad una posibilidad de sacar provecho y de tener privilegios. Y esos discursos siguen estando presentes, lo vemos en las mujeres defensoras de Trump, por ejemplo”.
¿Pero son aliadas del patriarcado? “Prefiero decir que están colonizadas por esta mirada patriarcal que no les permite ver que son del grupo de las discriminadas. Y eso es complejo, cuando te das cuenta que sí lo eres, porque te pone en un lugar en el que tienes que tomar consciencia y verte reflejada en las otras y no en los otros. Y así como en Chile nos cuesta tanto vernos mestizos, nos cuesta ver en nuestro rostro e historia de vida a las mujeres discriminadas”, concluye Tatiana Hernández.