En mi matrimonio discutimos, y eso me gusta

Matrimonio



“Con mi marido solemos discutir bastante. Y aunque ahora aprendí a vivir con eso -es más, lo considero positivo dentro de nuestra relación-, durante mucho tiempo y sobre todo al comienzo, era algo que me frustraba bastante. La mayoría de las veces partimos discutiendo por cosas pequeñas, pero de pronto nos encontramos en conversaciones en las que, por lo menos durante una hora, cada uno expresa sus argumentos con el objetivo de convencer al otro de que su postura frente a equis tema es la correcta. Ninguno da su brazo a torcer.

Ejemplos tengo miles. La última vez fue este fin de semana. Vinieron a cenar unos amigos y recordamos unas vacaciones que pasamos juntos hace algunos años. En algún punto de la conversación ninguno recordaba exactamente el año en que viajamos. Yo aseguré que fue el verano de 2016 porque recuerdo que mi hija para entonces tenía recién un año. Lo recuerdo porque había comenzado a caminar hace poco, y había que andar detrás de ella para que no tuviera un accidente. Mi marido en cambio aseguró que fue en 2017. Según él fuimos en el auto nuevo, ese que compramos justo ese año. “Podríamos buscarlo en Instagram”, le dije. “O podrías confiar en mí”, me respondió. Hubo un par de segundos de silencio que de seguro incomodaron a nuestros amigos, pero para nosotros eso fue una situación normal. Tanto que, acto seguido, él me abrazó y me preguntó si quería algo para tomar. “Ustedes pasan del odio al amor”, dijo un amigo para romper el hielo.

Y aunque no estoy tan de acuerdo con el comentario de nuestro amigo porque en mi relación no hay espacio para el odio, sí reconozco que en algún momento no lo vi tan claro. Al principio me frustraba mucho que no diera su brazo a torcer, aunque yo tampoco quería hacerlo y eso me hizo enojarme con él en varias ocasiones, lo que transformaba una simple discusión en una pelea. A veces pasaba horas sin hablarle hasta que entendía que no había pasado nada grave, solo que ambos pensamos distinto respecto de una situación, sumado a que ninguno de los dos es bueno para callar.

El día que dejé de frustrarme fue cuando en una junta con amigas, una de ellas llegó destrozada. Había descubierto que su marido le era infiel y en medio del llanto nos dijo: “No entiendo cómo pudo pasar esto si nosotros éramos una pareja feliz. Nunca discutimos”. Esa frase quedó resonando en mi cabeza, justamente porque yo, al igual que mi amiga, en algún punto asocié el hecho de no pelear a una relación perfecta. Y como no era mi caso, estaba dudando si era feliz al lado de mi marido. Lo cierto es que sí, lo amo profundamente, pero ambos somos de personalidad fuerte y nos gusta exponer nuestros puntos de vista. Entonces, ¿por qué nuestras discusiones me estaban inquietando?

Al parecer mi preocupación surgía, más que de una sensación natural y espontánea, de un imaginario respecto de cómo es una buena relación, y en él las discusiones no caben. Pero la realidad no es así, el quiebre de la relación de mi amiga lo confirma. Y es que nos han hecho creer que cuando nos enamoramos, las diferencias deben quedar de lado, como si las parejas no estuvieran compuestas por personas con motivaciones, creencias y deseos propios. Siempre he creído que estar en una relación a largo plazo es crear una historia compartida, pero en ellas ¿es posible estar siempre de acuerdo en todo?

Claramente esto debe estar basado en el respeto por el otro u otra y alejarse completamente de la violencia, porque ahí estamos hablando de otra cosa. La vida, el amor y el deseo se dan con cierto nivel de tensión y por lo mismo me parece que lo natural es que en una pareja existan distintos puntos de vista. Tener la posibilidad de plantearlos libremente es un privilegio. Porque no en todas las relaciones se da el espacio seguro para plantear desavenencias. Es más, hay muchos vínculos en los que el desacuerdo no está presente, pero no porque no exista, sino porque uno de los involucrados impone un estilo y el otro se somete.

Hoy veo las discusiones como parte de nuestro vínculo, y me encanta. Hasta me entretienen. Han pasado los años y a veces incluso uno de los dos termina por ceder y en esos casos nos reímos. Eso jamás hubiese ocurrido cuando recién partimos. Creo que cada vez que lo hacemos nuestra relación se fortalece porque somos capaces de encontrar un punto en común. Pero cuando no pasa, tampoco me molesta, porque no necesariamente todos los desacuerdos tienen que tener una solución, mientras coincidamos en las decisiones trascendentes y relevantes, todo seguirá estando bien. Y nuestras discusiones seguirán siendo parte de nuestra vida”.

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