En la columna de opinión titulada Do Women Take as Many Risks as Men? (¿Las mujeres toman los mismos riesgos que los hombres?), publicada en Harvard Business Review, el consultor y coach laboral Doug Sunheim cuenta que una semana antes de publicar su libro Taking Smart Risks (2013), se dio cuenta de que de los 38 testimonios que había recopilado, tan solo siete correspondían a relatos de mujeres. Su primera reacción fue la de preguntarse genuinamente cómo había permitido que eso pasara. Se había preocupado especialmente de que los relatos fuesen representativos, considerando distintas edades, contextos socioculturales y geográficos, pero había fallado notoriamente en la equidad de género. Planteó entonces la pregunta que titula su columna: ¿Será que las mujeres toman menos riesgos que los hombres?, una declaración que había escuchado con frecuencia en el mundo empresarial, pero a la que nunca se había adherido por completo. Al cabo de su investigación, en la que descubrió que se trata más de una percepción errónea que de hechos concretos, definió que no.
Mujeres y hombres toman riesgos de igual manera, solo que históricamente ese acto ha sido enmarcado de manera tan categórica y reducida que ha logrado condicionar lo que percibimos a nivel colectivo como riesgo. Como explica el especialista: “la mayoría de los estudios que apuntan a que los hombres son más propensos a asumir riesgos, definen el riesgo en términos financieros. Nunca han considerado un riesgo el acto de defender lo que es justo frente a la oposición o tomar el camino ético cuando hay presiones para hacer lo contrario, dos riesgos sumamente importantes que las mujeres son mayormente propensas a tomar. Si estos se contabilizaran como tal en la cultura empresarial, esa ecuación sería más equilibrada”.
Y es que como explica Alejandra Sepúlveda, directora ejecutiva de ComunidadMujer –organización de la sociedad civil experta en género, cuyo objetivo es el de potenciar liderazgos y abrir oportunidades para las mujeres en el espacio público–, que las mujeres sean más reacias o tengan más aversión al riesgo es un mito que ronda en el imaginario colectivo, ya que la inclinación al riesgo para las mujeres está cruzada por factores culturales, estereotipos de género que determinan comportamientos y expectativas y experiencias de vida. “No es que no sean arriesgadas, sino que probablemente toman riesgos distintos o los afrontar de otra manera. Y eso tiene que ver con sus experiencias de vida y los procesos de socialización de los géneros que marcan sus trayectorias profesionales”.
En las investigaciones en las que se analiza cómo son los modelos de liderazgo a los que recurren hombres y mujeres, casi siempre se da cuenta de que las mujeres toman en cuenta los procesos y las personas, y no solamente los resultados. Y eso, como explica Sepúlveda, es relevante al momento de tomar ciertos riesgos, porque en definitiva se piensa mucho más en las posibles repercusiones que podrían llegar a tener en el resto.
“Los riesgos que toman las mujeres son, por lo tanto, más calculados. No son saltos gigantes al vacío o apuestas, son más especulativos. Y esto, por supuesto, tiene que ver con el hecho que las mujeres estamos principalmente a cargo del cuidado del ámbito familiar. En el fondo, eso nos hace tener una experiencia distinta respecto a los efectos, a qué arriesgarnos y de qué manera. En general, nuestra respuesta es menos individualista y más colaborativa, y eso influye en que las decisiones de riesgo se vean amortiguadas o aminoradas”, explica. “Versus los hombres que históricamente han sido más individualistas en sus tomas de decisiones, nuevamente por la socialización de los géneros y lo que se espera de ellos. Están más orientados al logro, al objetivo y a la meta. Y eso les genera ansiedad para lograr cosas más rápido”.
En el estudio Deciding to Decide: Gender, Leadership and Risk-Taking in Groups, publicado en 2012, se reveló que existía una diferencia notoria entre hombres y mujeres cuando se trataba de tomar decisiones grupales que implicaban a otros. En esas situaciones, las mujeres estaban mucho menos dispuestas a tomar la decisión grupal, incluso cuando de manera individual –cuando la decisión solo tenía repercusiones en ellas– no mostraran aversión al riesgo ni titubeos frente a la toma de decisión. Los hombres, en cambio, tenían una mayor tendencia a asumir estos riesgos en nombre del grupo sin mayores vacilaciones.
“Si pudiéramos hacer una analogía, las mujeres somos como corredoras de maratones y carreras largas. Porque, entre otras cosas, en nuestra trayectoria tenemos que conciliar los desafíos profesionales con los del ciclo de vida”, plantea Sepúlveda. “Eso implica que si tenemos que postergar un salto en nuestra carrera por un tema familiar, contrario a lo que se cree, lo hacemos sin renunciar del todo a nuestra carrera. Más bien la dejamos en paréntesis para cuando podamos retomarla. Entonces no es que necesitemos más capacitación de liderazgo, sino que en esta carrera de fondo nos encontramos con más obstáculos”.
La economista francesa y académica de MIT, Esther Duflo, da cuenta en sus investigaciones que las mujeres que cuentan con ingresos formales son cruciales en el apoyo del desarrollo educacional e integral de sus hijos. “Si sabes que una decisión personal puede poner en riesgo ese bienestar –señala Sepúlveda–, es probable que te lo cuestiones más. Si sabes que ganas un ingreso extra, vas a pensar dos veces antes de comprar un auto, porque hay otras prioridades. En eso, algunos hombres, no todos, van más a la satisfacción de la necesidad o gusto personal”, explica.
En el estudio Risk in the background: How men and women respond, publicado en 2013 por Alexandra van Geen de la Universidad de Harvard, se postuló que las mujeres eran más propensas a tomar riesgos a futuro cuando estaban seguras de contar con un ingreso. Es decir, que la seguridad financiera podía potencialmente modificar sus comportamientos. Nuevamente, este dato daba cuenta de que las mujeres sopesan muchos más factores –como el bienestar de sus familias– al minuto de tomar decisiones.
Y es que, como explica el psicólogo laboral de la Universidad Católica, Juan Pablo Villanueva, ante la posibilidad de asumir mayores responsabilidades laborales, las mujeres siempre van a contemplar que son ellas las responsables de los labores domésticos y de cuidado. “No hay ninguna razón genética o biológica que determine que las mujeres tomen o no riesgos. Eso ha ido de la mano de los sesgos culturales. Lo que sí pasa es que al minuto de tomar decisiones, sopesan muchas más cosas, como el hecho de que son quienes históricamente se han hecho cargo del hogar y la familia. Eso tiene que ver con la definición de los roles de género y con el hecho que a nivel cultural no hay opciones para que el hombre asuma una responsabilidad familiar. Distinto a otros países, en los que los hombres no solo asumen un rol más activo, sino que es lo que se espera de ellos”, explica.
Como señala Sepúlveda, además de una educación que abraza el paradigma tradicional de los roles de género –y que establece permanentemente que el cuidado de la familia es el principal objetivo de vida de las mujeres– y que por ende restringe las decisiones vocacionales y de trayectoria, si viviéramos en una sociedad paritaria y en la que se reparte la torta equitativamente, habrían muchos más hombres participando en las responsabilidades familiares con el mismo compromiso.