En marzo de este año comenzó todo. Recién había vuelto de España, donde había vivido los últimos 36 meses, para asumir un desafío gigante: trabajar en el Gobierno. Tenía miedo, estaba ansiosa, no sabía muy bien cuáles eran mis responsabilidades. Cuando conocí a mi jefe fue súper exigente conmigo porque sabía que tenía que subirme al carro muy rápido, que no existía el margen de error. Me angustié un montón, sin embargo, en ese mismo momento, apareció Camilo. "Bienvenida al equipo María Jesús, cualquier cosa que necesites voy a estar aquí para ayudarte", me dijo. Él es el típico compañero simpático que se ríe todo el tiempo, relajado y muy bueno para hacer su trabajo. No bastaron un par de palabras para darme cuenta que iba a ser mi partner en esta nueva aventura.
Al principio todo fue muy agitado. Trabajábamos desde las 7:30 de la mañana hasta las 22:00 horas todos los días, con montañas de papeles por firmar y muchas decisiones que tomar. En un contexto así, era muy normal formar lazos fuertes con el equipo. Camilo se movía como pez en el agua. Tenía bastante experiencia en la política y cada vez que me veía agobiada, se preocupaba de bajarle el perfil al trabajo para calmarme. Me hacía reír y tomarme este periodo con más tranquilidad. Era como una luz en los momentos de oscuridad. Pasábamos todo el tiempo juntos y terminó convirtiéndose en mi cómplice, amigo y consejero dentro de La Moneda. Generamos una sinergia súper buena y siempre estaba ahí para ayudarme en los momentos de mayor estrés. Si no estaba físicamente, se preocupaba de estar pegado al teléfono por cualquier cosa.
Nunca hubo comentarios desubicados de su parte, pero sí algunos sutiles que, ahora que lo pienso, obviamente eran para demostrar su interés hacía mí. Me acuerdo que cuando alguien decía que me quería presentar a alguien, él bromeaba con que yo no podía conocer a nadie porque tenía mucho trabajo. Había química, pero yo me negaba a darme cuenta porque ya había cometido el error de tener una relación con un compañero de pega. No me iba a arriesgar nuevamente y menos en un trabajo tan demandante.
La primera vez que me di cuenta de su interés fue para un evento que tuvimos en el Monticello. Yo no quería ir, pero después me motivé porque como estaba con tanto trabajo, si no aprovechaba estas oportunidades para despejarme, me iba a volver loca. Necesitaba hacer vida social. Camilo estaba muy pendiente de mi asistencia, incluso se ofreció a pasarme a buscar y dejar. Ahí pensé: 'este huevito quiere sal'. Obviamente no pasó nada, pero sí lo sentí distinto.
Las semanas siguientes fueron igual que siempre. Mucha química y 'jugueteo', pero dejando claro que no era en serio. Y si a veces era más directo, yo lo cortaba al segundo para marcar distancia. Para mí él no era opción y estaba convencida de eso, sin embargo, cuando le tocó viajar a China por dos semanas, me di cuenta de todo lo que me estaba pasando. Hablábamos un montón por Whatsapp y no sobre trabajo. Me interesaba saber de él, quería que me mandara fotos y que me contara cada detalle de su vida. Estar sin él se me hizo eterno y empecé a cuestionar mis sentimientos. No lo quería como un amigo, era algo más.
En una de nuestras conversaciones le comenté que iba a tener que buscar un pololo porque estaba con mucho más tiempo de lo normal. La carga laboral por fin había disminuido y mi horario se ajustó a uno más común. Camilo me respondió que debería ser él esa opción y yo bromeando le dije que si eso pasaba, tendríamos hijos muy alegres y con margaritas, como las suyas. Y ahí cambió su tono. Fue como que le abrí la puerta para que liberara todas sus emociones. Me confesó que le encantaba y quedé un poco shockeada. Le pedí que por favor dejáramos el tema hasta acá, que no fuésemos tan millennials de hablarlo por Whatsaapp y que lo retomáramos a la vuelta.
Así fue como comenzó un remolino de emociones. Regresó y me abrazó con tanta fuerza y cariño que supe que ese era mi lugar en el mundo, entre sus brazos. Empezamos a salir en secreto, ya que no queríamos que los comentarios del equipo nublaran nuestra historia. Yo ya había tenido una relación con un compañero y había sido un desastre. Camilo sabía que estaba muy complicada con la situación y que no quería cometer los mismos errores. Me aclaró que yo era su prioridad y que lo nuestro funcionara, que se la quería jugar por esto y que si alguno de los dos tenía que renunciar, iba a ser él. Camilo ya estaba validado en el mundo político y yo estaba recién entrando. No quería que me vieran como 'la polola de'. Justo la semana que decidió irse, le ofrecieron otro cargo. Lo sentimos como una señal. Así, nos separamos físicamente. Estoy segura que fue la mejor decisión.
María Jesús Collado tiene 30 años y es directora de comunicaciones y ciudadanía de la Junji.