Nuestras abuelas y abuelos vivieron el furor de la creación de los alimentos instantáneos como postres, sopas e incluso comida para guagua que prometían ahorrarles tiempo y esfuerzo. Para nuestros padres la novedad probablemente fueron los batidos de proteínas o dietéticos que se suponía ayudaban a lograr una nutrición más completa, fácil de preparar y menos calórica que las comidas. Y para nosotros han sido quizás los súper alimentos con sus múltiples propiedades casi milagrosas los que han marcado la tendencia en las últimas décadas y nos han convencido de la importancia de incluir toda clase de semillas, hierbas y frutos difíciles de conseguir, en nuestra dieta. Todo siempre bajo la premisa de una nutrición más completa, que requiere poco esfuerzo y que aporta enormes beneficios.

Sin duda vivimos en la era de las smart foods o comidas inteligentes que, como una especie de evolución de sus antecesores, prometen ser todavía más nutritivos y al alcance de la mano, convirtiéndose en el epítome de la conveniencia y la eficiencia alimentaria. Sin embargo, indicadores como los niveles de obesidad, diabetes tipo II y otras enfermedades metabólicas no se condicen con este boom de la alimentación fortificada, libre de ingredientes potencialmente nocivos y especialmente elaborada para satisfacer distintos tipos de necesidades nutricionales.

La cantidad de productos alimentarios fortificados, especiales para ciertos tipos de alimentación y el boom de los suplementos, dan pie para pensar que gracias a la tecnología, estamos nutriéndonos mejor que nunca. Y, si bien esa es una parte de la historia, la otra es que los problemas de salud física y mental vinculados a la alimentación son cada vez más comunes. En 2010 la Organización Mundial de la Salud declaró la obesidad como una epidemia global y, en nuestro país, según datos publicados por la Organización para la Cooperación y Desarrollo (OCDE) un 74% de los adultos chilenos viven con esta condición. Además, el estudio Trastornos de la conducta alimentaria en adolescentes chilenos publicado por especialistas de la Universidad Católica de Chile indica que, analizando datos comparativos basados en estudios sobre el tema publicados entre inicios de los 2000 y el 2018, se puede identificar un aumento de la prevalencia de trastornos alimentarios como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón de un 3,5% a más del doble al final del periodo analizado.

Y, si bien ningún alimento puede ser señalado como el responsable de ninguna de estas patologías físicas y mentales, la tendencia hacia una alimentación más moderna e inteligente no se condice con los indicadores de salud. Catalina Garrido, biotecnóloga especializada en el desarrollo de microorganismos para la industria alimentaria y cofundadora de Liva, una empresa dedicada al desarrollo de probióticos, es enfática en sostener que, en términos generales, nuestra alimentación hoy no es mejor que lo que era hace algunas décadas. “Si bien hay más acceso a alimentos que en la generación de nuestros abuelos, ese acceso se asocia a alimentos procesados y ultraprocesados”, comenta. La especialista explica que la industrialización de los alimentos —si bien ha traído beneficios en términos de la durabilidad y un acceso amplio a la comida que antes no era la realidad de muchas personas— no ha sido solamente positiva. “La industrialización que va desde el sector agrícola, el trato de los animales de criadero y el cómo luego se procesan los alimentos ha erradicado uno de los pilares del bienestar en la nutrición de las personas”.

Catalina explica que, de la mano de las mejoras en la capacidad de preservación de las comidas y la posibilidad de transportarlas a localidades que antes no tenían acceso a mucha variedad de alimentos, ha venido una marcada disminución de la presencia de microorganismos benéficos comensales en la dieta también conocidos como probióticos. “Muchos de ellos están de manera natural en los alimentos, no generan enfermedades y pasan a formar parte de nuestra microbiota intestinal”, explica la cofundadora de Liva.

La especialista agrega que la presencia de microorganismos en la dieta permite nutrir la microbiota beneficiando el metabolismo, la regeneración celular y la regulación de los sistemas nervioso e inmunológico. “Hoy, el 90% de las enfermedades que desarrollamos se están asociando a una alteración de nuestra microbiota intestinal”, comenta Catalina. En este contexto, parece evidente que, a pesar del boom de la nutrición inteligente, no estamos mejor alimentados que la generación de nuestros abuelos o de nuestros padres. La nutricionista de Examedi, María Jesús Zepeda, agrega que actualmente tenemos mejores normativas para la producción de alimentos, es decir, consumimos alimentos aparentemente más inocuos pero que, al mismo tiempo, forman parte de una alimentación mucho más industrializada que la de generaciones anteriores. “Se han incorporado un sin fin de preservantes, estabilizantes, conservantes y químicos que aumentan la vida útil de los alimentos haciéndolos menos naturales y que pueden alterar el funcionamiento de nuestro organismo”, comenta.

