“Puede parecer anacrónico, pero hasta hace poco me la pasaba buscando el amor. Pensaba que solo lo encontraría en un otro, hasta que me di cuenta en este último tiempo, que por cierto ha estado marcado por cambios vertiginosos, que ese amor lo podía encontrar primero en mí misma. No es que haya cambiado la búsqueda por el amor en sí, lo que cambió es el dónde lo busco. Porque ahora la inclinación es hacia adentro.
Y es que estos últimos dos años los he dedicado a encontrarme a mí misma y nunca me había sentido tan querida y satisfecha como lo estoy ahora. Podría decir que sustituí la búsqueda de un amor externo por la construcción del amor propio. Cambié el ‘allá’ por el ‘aquí’. No se trata de que ya no quiera tener más parejas –de hecho, actualmente tengo una–, ni tampoco de afirmaciones del tipo ‘ya sé quién soy y ahora sé para adónde voy’. Creo poco en esas ideas tan categóricas que se alejan de la vida corriente y de lo cíclicos y cambiantes que somos como seres humanos. Se trata más bien de que mis decisiones se tornaron más sopesadas y de que ahora priman en ellas criterios relacionados a mis proyectos personales.
Años atrás tomé la decisión de prepararme para ir a estudiar al extranjero. Quería aprender inglés, postular a una beca e irme a vivir a un país anglosajón para cursar un magíster. Fantasiosa e ilusionada con mis planes, me inscribí en una escuela de inglés a la que asistí tres veces a la semanas después de la salir de la oficina. Recuerdo que me exigí aprender rápidamente para no postergar más la postulación. Pero a los pocos meses conocí a alguien. Un hombre italiano que ya había vuelto varias veces del extranjero y que estaba en otra etapa de su vida, por lo que no sentía ni un ápice de interés por emprender un nuevo rumbo. Fue así que, a medida de que me iba enamorando más de él, fui abandonando mi propio proyecto. Fue de manera casi inconsciente, y no porque él me lo exigiera. Pero así se dio.
Al cabo de ocho meses terminé esa relación y decidí que no volvería a postergar mis planes por otra persona nunca más. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que ese fue un romance pasajero, entonces más que anclar mi realización personal a una experiencia de pareja en específico, entiendo ahora que tiene que ver con una inquietud mía. Y es que al retomar mi vida de soltera me di cuenta de que seguía en esta búsqueda por la autorrealización, pero en función de otro; seguía buscando una pareja como si en ella iba a encontrar mi otra mitad. Como si solo con pareja me iba a sentir plena y realizada. Pero la búsqueda no estaba ahí. Tenía que dejar de buscar en la pareja esa otra parte.
Y es que eso tiene que ver con una, porque tampoco es incompatible con estar con alguien –con mi actual pareja me di cuenta de eso, que puedo estar enamorada y seguir mi búsqueda y que él me acompañe o nos motivemos mutuamente–, porque en definitiva no tiene que ver con ese otro, tiene que ver con la importancia que una le da a los propios sueños.
Cuando terminamos con el italiano hubo un tiempo que estuve sola y un tiempo que tuve otras parejas, antes de empezar con mi pareja actual. Pero en ese tiempo que estuve sola me aboqué a recuperar mi proyecto. Y fue todo un proceso; no podría decir que hubo un hecho en particular que actuó de detonante, sino más bien el darme cuenta progresivamente que me sentía más plena cuando le daba importancia a lo mío, fuera lo que fuera.
A veces pongo en duda si esa necesidad constante que tenemos por encontrar en otra persona lo que buscamos, antes de buscarlo en nosotras mismas, es algo cultural. Yo me di cuenta de eso en el tránsito, cuando miré hacia atrás y vi que había postergado mi proyecto durante dos años. Y es que estaban mal mis prioridades; estaban puestas en encontrar a alguien, creyendo que ahí estaba la plenitud. Y cuando permití que así fuera, los procesos de postulación comenzaron a parecerme cada vez más extensos, cada vez más ininteligibles. Las bases de postulación me parecían un verdadero embrollo. Un correo electrónico de consulta se volvió una tarea inalcanzable, a la que nunca lograba llegar. Así, mi proyecto de irme a estudiar afuera se fue languideciendo.
No es que me arrepienta de cómo se dieron las cosas, pero ahora sé que no lo volvería a hacer así. Por muy importante que sean para mí la búsqueda del amor y el anhelo de compartir la vida con alguien, respeto tanto el esfuerzo que he hecho por desarrollarme y por alcanzar mis pequeños y grandes proyectos, que al momento de tomar decisiones de mover mi norte, las sopeso con más calibre. De hecho, cuando empecé con mi actual pareja, se lo dije y reiteré en múltiples ocasiones, que ya no estaba dispuesta a postergar lo mío por una relación. Y él ha sido muy cómplice en eso. Cada vez que me ve distraída, me dice que lo retome.
Son tantas las veces que nos vemos postergadas o postergados por un panorama romántico amoroso que incluso los deseos o anhelos más cotidianos se ven afectados por esta neblina. Desde las salidas con amigos hasta la forma en que construimos el ‘sujeto laboral’ que anhelamos ser. A veces sencillamente despertamos un día y sólo percibimos que el tiempo pasó, como si todo se tratara de un movimiento unísono al que no podemos anteponernos o que no podemos frenar. Una corriente a la cual asistimos porque aparentemente es la única dirección hacia dónde dirigirnos.
Hacia el final de la película Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, el personaje Agrado se ve forzada a improvisar un monólogo con el que busca hacer reír al público y les narra las transformaciones que ha hecho en su cuerpo. Y finalmente lo sella con la imborrable frase; ‘Una es más auténtica cuánto más se acerca a lo que siempre ha soñado de sí misma’. Un poco de eso trata esta búsqueda o construcción en la que estoy. Una especie de cultivo de amor hacia lo que siempre he soñado de mí misma.
En mi caso, el amor es trascendental, no concibo la vida sin amor. En el pasado ese motor me ha hecho perderme de mis proyectos y de mis procesos personales, pero creo que una tiene que aprender que antes de compartir con otro, hay que compartir con una misma. Porque de eso se trata el amor, ¿no?”.
Camila Erazo (33) es cientista política.