Aún conservo el recuerdo de mi primer amigo. Se llamaba Carlitos y nos conocimos en el jardín infantil, ese espacio por aquella época confuso entre una guardería y un apresto escolar; lugar de nutrición entre la leche de pajaritos por las mañanas, porotitos de azúcar y anhilina por las tardes; de silencio para la siesta sobre las colchonetas; de juegos, abrazos y consuelos. No recuerdo los nombres de las “tías”, todas con el mismo ruedo verde de sus delantales, pero sí el de Carlitos, Carlitos Quiroga.
Nuestros padres decían que éramos pololos, porque compartíamos mucho tiempo comiendo los tallos ácidos de los tréboles acompañados por el sonido de la máquina cortapasto. Y porque en una oportunidad, para la celebración de un dieciocho de septiembre, nos habían escogido para representar a una huasa y un huaso. Nos subieron a un carro de madera lleno de flores, lo que se transformó en una fotografía, única evidencia de esta amistad.
Que no se trató de un pololeo lo tengo claro, que se trató de una amistad también, sin embargo, no sabría decir por qué.
¿Qué es la amistad? Es una pregunta que rara vez nos hacemos en nuestro día a día y, sin embargo, tenemos la certeza de que nuestras amigas y amigos lo son. La cultura -clásica y pop-, nos provee de ejemplos de la diversidad de formas que adquiere esta omnipresente relación, tan escurridiza a la hora de definirla. En la literatura, por ejemplo, Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Doctor Watson, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Jo March y Laurie de Mujercitas, Pippin y Merry de El Señor de los Anillos; en el cine, amigos y amigas como, Gordie, Chris, Teddy y Vern de Cuenta Conmigo, Elliot y E.T., Buzz Lightyear y Sheriff Buddy de Toy Story, Thelma y Louise, Satsuki, Mei y Totoro de Mi vecino Totoro; e incluso en la música, temas como, I’ll be there for you de The Rembrandts, With a little help from my friends de The Beatles, y You’re My Best Friend de Queen.
Si acudimos a nuestra experiencia de amistad y a referentes culturales como estos y reflexionamos sobre ellos, es probable que lleguemos a conclusiones similares a las que exponen diferentes estudiosos y estudiosas de la materia, como el filósofo Uri D. Leibowitz en su estudio “What is Friendship?”. O al menos nos harán sentido.
Aunque resulte una obviedad, la amistad es una relación, es decir, tiene el mismo estatus que una relación familiar, de pareja o de trabajo y, no obstante, es muy diferente a todas ellas, al menos en tres sentidos. La amistad es una relación simétrica, debemos reconocernos mutuamente como tal; cuando por ejemplo en una relación uno cae en la “friendzone”, por razones evidentes ya no se trata de una amistad. Además, no es una relación de exclusividad: podemos tener más de un amigo o amiga y todo está bien, incluso podemos aspirar a un millón como auguraba Roberto Carlos. Tampoco es una relación excluyente, esto es, dos personas pueden al mismo tiempo sostener una relación de amistad con otro tipo de relación social; es común que compañeros y compañeras de estudios desarrollen profundas y duraderas relaciones de este tipo. Una tercera característica que han mencionado insistentemente las y los investigadores, es que la amistad es extremadamente valiosa para las personas y que es parte esencial para una buena vida.
Después de Carlitos, por supuesto que he tenido otros y otras amigas; soy de pocas relaciones de amistad, las que valoro por incluir personas infinitamente generosas, pacientes y respetuosas de mis silencios, olvidos y retornos.
¿Cómo nos hacemos amigos o amigas? ¿Cuánto dura la amistad? ¿Cuáles son las diversas formas que adoptan a lo largo de la vida? Para estas preguntas y otras derivadas, hay muchas más y diversas respuestas. Aún sin esbozar una, podemos emplear el token mágico de todo o toda psicóloga: “depende”. Las trayectorias de nuestras historias de amistades están determinadas por aspectos históricos, sociales, culturales y de nuestro propio curso de vida.
Se ha planteado que la amistad es un fenómeno universal aun cuando puede cambiar su expresión y consecuencias entre culturas y contextos. Por ejemplo, un aspecto que contribuye al efecto positivo de la amistad en nuestras vidas es la medida en que le asignamos valor. Un estudio estadounidense sobre la importancia de la amistad alrededor del mundo, buscó comparar entre diferentes países el nivel de valoración que cada una de sus poblaciones daba a la amistad. Entre ellos, Chile fue el país cuyos habitantes le daban menos importancia a la amistad, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos y Canadá, que mostraron un máximo nivel de valoración a esta forma de relación. Más aún, la importancia asignada a la amistad contribuía a mejores indicadores de salud y bienestar en personas mayores, mujeres y en culturas individualistas.
Entre estos tipos de estudios, tal vez sea bueno separar la paja del polvo. En los tiempos que corren, -y vaya que corren-, ¿cuáles debiesen ser las condiciones para desarrollar relaciones de amistad que pudieran denominarse “de valor”?
En la nueva plaza de las personas adultas como de mi edad, en vez de comer tallos de tréboles y disfrutar la brisa que revolotea sobre el pasto, hago scroll en la pantalla de mi celular, apreciando las fotografías 1:1, que cuentan la vida de conocidas o conocidos, algunas amigas, y pongo likes o comentarios breves con emojis (de paso, me entero de sus vidas). Ellos y ellas, por su parte, hacen lo propio, y si me encuentran en las redes sociales, me piden “amistad”. Tengo 368 seguidores y seguidoras, muy lejos del millón. Suena a nostalgia, ¿no?, como a la que impiden entrar en escena en Intensamente 2, la nueva etapa del desarrollo de la protagonista Riley, cuyo centro es la amistad.
En fin, no son ideas mías. Internet parece haber modificado, o ampliado, las maneras en que, principalmente los jóvenes, forman y mantienen sus amistades, dando la impresión de ser más someras. Aunque según plantea el estudio “Friendship: An old concept with a new meaning?”, no necesariamente. En todo caso, lo cierto es que el contexto online ha afectado, no totalmente de manera negativa, las funciones de compañía, apoyo social y protección de la amistad, así como también las dimensiones de exclusividad, la resolución de conflictos y la estabilidad de las relaciones. Con todo, nadie osa a decir que estas transformaciones predigan la disolución de este tipo de relación, quizás tanto o más poderosa, que las de pareja o familia. No por nada frecuentemente escuchamos que los amigos o amigas son la familia que escogemos, que tenemos amigos o amigas de la vida y, en personas mayores, principalmente mujeres, que tener amigas hasta viejas es lo más importante.
En el almuerzo familiar del domingo compartí lo que estaba pensando para esta columna. La pareja de mi hijastra, quienes tienen un grupo de amigos y amigas muy afiatado, me contó del “bromance”, un romance entre amigos, un particular espacio de intimidad y afecto en el ámbito de la amistad, algo así -bromeamos- como la fotografía de Giorgio Jackson y el actual presidente de la República, Gabriel Boric, sabidos amigos, en una esquina en el hemiciclo del parlamento, hablando de algo que quién sabe. Para las amigas, el equivalente es “womance”, expresión un poco más forzada. No encontré términos para amistades entre hombres y mujeres -lo que daría, sin duda, para toda una otra digresión-. Como sea, se trata de el o la mejor amiga, con quien algunas aprendemos eso de la confianza, aquello de guardar secretos, perder la vergüenza, y conforme pasan los años, si es que así sucede, testificamos mutuamente cada una de nuestras vidas.
* Alemka es directora de la Escuela de Psicología UDP.