Cada cierre de año tiene lo suyo y cada comienzo del nuevo se parte con esperanza. Si tuviéramos que definir este 2020, sin duda lo describiríamos como complejo, difícil, desafiante y movido. Pero también como un año para agradecer, porque aprendimos muchísimo y probablemente hemos salido fortalecidos. Este fue el año en que nos cuestionamos más que nunca qué es la felicidad, en qué reside; nos preguntamos si nos hace felices lo que estamos haciendo y cuán equilibrada está nuestra vida. También reflexionamos sobre si estamos poniendo nuestras energías donde realmente queremos. La familia por primera vez en mucho tiempo pasó a ser lo primero y lo primordial, y tomamos conciencia sobre la importancia de la salud, porque es lo que pone nuestra estabilidad en jaque. Todo lo que conocíamos se volvió desconocido, incluso nuestra manera de interactuar y trabajar.

Sin duda pienso que así como nos hemos cuestionado y hemos tenido que buscar la manera de volver a levantarnos, hemos encontrado también respuestas y nos hemos descubierto en nuestra enorme capacidad de adaptarnos y ser resilientes frente a la adversidad. Sueño con que hayamos aprendido a ser más empáticos, respetuosos y más amables con todos los que nos rodean, en sus vivencias, alegrías y sufrimientos. Tengo la certeza de que este año salimos más removidos y asimismo más claros con lo que esperamos y queremos de la vida. Es en este año tan particular que nos dimos cuenta de que nada se da por sentado y que todo aquello que aparece en nuestra vida es un regalo que debemos agradecer.

Hace unos días vimos con mi hija la película Soul de Disney y creo que no pudo llegar en una época mejor que en el cierre de un año. En ella pude identificar algunas de las preguntas que me quedaron resonando para comenzar un 2021 de manera distinta. Soul nos invita a preguntarnos lo central de la vida y volver a poner nuestra energía en lo que realmente importa: ¿Qué nos hace felices? ¿Es lo más importante lograr un propósito o sueño en la vida? ¿Ahí está la felicidad? La película nos muestra cómo muchas veces, obsesionados por cumplir nuestras metas y sueños, nos olvidamos de que estamos en un mundo donde coexistimos, en el que estamos interrelacionados con otras personas que hacen de nuestro mundo un lugar especial.

Y es que a veces en esa búsqueda empedernida por lograr lo que tanto queremos, nos olvidamos de apreciar el presente, lo que tenemos hoy. Finalmente es eso lo que hace que este mundo sea y se convierta en ese lugar especial que queremos habitar. Una risa junto a nuestros hijos, una conversa llorada con nuestra amiga, un despertar regaloneado con nuestra pareja, el gusto de un helado que amamos o cantar la canción que nos para los pelos. Todo esto ocurre ahora y eso es lo único que tenemos como certeza, porque el presente es nuestro único y gran regalo. No dejemos de aprovecharlo por estar demasiado ocupados intentando perseguir o cumplir nuestros sueños o propósitos.

Este año nos enseñó que muchas cosas que creíamos sencillas, no lo son tanto. Disfrutar de la libertad de ver el mar o subir un cerro, ir a ver a nuestros papás sin distanciamiento, la contención de un abrazo o la ternura de un beso. No lo olvidemos y aprendamos a poner los ojos en el hoy; quedémonos ahí aunque sea un ratito para vivirlo, como un regalo único.

Porque además no podemos dar nada por sentado y quizás nuestra gran enseñanza está en que nuestra alma y plenitud como personas no está en conseguir nuestro propósito y conquistar nuestros sueños, sino que en gozar el camino a ellos y vibrar en el proceso. Si solo ponemos nuestra energía y nuestra mirada en el futuro y las metas por cumplir, nos olvidamos de la felicidad de disfrutar el presente y de detenernos a estar con cada persona que nos rodea. Quizás el mayor aprendizaje de este año es que nuestro propósito no está en el futuro, sino que en darle sentido al presente y buscar eso que enciende nuestra alma cada mañana.

María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.