La importancia de la salud intestinal se ha estudiado en los últimos años y los descubrimientos han sido tan reveladores respecto de su efecto en los procesos inflamatorios del cuerpo, la regulación del sistema inmunológico e incluso las consecuencias en el sistema nervioso, que hoy se habla del intestino como el segundo cerebro.

Sin embargo, ambas especialistas concuerdan en que el problema no son simplemente los alimentos que hoy tenemos a disposición sino que, incluso más relevantes, son los cambios culturales y las nociones prevalentes en torno a la nutrición. María Jesús Zepeda explica que, por una parte, el problema se agrava porque vivimos en una sociedad centrada en el peso. Y ese es muchas veces el primer y principal parámetro que se utiliza para medir salud, sin indagar más allá en lo que realmente está ocurriendo dentro de nuestro organismo. “En mi caso, si bien evalúo el peso de mis pacientes, los indicadores más relevantes son los metabólicos”, explica María Jesús. La nutricionista aclara que lo que dicen del cuerpo los exámenes de sangre es clave pero, la gente en general —y sobre todo las mujeres— son felices cuando la balanza muestra números más pequeños. Sin importarles que, a pesar de eso, los parámetros bioquímicos de su organismo estén alterados.

Catalina Garrido explica que, a este paradigma peso-céntrico se suma que en generaciones jóvenes es más frecuente ver una microbiota intestinal empobrecida desde el nacimiento. “Los mayores índices de nacimientos por cesárea, la disminución de la lactancia materna exclusiva, entre otros temas, hacen que la población esté más propensa a enfermedades de base metabólica”, explica. El Síndrome de la casa limpia, o la crianza dentro de un espacio altamente controlado e higienizado contribuye también, según explica la biotecnóloga, a que los niños no tengan acceso a microorganismos externos que complementen su microbiota. “La adultez, la vida moderna, el exceso de estrés, la automedicación, el sedentarismo y el consumo excesivo de estos alimentos ultra procesados desequilibran la microbiota intestinal”. Catalina agrega que, en este contexto de factores debilitantes que comienzan en la primera infancia, por mucho que aumentemos el consumo de alimentos enriquecidos con vitaminas, antioxidantes, minerales y otros ingredientes funcionales, nada de eso tendrá el efecto esperado si no contamos con una microbiota intestinal adecuada. “Por más que se consuman estos smart foods hay un punto que es la microbiota intestinal”, comenta Catalina.

La importancia de la salud intestinal se ha estudiado en los últimos años y los descubrimientos han sido tan reveladores respecto de su efecto en los procesos inflamatorios del cuerpo, la regulación del sistema inmunológico e incluso las consecuencias en el sistema nervioso, que hoy se habla del intestino como el segundo cerebro. Y, más allá de las promesas publicitarias, todavía no existe un alimento, una pastilla ni otra solución mágica para los problemas de salud que afectan a la población en una medida cada vez mayor. Pero sí puede haber una respuesta en la forma en la que entendemos la nutrición. María Jesús Zepeda explica que “la alimentación es una constante educación”. Lo que hace 20 años era prácticamente ley, hoy probablemente ya no lo es gracias a las investigaciones y descubrimientos científicos en el campo del estudio de los alimentos. Por eso, una actitud de constante cuestionamiento y actualización respecto de lo que comemos es quizás una alternativa menos cómoda —porque nos empuja a hacernos cargo y no delegar nuestra nutrición—, pero sí más responsable. “Lo que tenemos a disposición no siempre es lo más saludable”, explica la nutricionista María Jesús Zepeda. Y es que, lo que ha ocurrido en los últimos años es una adaptación de la industria alimentaria según la especialista, pero no una real educación en torno al tema. “Hoy pensamos que una ensalada con pescado es la mezcla perfecta”, comenta. Pero agrega que lo que la industria no informa es que esos filetitos de merluza crispy bajos en grasas saturadas y altos en proteína son en el fondo hamburguesas de pescado fritas y no tan saludables como se presentan en el envase.