“Soy mamá de dos niños pequeños, enfermera y una aventurera del mundo outdoor. Hasta antes de la pandemia mi vida giraba en torno a la práctica de actividades al aire libre en lo educativo y recreativo, viajaba por distintos lugares, lo cual disfrutaba al máximo y ocupaba la mayor parte de mi tiempo. Hace un año esto cambió radicalmente: la pandemia me arrebató sin piedad –al igual que a muchos– mi amada forma de vida. Había dejado de ejercer como enfermera clínica desde hacía un tiempo, pues estaba dedicada principalmente a la docencia en temas relacionados con rescate, medicina prehospitalaria, de montaña y wilderness –lo cual siempre digo que es mi pasión–, pero la magnitud de la emergencia sanitaria me hizo replantear la situación que se estaba viviendo y, sin pensarlo mucho, volví a pisar las baldosas de un hospital.
Volví de frente a la urgencia, al pre-hospitalario, a “la primera línea”, como le llaman algunos. Es un lugar donde se vive de forma intensa, y cada salida la debemos enfrentar con las máximas precauciones. El cansancio, el estrés y la angustia muchas veces nos bofetean en la cara. Son incontables las situaciones que se viven en cada turno; lidiamos con la vida y la muerte en cada momento. Estamos a contrarreloj. Aquí damos lo mejor de nosotros, entregando al máximo nuestras capacidades, nuestros conocimientos, nuestra humanidad. A más de un año de la pandemia, viviéndola desde adentro, mi gratitud es a hacia todo el personal que se ha entregado por completo para sobrellevar esta catástrofe, porque eso es lo que ha sido: una real catástrofe.
Me sigue conmocionando el hecho de que, en pleno siglo XXI, una pandemia nos dejara en jaque, algo antes impensable. Frustraciones, miedos e impotencia son sentimientos que nos han acompañado de forma frecuente, más aún cuando la luz de nuestros pacientes se disipa en soledad. Por lo mismo, el desgaste físico y emocional ha sido inmensurable. Pero he ahí valentía y resiliencia. Templanza, prudencia y fortaleza es lo que forjamos cada día. Estamos de pie ante una realidad que nunca hubiéramos imaginado y que nos ha llevado a reestructurar nuestras habituales formas de cuidar, de dar contención, de acompañar en el proceso de recuperación y, asimismo, de muerte.
Y han sido la ciencia, la evidencia y la ética nuestros motores de desvelos para la toma de decisiones. ¿Pero qué hemos aprendido? Muchas cosas. A ser más conscientes de nosotros mismos, más solidarios con nuestros pares, a tener confianza, calma y optimismo. Y sobre todo cuando se es madre, esto se vuelve más importante. Porque aunque esta pandemia me ha quitado tiempo con ellos, me ha puesto de frente la importancia de transmitirles estos valores que he aprendido trabajando en la primera línea.
El trabajo aquí es en equipo; todos brillamos en conjunto, uno no es nada sin el otro. Por eso, vuelvo a agradecer. Nada más que agradecer. Aprecio esa palabra de consuelo, de ánimo, esa sonrisa de gratitud. Doy fe que todo el equipo de salud ha puesto el corazón y la vida en la atención de sus pacientes; muchos han caído contagiados, algunos han enfermado gravemente y otros, lamentablemente, han fallecido. Solo espero que las cicatrices sanen y que colectivamente, como sociedad, tomemos conciencia del impacto que tiene nuestro actuar en nuestra propia salud y en la de quien está a nuestro lado. Por mi parte, sigo mirando de lejos esas montañas y guardo en silencio esos dibujos de aventura hechos hojas sueltas. Creo que nunca antes había dimensionado tanto cuán hermoso es sentirse en libertad”.
Natalia Seguel tiene 38 años, es enfermera y Reanimadora SAMU – Hospital Claudio Vicuña, San Antonio.