El año pasado mi hermana se separó después de muchos años en una compleja relación. No lo hizo antes porque los niños estaban en plena adolescencia, luego estudiando en la universidad, y creía que eso les iba a afectar; pero principalmente porque no sentía la fuerza para tomar la decisión. Nuestros padres estuvieron más de 70 años casados y mi madre siempre nos inculcó que el matrimonio hay que cuidarlo, que los trapos sucios se lavan en casa y que el amor lo puede todo. Tres frases que repetía constantemente. Yo, gracias a Dios, encontré a un buen hombre y para mí el matrimonio ha sido algo positivo. Pero mi hermana, aunque pocas veces me lo decía, vivía en una suerte de infierno, aguantando mucho más de lo que debería.
Justo un mes después de que su hijo menor se tituló, ella por fin tomó la decisión de separarse. Fue un proceso duro, pero pasada la tormenta, fue como si de verdad hubiese renacido. Incluso físicamente rejuveneció. Se fue a vivir a un departamento sola y con algunos ahorros que tenía lo primero que hizo fue hacer un viaje con un par de amigas. Me hizo feliz verla bien y contenta después de tantos años.
A la vuelta de ese viaje anduvo un poco desaparecida. En un momento me preocupé porque pensé que podía estar viviendo un duelo tardío de su separación. La busqué e intenté muchas veces conversar con ella, pero estaba esquiva y me aseguraba que no había pasado nada malo. Después de unos meses de insistencia, me dijo que nos juntáramos a tomar un café. En esa cita me confesó que durante el viaje había conocido a un hombre y que estaban saliendo. Debo confesar que jamás me imaginé que mi hermana encontraría a una pareja después de tantos años casada, pero me pareció increíble y me alegré mucho porque sentí en su tono la tranquilidad de que esta vez sería una relación libre y sana.
Mi impresión vino cuando me contó los detalles. Lo conoció en el viaje con sus amigas y tiene nueve años menos que ella. Mi hermana acaba de cumplir 53 y su nueva pareja tiene 44 años. No sé qué cara puse cuando me dijo lo de la edad, pero evidentemente se me notó que la diferencia me había impresionado, tanto, que me preguntó si me parecía mal. No le respondí eso obviamente, pero en el fondo mentí, porque no me gustó para nada la idea de que él fuera tan menor. Lo primero que pensé es que, tarde o temprano, la va a dejar. Y es que, querámoslo o no, en esta sociedad el tema físico es importante, que particularmente a las mujeres se nos exige. Si bien mi hermana es una mujer preciosa, a veces pienso en qué va a pasar cuando a ella se me marquen más las arrugas o cuando luzca mayor que él. Creo que es probable que mire para el lado.
Fue mi propia hermana la que en esa conversación me enfrentó y puso en la mesa esos temores. Me dijo que en un comienzo ella también se lo cuestionó, pero que parte de su trabajo terapéutico de los últimos cinco años –el mismo que la impulsó a separarse– le había abierto la mente respecto de los mandatos sociales a los que estamos acostumbrados. Me dijo una frase que me quedó dando vuelta: “Hasta cuándo debemos seguir haciendo lo que el resto espera que hagamos y no lo que realmente queremos y nos hace feliz”. Y tiene toda la razón.
Pensé por qué me preocupa que mi hermana esté con un hombre más joven si ella se ve feliz. Obviamente tiene que ver con creencias sobre el ‘deber ser’ que heredamos de nuestra madre y que luego fueron perpetuados durante toda nuestra vida por la sociedad en la que vivimos. Que ella puede ser su madre, que esa pareja no tiene futuro, son parte de las ideas que he escuchado cada vez que sé de alguna mujer que se empareja con un hombre más joven. Incluso se han inventado términos peyorativos para ellas como asaltacunas o para ellos, toy boy (chico juguete). En general, estas relaciones siguen estando mal vistas socialmente, sin embargo, se acepta mucho más que el hombre sea mayor –y a veces mucho mayor– que la mujer.
Si lo pienso bien, se trata de una injusticia más para nosotras que deja en evidencia las exigencias que tenemos sobre los hombres. ¿Cuántos de ellos al separarse suelen elegir a mujeres más jóvenes? ¿Por qué eso nos parece natural y al revés no? O peor aún ¿por qué las mujeres tenemos que sentir miedo a que nuestra pareja nos deje porque vamos a envejecer? ¿Acaso vale solo nuestro cuerpo joven y no somos más que eso?
Todas estas preguntas surgieron ese día en el café. Reconozco que primero de parte de mi hermana, pero actualmente también las hago mías. Porque ella tiene toda la razón y porque es momento de que dejemos de repetir patrones que solo siguen dejando a la mujer en un lugar de desventaja respecto de los hombres. Si ese hombre decide estar con mi hermana es porque descubrió la hermosa mujer que es y que seguirá siendo hasta el fin de sus días. Finalmente, la edad es un detalle, pero lo importante es entender que es un detalle siempre, en todos los casos y no solo cuando se trata de nosotras.
Paulina Flores tiene 57 años y es dueña de casa.