Tengo 70 años, dos hijos, Benjamín de 40, y la Ángela de 38; y tres nietos que amo.

Me separé cuando Benjamín tenía 8 y la Angelita 6. Vivíamos en una parcela en La Pirámide. Ahí teníamos una vida muy rica, familiar y contenida. Soy fotógrafa, y por mi trabajo me tocaba viajar mucho, pero tuve la suerte de que mi mamá se hiciera cargo de los niños cuando yo no estaba. Siempre tuve una vida muy equilibrada y rica.

Hace cerca de 20 años, vendimos esa casa y nos vinimos a vivir a Pedro de Valdivia. En esta casa mis hijos vivieron durante toda la universidad. Benja se fue a vivir con amigos en un momento, pero la Angelita se fue el mismo día que se casó. Hace nueve años salió de la casa vestida de novia. Ahí me quedó la escoba. Sentí que se le había acabado el sentido a mi vida.

Cuando se fueron mis hijos de la casa, fue muy fuerte. Igual uno se va preparando, porque sabes que no son tuyos, pero sí hay un shock inicial. Sentía que le había dedicado toda la vida a esto, y que se acababa algo importante. Pero también me daba cuenta de que era momento de que ellos hicieran su vida. Esta es una etapa que uno no se puede saltar como madre. Hay que hacer el duelo del alejamiento, aunque sea muy fuerte y doloroso.

La ida de la Angelita de la casa coincidió además con el término de una relación de pareja que duró diez años. Fue todo muy duro porque terminé una relación larga y comprometida y eso me hizo sentir sola por el lado emocional y sola también en el ámbito más literal de la palabra. En mi casa ya no había ruido. Con mi hija siempre hemos tenido una relación muy exquisita, y el hecho de ver que no estuviera conmigo en el día a día me hizo replantearme qué iba a pasar conmigo de ahí en adelante. Fue bastante duro.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue irme de esta casa, pero por suerte se me ocurrió una idea que hasta ahora me ha dado muy buenos resultados. Mi yerno es arquitecto, así que le pedí que me ayudara a adecuar la casa para ponerla en Airbnb. Y en vez de venderla, la transformé. Las piezas de mis dos hijos las convertí en un departamento completamente independiente y me ha ido sensacional. Se me abrió un negocio que me permite vivir en términos económicos, pero que también me ha ayudado a no sentirme sola en el día a día. He conocido a gente increíble y se me abrió otro mundo, en el que hasta me he hecho amigos. Ha sido muy bueno crear un negocio dentro de mi casa usando los espacios que mis hijos ya no usan.

El mismo año, también decidí meterme a un taller que se llama Desarrollo de Proyecto de Fotografía Autoral. Siempre he hecho fotos editoriales y publicitarias por encargo, y me es muy difícil hacer fotos en las que muestre lo que yo quiero mostrar. A través de este taller he ido desarrollando proyectos personales y el primero que hice se llamó “El nido vacío”. En alrededor de diez fotografías, mostré diferentes lugares de mi casa con el fin de graficar el espacio vacío que quedó dentro de mi. Todo esto mirado desde un lugar lejano, como cuando ves algo que en verdad no quieres ver. Traté de reflejar cómo me sentía con esta nueva etapa y me ayudó mucho. A través de las fotos me fui sanando del duelo y lo fui sobrellevando cada vez mejor. Creo que me ayudó a aprender que la ley de la vida es así.

Hoy puedo asegurar que uno se reinventa. Tengo más tiempo para mí, veo más a mis amigas, viajo harto. La soledad es muy fuerte y triste, pero por suerte soy súper activa. No me quedé tirada en la cama. Siempre estoy haciendo cosas. Y si no tengo algo que hacer, lo invento. Ahora me siento muy bien, pero cuando mis hijos se fueron, pasé por varios meses muy duros. No es nada de fácil enfrentarse al nido vacío.

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* Ana María Lopez tiene 70 años y es fotógrafa. Si como ella tienes una historia de maternidad que contar, escríbenos a hola@paula.cl.