Entre mis hermanos, me tocó ser el jamón del sándwich
Soy la hermana del medio, el jamón del sándwich, una especie que hoy parece estar en peligro de extinción.
Durante mi infancia, no tuve problema en ser “la mediana”. Las peleas, los celos y las rivalidades aparecieron en la adolescencia, cuando empecé a notar diferencias ya comparar.
Mi hermana mayor siempre fue la niña buena: estudiosa, responsable, ordenada, súper deportista y, además, entró a estudiar en la Universidad Católica. Mi hermano menor, en cambio, nació siete años después que yo. Fue el primer hijo, nieto y primo hombre. No era ni tan estudioso ni tan bien portado, pero el hecho de ser “el único varón” hacía que competir con él fuera imposible.
Con mi hermana peleábamos por todo: el baño, la ropa, el teléfono, la televisión, la ventana del auto, etc. ¡Menos mal que nunca nos gustó el mismo hombre! Nos pegábamos, nos tirábamos del pelo y nos decíamos cosas espantosas. Incluso llegué a cuestionarme si era adoptada de tantas veces que ella me lo repetía.
Debo decir que mis papás nunca nos compararon; al contrario, celebraban nuestras diferencias. El problema lo tenía yo: envidiaba las habilidades de mi hermana y culpaba a mi hermano por “destronarme”. Me tomó años entender que mis papás nos querían por igual y que cada uno de nosotros era diferente, pero no mejor ni peor que el otro.
Cuantas veces deseé ser hija única, ser la favorita indiscutida, no tener que compartir mis cosas y el cariño de mis papás. Como eso era solo un sueño, y dado que nunca tuve el privilegio de ser la mayor y ya había perdido el puesto de la menor que alguna vez ocupé, me vi obligada a encontrar mi propio lugar para destacar. Creo que de ahí viene mi personalidad extrovertida, teatral y mi humor.
Acepté que tenía otros talentos. No me destacaba en el estudio ni en el deporte; mis habilidades y fortalezas eran otras. Los segundos tendemos a esforzarnos más porque tenemos que alcanzar a un competidor que comenzó antes la carrera, por eso desarrollamos una gran flexibilidad y capacidad de adaptación.
Con la madurez que traen los años, pude ver que ser “la del medio” tiene más de una ventaja. Soy buena negociadora, más sociable, autónoma y creativa. Tenemos fama de conflictivos y rebeldes, pero en realidad es porque somos inconformistas y un poquito revolucionarios.
El orden de nacimiento, por supuesto, afecta la vida de un niño, pero no porque seamos los “invisibles” u “olvidados” como se suele pensar. Todo lo contrario: somos y seremos siempre, ¡la mejor parte de un sándwich!
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* Pilar Martínez tiene 50 años y es lectora de Paula. Si como ella tienes una historia que contar escríbenos a hola@paula.cl.
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