Enseñarles a niñas y niños (también) a fracasar

columna de crianza paula



Como padres y madres constantemente estamos motivando a nuestros hijos e hijas a lograr y alcanzar metas, y que experimenten la sensación de satisfacción cuando se ha alcanzado un objetivo. Esto no solo es positivo para su autoestima. Como mamás y papás también nos sentimos muy orgullosos. Sin embargo, enseñarles sobre el éxito de alcanzar metas, es tan importante cómo enseñarles a fracasar.

Los niños, niñas y jóvenes están creciendo en una sociedad y contexto en el cual la espera, paciencia y esfuerzo son elementos casi en extinción, y no podemos perder de vista esto al momento de criar, ya que son características vitales para poder crecer como seres humanos y generar buenas relaciones afectivas. ¿Por qué nuestros hijos e hijas van a saber esperar si la mayoría de las cosas las obtienen a un clic?

Paciencia viene de Pati en latín, que significa sufrir, que a su vez se describe como experimentar algún dolor o malestar físico o psicológico. Situación a la cual cualquier ser humano estará expuesto en su vida desde su nacimiento y que impacta de manera distinta en cada uno. ¿Les estamos enseñando a tolerar el sufrimiento a nuestros hijos e hijas o estamos constantemente evitándoles esa experiencia? Cuántas veces hemos comprado tres productos iguales para que los hermanos no peleen por compartir, o hemos hablado con la profesora para que le suba la nota a uno de nuestros hijos bajo el argumento de que estudió mucho y está triste con el resultado; o hemos conversado con el entrenador para que lo agregue a la lista de titulares para la competencia. Así pueden aparecer muchos ejemplos. Es que pareciera que cuando debemos enfrentarnos a la tristeza o frustración de nuestros hijos o hijas, no contamos con las herramientas suficientes para ayudarlos a soportarla, y actuando desde el amor, buscamos cualquier acción que termine con esa emoción. El problema es que no nos damos cuenta de que les estamos haciendo un daño pues con este tipo de acciones, no les estamos dando espacio para que ellos desarrollen sus propias herramientas para enfrentar situaciones difíciles, y al contrario, estamos más bien atrofiando todo su potencial emocional.

Con el esfuerzo pasa algo similar. Su significado hace alusión a la actitud de perseverar, persistir para lograr una meta; un camino de aprendizaje constante para mejorar y adquirir herramientas para nuestro propio crecimiento. El querer o pensar que todo está a un clic, que no se requiere de esfuerzo y de los demás para alcanzar objetivos, nos hace más individualistas, egoístas y poco empáticos. Hoy los niños y jóvenes tienen poca conciencia de los aportes que trae a su desarrollo esforzarse por lograr una meta; cómo esto fortalece su autoconcepto e impacta en la capacidad de resiliencia.

La paciencia y el esfuerzo permiten que nuestros niños y niñas logren desarrollar la tolerancia a la frustración. Que aprendan a enfrentarse a un error, una decepción, un sufrimiento y a una debilidad, lo cual es necesario para el autoconocimiento y crecimiento personal. Esto permite adquirir sentido de realidad de quienes somos, humildad y motivación para superarse. Si nunca les permitimos enfrentarse a esto, por qué querrían tener una actitud humilde y de apertura frente al aprendizaje que trae el contacto con otros. ¿Cómo podrían valorar los procesos más que el producto logrado? El poder ser capaces de tolerar la frustración, no sólo significa que nuestros hijos e hijas serán capaces de enfrentar y buscar soluciones creativas frente problemas y dificultades externas que se le presenten, sino también, afrontar e integrar sus propias limitaciones, entendiendo que las necesidades y deseos no siempre pueden satisfacerse, sino que en ciertas ocasiones requieren de esfuerzo y paciencia.

La capacidad de esperar, darse tiempo, disfrutar de los procesos, permite que las personas se centren en los propósitos, en el aquí y ahora, más que en el producto final, basando su valía en lo que son y no en lo que logran. Algo que en la actualidad es débil, pues cada vez se le da más importancia al hacer/tener, que al ser.

Una de las maneras más claras para enseñarles a nuestros hijos e hijas a enfrentarse al fracaso, es frenar nuestro propio impulso de solucionarles sus problemas. Muchas veces justificamos nuestro actuar, utilizando excusas como “no es justa la nota”, “no lo escucharon”, “siempre pasa lo mismo”, “tienen algo contra él o ella”. Debemos dejar que desarrollen herramientas para enfrentarse a contextos áridos e ingratos, apoyando y conteniendo su emoción, y al mismo tiempo motivando a que confíen que serán capaces de desplegar habilidades para enfrentar esa situación. Y si no lo logran, enseñarles que fracasar también es un aprendizaje y parte de la vida.

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel.

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