Para comunicarse con Betty Barría, la presidenta de la agrupación Las Hilanderas de los Mil Paisajes, hay que intentar varias veces. Entre sus lanas, tejidos, reuniones, ferias y salidas a buscar materia prima, rara vez está disponible. Tanto así, que su estado de WhatsApp es “Estoy tejiendo”.

Al igual que la mayoría de las mujeres de esa zona, Betty aprendió a trabajar la lana cuando era niña. Su abuela Tila le enseñó a tejer a palillos a los nueve años y nunca más paró. “Ella hilaba y yo tejía. A mí no me gustaba mucho el hilado porque no me gustaba el olor de la lana de oveja sucia, del vellón, pero me encantaba estar con mi abuela”, recuerda.

Rápidamente, Betty empezó a tejer sus primeras prendas con la lana que le hilaba doña Tila. Unas casas más allá, su vecina, amiga y socia en la agrupación, Adriana Tureuna, ayudaba a su mamá y a su abuela a hilar y a teñir. “Me crié entre las lanas, el huso, el telar y las hojas que recolectaban mis abuelitas y mi mamá para teñir”, cuenta Adriana. “Me mandaban a buscar agüita de mar en un tarrito, porque antes no había piedra alumbre, no había cosas para teñir, entonces ellas inventaban sus mordientes”.

El nombre de la agrupación es un homenaje al escritor chileno Francisco Coloane, oriundo de Quemchi y quien la llamaba “la tierra de los mil paisajes”.

La mamá de Adriana era una conocida maestra hilandera. La gente de Quemchi y de las islas cercanas le llevaba vellón para hacer un cambalache, como dice Adriana: “Le traían diez kilos de lana, hilaba cinco para la persona que se la traía y cinco se quedaba ella y mi abuelita, que lo hilaban y lo tejían”. Ese intercambio no era solo entre tejedoras, “antiguamente, cuando se hacían mingas, los hombres hacían el trabajo duro –la minga de la trilla, de destronque, sacar papas– y las mujeres se juntaban en el fogón a hilar la lana de la dueña de casa para que tuviera para trabajar en el año. Así iban casa por casa”. Pero a Adriana lo que más le gustaba era acompañar a su abuela paterna. “Ella ya tenía como 80 años, era solita y yo iba a ayudarla a hilar y armar el telar de quelgo”. Sentadas en el suelo, una a cada lado del marco -que puede llegar a medir hasta dos metros-, Adriana y su abuela se tiraban el ovillo de un lado a otro para crear la urdimbre, esas primeras hebras que le dan la estructura al tejido de frazadas, choapinos y mantas. “Me pasaba horas mirando su tejido. Me sentaba en la viga y la veía crear sus diseños”, recuerda. Ahora, Adriana es una de las pocas personas que trabaja este tipo de telar tradicional en Quemchi.

La continuidad del oficio del hilado, del teñido y del tejido, fue precisamente lo que llevó a Adriana a enseñar y a prepararse como monitora. Ella fue la que convenció a Betty de sumarse a las formaciones con Fundación Artesanías de Chile, en las que sería profesora. “Me llamaron de la fundación para que armemos un grupo porque nos iban a capacitar en el tema del hilado”, le dijo un día Adriana a Betty, quien por entonces trabajaba en la Biblioteca de Quemchi vendiendo sus tejidos en un espacio dedicado a la artesanía. “Pero Adriana, a mí no me gusta el hilado, a mí me gusta tejer”, le respondió Betty desanimada.

–¡Métete nomás!–, enfatizó Adriana. Betty se ríe cuando recuerda ese momento.

“Aprendimos harto con las capacitaciones que nos hizo la fundación”, dice hoy y agrega: “Nos perfeccionaron en las técnicas de hilado y de teñido para hacer todo más prolijo. Nos enseñaron a tratar con los clientes, a presentar los productos de una manera atractiva, a calcular el precio real de nuestro trabajo y hasta nos explicaron cómo tomar fotos de nuestras cosas”.

Aunque ahora en la agrupación son diecinueve mujeres, las diecisiete que participaban en las formaciones se dieron cuenta de un problema común: ellas y otras artesanas de la zona se quedaban sin lana a mitad de año. “De repente nos faltaba material. Llegaba junio, julio y ya no teníamos lana”, cuenta Adriana. Justo en ese período en Fundación Artesanías de Chile surgió el programa Banco de Lanas que permitiría abastecer a las artesanas de la Región de Los Lagos de un vellón de calidad, a un precio justo, en cualquier época del año.

“Ese fue el empujón para formar Las Hilanderas de Los Mil Paisajes. Después de eso nos empezamos a constituir. Partimos en 2016 con las capacitaciones y en 2018 ya nos formalizamos como agrupación”, cuenta Betty. Y aunque ahora gran parte de su tiempo lo dedican a hilar, no han dejado de tejer ni de poner en práctica lo que aprendieron de sus abuelas. “Esto está en nuestro ADN. La que no sabe hilar, sabe tejer, pero es natural esto en nosotras”, dice la presidenta de la agrupación, mientras teje una alfombra que le encargaron por Instagram y que en unas semanas más se va rumbo a Alemania.

*Este testimonio es parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.

*Las entrevistas y textos fueron realizados por Antonia Cordero, Loreto Tagle, Pilar Navarrete y Almendra Arcaya.