“En el trabajo nos piden que no se note que somos mamás y en la casa tenemos que hacernos cargo de nuestros hijos como si no trabajáramos”
“Mi maternidad ha estado siempre atada a culpas por ser una madre que trabaja. Por un lado, me siento librando una batalla contra el patriarcado, empoderándome en mi pega y animando a otras mujeres a hacerlo. Al mismo tiempo, siempre siento culpa en algún momento del día, ya sea porque llegué tarde a la casa, porque me di cuenta que no había leche para mi guagua, o simplemente por darme cuenta de cuánto echo de menos a mis hijos.
Esa culpa se da en parte por la doble exigencia que tenemos las mujeres; además de tener que ser gerente en la pega, hay que gerenciar en la casa. En el trabajo nos piden que no se note que somos mamás. Y en la casa tenemos que hacernos cargo de nuestros hijos como si no trabajáramos. Esa contradicción la tenemos que vivir escondidas.
En el trabajo a veces te preguntan ¿cómo está tu hijo? ¿ya se mejoró? Las mujeres contestamos apuradas para que no crean que estamos sacando la vuelta. Si quieres hablar de verdad, tienes que salir. Muchas tienen miedo de preguntar si se pueden ir antes porque sus hijos están de cumpleaños, porque las miran mal, termina siendo tema. Y esto es porque no se habla de la maternidad en el trabajo, es mal visto, porque pierdes profesionalismo. Y si para las mujeres ya es difícil, para los hombres es peor. Tienen muy poco espacio. Mientras más callen los temas familiares, más eficientes y atentos los creen en el trabajo.
Nos piden que pasemos 8 horas del día haciendo como que no existe, pero madres y padres tenemos muchos temas de la crianza en la cabeza, es una carga muy fuerte que no tiene ninguna instancia de contención en el trabajo. Y a mí me da pena, porque me cuesta mucho separar mi vida privada de la pública. Si mi hijo está enfermo o quedó llorando a mares en su jardín, lo más probable es que pase todo el día pensando en eso y eso influye en mi rendimiento. En cambio, si puedo compartirlo, me libero y me siento mejor.
Hoy no hay una preocupación real de la compatibilidad del trabajo con la familia. Me gustaría que no se enjuiciara a nadie por hablar sus temas familiares, que hubiera más empatía y flexibilidad para que pueda adaptarse la vida familiar a la laboral. Ayudaría mucho a esa madre y a ese padre a ser mejor profesional, porque podrían ser quienes son en realidad. Ser una sola persona es más eficiente que estar cambiando de roles a escondidas, adaptándote a los lugares según sus códigos”.
Camila es socióloga y tiene 35 años.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.