Hace unos días la mamá frustrada, que está por cumplir treinta y tres años, se puso a llorar. Marzo la pilló y le pasó la cuenta. Es el año en el que su hijo pasó del jardín al colegio y hay varios factores que le quedan cortos: se le hace poca la plata, le falta tiempo y se le agota la energía. La mamá frustrada está al borde del colapso, pero para entender su pérdida de paciencia, hay que empezar por el momento en que no era mamá, ni estaba frustrada.

Se conoció con el papá relajado en 2016. Un hombre mayor que ella, profesional y amoroso. Todo comenzó con una química física potente y que con el paso de las semanas evolucionó hacia una relación romántica. Más tarde nació el niño que hoy está por cumplir cuatro. En total, la pareja estuvo junta siete años, donde la mayor parte del tiempo la mamá sostenía la casa económicamente mientras él invertía su tiempo, energía y parte del dinero de ella, en una pyme sustentable, idealista, pero poco rentable.

Ahí empezó a gestarse la frustración, cuando él parecía inmóvil ante la contingencia y ella seguía trabajando. O las veces en que ella intentó hablar sobre el tema y rápidamente el papá relajado cortaba la comunicación con un llanto infantil. “Tienes que encontrar un trabajo, yo no puedo más”, le advirtió varias veces ella, pero más tarde él alegó que no vio las señales.

El papá relajado empezó a fallar en otras áreas: se comprometía con tareas que no terminó, dejó de ver las necesidades de ella, los fines de semana la dejaba sola con el niño y se iba a hacer deporte y no aparecía para acompañarla a los eventos familiares. El chicle se estiró bastante. Muchísimo. Pero lograron, por el bien del pequeño, llegar a acuerdos y tener un término de relación noble.

Entrevista a una mamá frustrada

Ahora ella y el niño viven solos en un departamento del centro. Este año se supone que sería increíble, primero porque ella fue ascendida en su trabajo y ese incremento en el sueldo se vería reflejado en su estilo de vida; y segundo, porque el niño pasaría al colegio a completar una nueva etapa. Pero estas semanas han sido un caos y ella cuenta que esta nueva estructura es más rígida y menos orgánica.

Primero, levantar a un niño es difícil, más a las seis y media de la mañana cuando el sol todavía no sale del todo. “A veces tengo que apurarlo y no me gusta hacer eso. Él viene con el horario de verano además, pero también me pasa que no puedo acostarlo más temprano, porque eso significa que pasaríamos menos tiempo juntos. Yo salgo de trabajar a las seis y acostarlo a las siete y media sería no verlo. Eso me da una culpa tremenda”, dice.

Ella no quiere fallar, desea que su hijo tenga todo lo que necesita, física y emocionalmente, que llegue temprano a todos lados y que nunca sea el niño de la mamá joven que no se la puede.

¿Qué cosas te hacen sentir culpable?

“Ese sentimiento parece que viene incluido con la maternidad: te sientes culpable porque gritaste, porque no fuiste más estricta, porque trabajaste todo el día o porque ese mismo trabajo no da para las comodidades que me gustaría, porque estoy todo el día corriendo, por no estar siempre afectivamente disponible y a veces por no darme el tiempo del auto cuidado. Afortunadamente existe la figura de la abuela, mi mamá, quien asumió con gusto el espacio de ayudarme con su crianza”.

¿Crees que el papá enfrenta este tipo de frustraciones?

“Sin entrar en un discurso profundo sobre las expectativas que el mundo pone sobre las mujeres modernas y empoderadas, me doy cuenta de que el papá no enfrenta las mismas frustraciones por el simple hecho de que no vive con la criatura, todas estas situaciones son parte de la cotidianidad: de levantarlo, de vestirlo, de darle desayuno, de esa rutina que tiene que tener un orden perfecto y que no puede tener errores; que quizá se me acabó el champú, las colaciones o se me pinchó la rueda de la bicicleta. Me imagino que él enfrenta otro tipo de cosas, no puedo tener una bola de cristal y verlas.

Recién creo entender el desafío de ser mamá soltera. Te lo llevas todo sola. Si hubiera sabido que esta sería mi realidad, creo que lo habría exigido dentro de la pensión: tener a una persona que me ayude con las cosas que hay que hacer en la casa. El desgaste físico y emocional es difícil, es una petición que yo sé que se hace desde el privilegio, pero quisiera llegar a mi casa a no tener que ordenar o cocinar, sino a estar con mi hijo. Ni hablar de la vida social, porque eso está postergado. Eventualmente va a pasar, o al menos eso me repito, pero la espontaneidad con todo esto ha desaparecido. No hay espacio para ninguna improvisación”.

Llevas más de un año soltera y eres una mujer muy joven, ¿qué pasa con tu vida sexual?

“Está lejos de mis prioridades. Y a veces lo que extraño es más sentirme deseada por otro que el acto sexual en sí. Pero para eso se necesitan ganas y energía, y eso es algo que no tengo. Como te decía, todo lo social se ve entorpecido no por el niño, sino por los compromisos a los que no puedes fallar. En mi entorno hay pocas mujeres de mi edad con guagua, en general son mayores, entonces tampoco hay con quién hablar de estas cosas. Tú piensas que te pasa a ti no más, hasta que pillas en internet un comentario escueto, o una pequeña queja que resuena con la tuya. Pero en general, una mamá -y sobre todo joven- debería tener tiempo para todo y por supuesto, hacerlo y entenderlo todo. Le conté a una amiga el otro día que no me sentía bien y me respondió que, efectivamente, a nadie le gusta trabajar, pero que no se llora por eso”.

¿Qué sería para ti hoy un lujo?

“Ir a terapia. Tengo una depresión post parto no resuelta, pero hay cosas importantes que pagar, como sus uniformes o las salidas con él, entre otras cosas. A veces, por el cansancio, creo que ni alcanzo a dimensionar las cosas que me faltan, porque la pega es una preocupación: el colegio es más caro que el jardín, podría pagarle transporte y eso nos ayudaría mucho, pero es un costo adicional, lo mismo que el afterschool, y si quisiera acceder a eso, tendría que hablarlo con el papá. Y no sé si tengo que mediarlo todo de nuevo y dejarlo registrado, pero no tengo energía para ese trámite, y hacerlo por supuesto que me ayudaría, pero no tengo el ánimo. La vida te pide estar presente a un ritmo que para las relaciones humanas es poco natural. Amo ser mamá, la maternidad es preciosa, pero hay un vértigo que acompaña a las rutinas que lo pone todo cuesta arriba”